El 30 de mayo de 1999 se llevó a cabo el secuestro masivo más grande de la historia de Colombia. Durante la homilía dominical de la iglesia La María, en el sur de Cali, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) irrumpió para llevarse a la fuerza a los 194 feligreses hacia los Farallones de Cali.
En aquella misa se encontraban Juan David, su padre, su madre y su hermano, de 14 años de edad. Su hermana mayor no había ido.
Él tenía 11 años de edad cuando vio cómo la eucaristía a la que asistieron como agradecimiento por la compra de una casa en el corregimiento de Pance se vio truncada por aquel secuestro que marcaría sus vidas.
“En el transcurso de la misa, durante el saludo de la paz, llegaron dos camiones que bloquearon la entrada del parqueadero y de los que se bajaron unos señores uniformados. Rodearon la iglesia y uno entró, le susurró al cura una cosa al oído, y después el cura dijo: ‘Hay una bomba en la iglesia, todo el mundo tiene que salir’, detalló en el capítulo “El secuestro en la vida de las niñas, niños y adolescentes” del tomo “No es un mal menor, niñas, niños y adolescentes en el conflicto armado” del Informe Final de la Comisión de la Verdad.
Entonces se armó una especie de discusión entre los guerrilleros y la gente porque no entendían qué estaba pasando, creían que era el Ejército Nacional, hasta que hicieron unos tiros al aire y dijeron que era un secuestro, que era el ELN y todo el mundo se tenía que subir a los camiones. Dice que se subió a un camión cerrado donde metieron a unas 50 o 60 personas.
“El camión anduvo unos 40 minutos y llegamos a un caserío en la zona alta de Jamundí, a un lugar al que le dicen La Estrella. Estando allá, nos bajaron del camión y nos pusieron en filas. Los guerrilleros tenían una lista de gente: ellos sabían a quiénes estaban secuestrando, quién iba a esa iglesia. Y empezaron a llamar uno por uno. Mis papás no estaban en esas listas, pero pues los pescaron ese día”, aseguró un famiiar de una de las víctimas.
Estando en La Estrella, Juan David vio cómo se llevaron a su hermano y a su padre. Cuando terminaron de llamar a los hombres, empezaron con las mujeres. Su madre lo dejó encargado a una de las personas que iban a ser liberadas ese mismo día con la esperanza de que lo cuidara. Sin embargo, Juan David se quedó solo, con ese último recuerdo de sus padres.
A diferencia de Juan David, para otros niños, niñas y adolescentes el secuestro no terminó el mismo día de las retenciones. En estos casos, no solo tuvieron que sufrir la separación de sus padres, sino también las caminatas extensas en medio de la selva, la vigilancia permanente, los cambios en la rutina –que se reflejaban en las comidas y en los horarios impuestos por el grupo armado–, además de los malos tratos de algunos de los captores.
Siete meses lejos de sus padres
Tatiana, quien fue secuestrada por las Farc siendo una niña, se refiere al desconcierto que sintió luego de haber sido abruptamente separada de sus padres y familiares, una separación que duró siete meses.
“Me tenían un guardia las 24 horas. Nunca estaba sola. Si yo estaba dormida, había alguien ahí sentado esperándome. Si iba al baño, alguien me acompañaba. Nunca nadie buscaba hablarme y pues yo tampoco porque me daba miedo hablarle a la gente y que me respondieran con una piedra en la mano. Cada vez que preguntaba cuándo me iban a liberar me decían ‘dos o tres días, china, no pregunte más’, y pues dos o tres días me dijeron hasta que me liberaron a los siete meses. Como todo en la vida, uno va entendiendo sus realidades. Yo al principio decía ‘no tengo de dónde agarrarme, es que no entiendo nada, nada me cuadra, ¿cómo así que sin papá y mamá?’. Yo sabía qué era estar secuestrado, estás lejos, pero no sabía los detalles, no sabía que, además, se estaba con gente tan rara y tan mala y tan fría”, lamenta.
En el cautiverio, las niñas, niños y adolescentes también mantuvieron una actitud de fortaleza: no querían que sus captores los vieran débiles.
En algunos casos, esto se debió a las burlas de las que eran objeto cuando demostraban sus sentimientos. Así lo cuenta Mauricio, un hombre que fue secuestrado a los dieciséis años de edad con otros tres adolescentes en Los Andes, Antioquia, por el Ejército Revolucionario Guevarista (ERG), una disidencia del ELN, en 2001.
“Llegamos al punto de decir que ‘si nos ven llorando, nos ven débiles, entonces no les podemos dar el gusto de vernos así porque más duro nos van a dar”, precisó.
Dijo que cada vez que ellas se ponían a llorar, eso era como una victoria para ellos, y las mujeres se les burlaban y los hombres se burlaban de él. Aceptó que es bastante duro y tiene esa desventaja, que a veces no expresa lo que siente.
“Entonces, pues la verdad no me costaba tanto mantener las lágrimas adentro, aunque sí había ratos en que era imposible no tenerlas afuera, porque ya se sentía uno impotente ante la situación y sentía el dolor de no poder estar con la familia y no saber qué le esperaba al minuto siguiente”, subrayó en su relato.
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