‘María Salvaje’, un documental que acerca a los amorúas con los ‘racionales’

La película llega a la Cinemateca de Bogotá del 15 al 23 de diciembre, para después visitar Cali y Medellín, previo al estreno, Infobae Colombia habló con su directora, Liliana Matsuyama, para desvelar un poco cómo fue el proceso para llegar a la historia de los indígenas y de María

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Los Amorúa son grupo indígena nómada que habita las cuencas de los ríos Orinoco y Meta en los límites entre Venezuela y Colombia, que desde 1991 se concentran especialmente en la reserva del Casanare, en el resguardo de Caño Mochuelo y en las inmediaciones de Puerto Carreño. Imagen: Facebook.
Los Amorúa son grupo indígena nómada que habita las cuencas de los ríos Orinoco y Meta en los límites entre Venezuela y Colombia, que desde 1991 se concentran especialmente en la reserva del Casanare, en el resguardo de Caño Mochuelo y en las inmediaciones de Puerto Carreño. Imagen: Facebook.

Durante ocho años la directora y antropóloga Liliana Sayuri Matsuyama Hoyos siguió la transición de la infancia a la adolescencia de María, una pequeña del pueblo indígena amorúa en Puerto Carreño, nieta de nómadas que anduvieron durante siglos por las llanuras del Vichada. Resultado de este trabajo surge María Salvaje un documental en el que María se convierte en la excusa para develar la relación de este pueblo indígena con su entorno y con el mundo de los “racionales”, como ellos llaman a los blancos y mestizos.

Los amorúa son grupo indígena nómada que habita las cuencas de los ríos Orinoco y Meta en los límites entre Venezuela y Colombia, que desde 1991 se concentran especialmente en la reserva del Casanare, en el resguardo de Caño Mochuelo y en las inmediaciones de Puerto Carreño. Allí, Liliana conoce a Matilde, María y su familia, quiere entenderlas, pasar tiempo con ellas y contar su historia, al ver que las niñas se habían criado en el pueblo, lejos de las sabanas que su abuela Matilde había recorrido.

Matilde nació en tiempos en los que los amorúa aún no conocían a los blancos, líder de su clan, ha establecido su rancho de plástico en la periferia del pueblo, entre rocas y árboles de mango. María, su nieta, fue criada en sus primeros años en un hogar sustituto asignado por el Estado, tras la muerte de su hermana gemela por desnutrición, sin embargo, su abuela Matilde logró su retorno para criarla bajo su cuidado, pero sin perder el contacto con los “racionales”.

La película llega a la Cinemateca de Bogotá del 15 al 23 de diciembre, para después visitar Cali y Medellín, previo al estreno, Infobae Colombia habló con Liliana Matsuyama para desvelar un poco cómo fue el proceso para llegar a la historia de los amorúas y de María.

Liliana, usted llega a Puerto Carreño en 2007, más o menos, que es cuando arranca la producción del documental, ¿cómo fueron esos primeros acercamientos con la comunidad amorúa y con María?

Yo llegué a Puerto Carreño a trabajar como antropóloga Bienestar Familiar en el 2007, y ahí mi trabajo era atender los casos que llegaban de los niños indígenas. La mayoría de los casos eran niños amorúas menores de dos años que estaban en situación de desnutrición severa y ahí (el Instituto de) Bienestar entraba a un proceso de restitución de derechos y mi trabajo tenía que ver con mediar entre las familias amorúas y quienes los estaban atendiendo.

María en ese momento tenía 6 años y supe que ella había estado en uno de esos procesos. La hermanita gemela de ella murió de desnutrición y ella, María, había estado en un hogar sustituto del bienestar. Generalmente, cuando los niños llegan a esos hogares sustitutos, pues, es muy difícil que retornen a la familia porque pasan muchas cosas.

Por un lado algunas madres sustitutas les cogen tanto cariño, porque realmente son ellas las que logran que el bebé viva y el cuidado de un bebé así es muy complicado. Y a veces los quieren seguir teniendo, les cuesta mucho devolverlo a la familia, porque sienten que no van a tener las condiciones, y por otro lado, las familias amorúas a veces deciden que el niño va a tener una mejor vida con las familias blancas, pues ven que van a tener la alimentación y cuidado.

Matilde con sus nietas y la directora del documental. Foto: Cortesía.
Matilde con sus nietas y la directora del documental. Foto: Cortesía.

El caso de María era bien diferente porque Matilde (la abuela de María) siempre estuvo presente y acompañada todo ese proceso para para que volviera. Ella sabía que ahí iban a cuidar a María y que se iba a recuperar, pero ella tenía claro que quería que se la devolvieran. Cuando supe cómo fue el caso de María, pues, me pareció muy interesante, porque Matilde, me decía Lucy, la madre sustituta, que Matilde venía acá, incluso a veces que se quedaba ahí, al otro lado de la calle de la casa, pero estaba ahí pendiente, si no timbraba y la visitaba. Ella en la película lo dice: me decían, no, que la regalara, que la regalara, pero ella no era un animal para regalar. Yo sentí que, pues, que Matilde, su familia y María tenían una historia muy diferente. Tal vez porque había más esperanza, en relación con las otras que eran mucho más duras y difíciles.

Yo al principio grababa muchos niños, grababa en general qué estaba pasando con los amorúas, y quien decide que la historia es sobre María es la editora, que en el 2015, 2016, cuando trabajé con ella, vio el material y me dijo: bueno, aquí lo que hay es la historia de María.

Liliana, hablando del proceso de montaje, que es cuando se define, como ya lo has dicho, que la historia es sobre María. ¿Cuánto tiempo duró la edición del documental? Porque la película se grabó durante ocho años, entre 2008 y 2016. ¿Cómo fue depurar todo ese material?

Ya no recuerdo cuántas horas de grabación había, pero, pues, lo primero que hice, cuando me senté a trabajar con la editora, fue una preselección. Escogí parte del material en el que me parecía que ahí estaba la película. En ese momento todavía pensaba que las protagonistas podían ser tres niñas: María Diana y Julie, una de las primas de ella, y Matilde.

Sobre ese material la editora, María Alejandra Briganti Lozano, hizo la visualización, y acordamos que la historia iba a ser sobre María, y los demás personajes serían secundarios, e hicimos un guion, una escaleta gruesa y sobre eso Mariale comenzó a montar y tuvimos varios cortes.

El documental fue grabado entre 2008 y 2016. Foto: Cortesía.
El documental fue grabado entre 2008 y 2016. Foto: Cortesía.

En el 2016 hubo un inconveniente con algunas escenas porque hay escenas en donde ellas son víctimas de delitos, hay prostitución, por ejemplo, y en ese momento el proyecto tenía financiación de la televisión pública, entonces, dijeron que esas escenas no podían salir. A la televisión le entregué un corte con otro título y acordamos que debía seguir editando mi película con otro título.

Después pasaron unos cuantos años y la termino realmente en 2019, con ese corte volví al montaje y tuve la asesoría de Andrés Porras, un reconocido productor de documentales, y con él resolvimos esas secuencias y también entraron algunas escenas como las del baile, que sentí que necesitaba que estuviera en el documental y logramos llegar a ese corte final de 2019

En el documental esa escena del baile sirve como una suerte de leitmotiv, ¿cuál es la importancia de esta secuencia para volver sobre ella una y otra vez a lo largo de la película?

A mí me parecía clave porque... ese baile lo filmé en el Resguardo Indígena de Caño Guaripa, que queda como a una hora de Puerto Carreño. Ahí no están bailando ni María ni Matilde ni su familia, pero Matilde había vivido ahí en Guaripa. Ella es como una líder que se hizo como una escisión de su gran grupo y había vivido ahí, pero ya no vivía ahí.

De todo el tiempo que yo estuve en el Vichada, fue la única vez que vi a los amorúas bailar. Estábamos en el resguardo de Guaripa, trabajando en el plan de educación Amorúa, con varias entidades, y esa noche se habían reunido con amorúas que venían del Casanare, que allá también están, y ellos cuando se encuentran en esos encuentros bailan. Es como celebrar el encuentro. Y el baile, en las escenas de la película, está subtítulado, pues le están cantando a las niñas, a la mujer. Hay un momento en que es como si las rodearan y les cantan, explicándoles, que las están preparando para que sepa cultivar la yuca, para que la protejan los espíritus...

Todo eso yo lo supe en el 2016 cuando se hizo la traducción. O sea, yo grabé el baile, por ahí en el 2010, 2009, pero obviamente no entendía qué estaban diciendo, y realmente lo pude entender y traducir en el 2016. Cuando entendí lo que decían me parecía que era una manera de... es una protección hacia las niñas, como una preparación hacia el mundo, que ya no salen a cultivar yuca; pero en cierto momento, yo pensaba que si esos bailes se recrearan y si se logran resignificar y si ellos pueden volver a bailar con la misma intención, tal vez ya no está pasando lo mismo, pero es la intención de cuidar a sus hijas, a sus hijos, a los a los jóvenes para que salgan al mundo, entonces eso eso tendría mucho sentido entonces.

Los amorúas se refieren a los blancos como racionales, y usted ha dicho que cuando llegó a Puerto Carreño lo hizo con prevención hacia la palabra salvaje, que ellos la ven de otra forma, ¿cómo fue el resignificar esa palabra para quitarle esa carga negativa que tiene históricamente?

A mí, efectivamente, me costaba mucho entender por qué los llamaban salvajes; sobre todo porque cada vez que se hacía un intento de de comunicación con ellos, allá las entidades han tratado de ejecutar muchos proyectos de seguridad alimentaria con los niños, pero fracasan, porque al final ellos dicen: no, es que ellos son salvajes, y siempre del lado de los blancos, la explicación es que son salvajes y es imposible hacer algo con ellos. Y del lado de los amorúas, pues eran los blancos racionales, racionales porque ellos escriben y saben números.

María vivió sus primeros años con una familia sustituta. Foto: Cortesía.
María vivió sus primeros años con una familia sustituta. Foto: Cortesía.

Al principio me chocaba porque era como la excusa para decir que no había manera de de relacionarse con ellos o de lograr un cambio en ese encuentro, pero con el tiempo me di cuenta que realmente es así. O sea, es muy difícil trabajar con ellos, pensar en hacer proyectos. La profesora de la escuela me decía, la metodología para poder trabajar con los niños amorúas tiene que estar basada en otra cosa, en el canto, en el baile, en el arte; pero tenerlos sentados en el salón era muy difícil que funcionará y así había miles de situaciones, que al final yo dije: claro, es que sí son salvajes, en el sentido de que son muy libres, ellos no reconocen, o lo que nosotros consideramos autoridad como una autoridad que impone, como la mamá, el papá o la abuela, no, para ellos no funciona así. La figura materna o paterna aconseja, pero no impone, y eso tiene mucho que ver con ese espíritu libre, de nómadas y salvajes.

Los jóvenes desde muy jóvenes y las niñas 12, 13, 14 años, son libres de tomar sus decisiones, incluso si esas decisiones pueden ser duras o perjudiciales para ellos, pero hace parte hace parte del ser nómadas, y eso es también salvaje. O sea, es duro. Ser libre también es duro. Entonces fui entendiendo que también tenía esa connotación.

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