“Tiene que haber un apoyo más decidido para la gente del campo, tiene que pararle más bolas, porque así cómo va, está difícil. El campo se acaba”...
“Yo nací, crecí, soy y moriré siendo campesino”, una frase con la que se identifican miles de personas que han pasado gran parte de sus vidas entre la siembra, la cosecha y el milagro de la tierra. Colombia es un país cuya riqueza se ve reflejada en miles de aspectos como su cultura, sus lugares emblemáticos, su fauna, su flora, pero también en su gente y en esa tierra bendita que permite que millones de personas sobrevivan de lo que aquí germina; sin embargo no deja de ser una yuxtaposición de una realidad que, según advierten los mismos protagonistas de esta historia, podría tener un impacto negativo sino existe un verdadero cambio.
Nariño es un departamento reconocido a nivel nacional y mundial por sus paisajes, sus hermosos lugares, sus atractivos sitios turísticos, su gastronomía, la calidad de su gente y claro, su agricultura, esa misma que con el pasar de los años sigue representando a una parte importante de la economía del departamento. De acuerdo con el informe de la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (UPRA), Nariño cuenta con una producción agrícola anual de 1.232.498 toneladas.
Los principales productos agrícolas de esta región son la papa, plátano, tomate, caña panelera, coco, entre otros. Estos alimentos, en muchas ocasiones se siembran y se cosechan en cultivos pequeños, de una, dos y hasta tres hectáreas, los cuales son vendidos a precios muy bajos a las diferentes plazas de mercado y distribuidores. De acuerdo con los mismos campesinos la realidad es muy diferente de aquellos grandes productores a los que sobreviven en pequeños lotes con producciones mensuales no tan grandes.
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Parece que existe un desconocimiento colectivo sobre las complejas realidades que muchos de estos campesinos colombianos pasan, que pese al sacrificio y dedicación este no es bien retribuido, sin embargo siguen siendo sinónimo de trabajo duro, esfuerzo y dedicación, el cual, en muchas ocasiones, no es bien recompensado; no obstante siguen siendo un ejemplo para la sociedad y de ellos depende que la gran mayoría de alimentos que se cultivan en todos estos lugares tan apartados de las grandes ciudades lleguen hasta sus mesas.
Infobae Colombia conoció de primera mano una parte de esa inclemente realidad a través de las voces de algunos de estos pequeños campesinos, quienes revelaron una parte de esta realidad, de las dificultades que pueden llegar a tener en esta labor, la realidad que enfrentan con respecto al apoyo del gobierno, cómo fue sobrevivir en la pandemia y sus grandes temores de cara al futuro con respecto al campo colombiano.
Sergio Edmundo Chachinoy, Rosa Elvira Prada y Carlos Luna son campesinos desde que tienen uso de razón y memoria, ejercen la labor que les fue inculcada desde los primeros años de vida y heredada por sus padres y abuelos como si de su propio apellido se tratara; para ellos no existe nada más que el campo, descartan por completo la idea de vivir en una gran ciudad y no están dispuestos a cambiar la paz que les da su tierra por el caos de una metrópolis que si bien da oportunidades, no da tranquilidad.
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“En el campo toca trabajar duro”
El campo suele ser incierto, existen varios factores que hacen que una siembra no sea cómo se esperaba y se eche a perder. Don Sergio Edmundo, campesino que vive en la vereda Cubijan Alto en Catambuco, cerca a la ciudad Pasto, se dedica a la siembra de papa, engorde de ganadería y cría de cuyes desde hace mucho tiempo. Él considera que sí “se puede vivir del campo”; sin embargo, advirtió que para esto se debe ”trabajar duro”.
Don Sergio nos comentó que algunas de las situaciones complicadas que se pueden presentar, por ejemplo son “cuando se vienen las enfermedades de la papa, viene la gota, viene la alternaria y uno se encuentra sin plata, eso es complicado, ese es el problema”. Pese a situaciones inesperadas, él no se queda quieto y, por el contrario, busca otros métodos de generar algunas ganancias, las cuales combina con otras actividades en el campo. “Si uno se dedica solo a la papa no es rentable; como decimos nosotros los campesinos, ‘pailas’”.
Doña Rosa Elvira nació en el campo, ha vivido toda su vida allí y ahora sueña con tener su propio criadero de cuyes. Ella resaltó que para realizar la labor del campo cada día “más difícil” y afirmó que ahora los más jóvenes no quieren dedicarse a esta labor por diferentes razones; una de las más usuales es porque según ella, quieren buscar nuevas oportunidades en la ciudad, ya que el trabajo del campo suele “ser muy difícil” y no bien remunerado.
Don Carlos Luna, al igual que doña Rosa, consideró que ”casi no se puede vivir del campo, al campo le dan duro por los insumos agrícolas, muy costosos, es costosísimo”.
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“El Gobierno no se da cuenta de los pequeños agricultores”
El panorama suele ser diferente para aquellos campesinos que pueden producir cientos de bultos al mes, o así lo considera don Carlos, quien aseveró que los más pequeños deberían recibir más apoyo por parte del Estado. “Deberían apoyar al campo porque la gente se está saliendo a la ciudad. Los productos se están vendiendo muy baratos, el campo no tiene un precio o un valor. Un bulto vale poquito”.
En esa misma línea se encuentra don Sergio Edmundo, quien reiteró que lo del apoyo al campesino en ocasiones es “una habladuría no más”, y afirmó que cuando el gobierno dice “voy a apoyar al campesino”, se refiere es a los grandes campesinos. “Inclusive uno llega a la oficina como es uno, un campesino, y no nos prestan atención pa’ nada, entre los grandes, ellos sí”
Doña Rosa agregó que a este problema también se suma la negativa del Estado o de algunas entidades bancarias a financiar algunos de sus proyectos aprobando créditos; en muchas ocasiones encuentran apoyo en microfinancieras, que se convierten en una opción tangible para sobrellevar las duras situaciones que se presentan o mejorar sus producciones.
‘Don Carlos’ reiteró que el gobierno “no ha venido, no nos han visitado. Nosotros solitos hemos sobrevivido” y por esta razón destacó la ayuda que le prestó una microfinanciera recientemente, “agradezco a Contactar que ellos sí entendieron y apoyaron al campo. El estado nada, a nosotros nos tocó rebuscarnos para sobrevivir”.
El clamor de campesinado colombiano se ha convertido en un grito de guerra que, de vez en cuando a través de alguna manifestación social, tiene un impacto certero y hace que los ojos se pongan sobre algunas de estas dificultades que a veces, por vivir en el encierro de concreto, no se pueden divisar de manera clara. Resulta fácil ir a la tienda, al supermercado o a la plaza de mercado a comprar algún alimento, pero el verdadero reto es que este llegue a estos lugares, que no se dañe, no se enferme o no se pierda, que se pague lo justo y que en últimas este se convierta en una posibilidad para ‘salir adelante’.
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Una pandemia en el campo
El COVID-19 afectó, sin duda alguna, a la gran mayoría de personas del planeta. Esta enfermedad obligó a que los gobiernos tomaran decisiones, algunas radicales como el aislamiento y el distanciamiento social, medidas duras, pero necesarias ya que no se sabía la magnitud del enemigo que estaban enfrentando. Esta situación no fue ajena al campo colombiano, donde muchos de los campesinos sobrevivieron con lo que la tierra les dio, el intercambio fue la clave y subsistir fue el objetivo.
“Fue muy difícil, ahí sí fue donde crecieron las deudas, el no poder trabajar. La pandemia nos afectó harto (...) con los vecinos, si no tenía papas le decía, ‘regáleme’ o ‘véndame’ y el vecino siempre decía, lleve, allá hay papas”, aseguró don Edmundo.
Con el pasar del tiempo, y con el regreso a la normalidad cada vez más lejos, la situación se complicó y así como señaló doña Rosa, algunos campesinos tuvieron que optar por ‘echar mano’ a sus ahorros. “Teníamos unos recursos guardados, tocó gastarlos bastante y sobrevivir de ahí. Si esa pandemia no se hubiera suscitado, nosotros tendríamos otros adelantamos más pero nos tocó gastarnos la platica”, afirmó.
“Nos perjudicó bastante porque nosotros no podíamos sacar los productos del campo, no había comercio y no se podía sacar por el miedo. Los productos se perdieron acá. Nosotros sobrevivimos de lo poco que había, de lo que dio la tierra”, afirmó don Carlos. No obstante y pese a las dificultades destacó que se pudieron “sortear” algunas de estas dificultades y pese a que ha pasado algo más de un año que se ha restablecido el comercio, muchos de ellos aún están pagando las duras consecuencias que dejó el virus más inesperado de los últimos años.
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“Mi mayor miedo es que no haya nadie quien cultive mi tierrita”
Los campesinos suelen ser personas muy sinceras, no disimulan y no se guardan nada, para ellos su realidad es más que suficiente para entenderlo todo y es por esto que advierten de la posibilidad que el “campo se acabe” ya que existen algunos factores que incrementan el miedo, el cambio generacional está terminando con el arado de la tierra, la siembra y la cosecha, ya que está siendo seducido por una nueva vida en la ciudad, dejando atrás en el olvido sus raíces, tradiciones y legado.
“Mi mayor miedo es que no haya nadie quien cultive mi tierrita, la tierra ya no hay quién las cultive. Las juventudes ya ellos no van a cultivar estas tierras, van a salir a la ciudad a buscar otra forma de vivir, estas tierras se van a acabar y las generaciones se van acabando. Nosotros ya no creo y los que vienen el campo los atropella y no les interesa esto”, aseguró Carlos Luna.
Doña Rosa no es ajena a esta realidad y afirma que, “las personas ya no están por acá, la juventud se fue a la ciudad ya, entonces el campo se está quedando solo porque las personas ya no trabajan en el y ahora las personas se van a la ciudad a buscar nuevos horizontes como dicen ellos y nos quedamos nosotros acá”.
Don Edmundo destacó que, “Mi hijo sabe qué me dijo, ‘Papá usted que es bruto que se va a quedar en el campo, yo no’” y afirmó que, “tal vez si yo tuviera una tierra. Por eso le reitero, si hubiera un apoyo del Gobierno que diga, ‘vamos a apoyarlo a usted para que se compre un lote de terreno para que no salga de su tierra’, pero ya no”.
Este llamado de algunos pequeños campesinos refleja lo que desafortunadamente es una realidad que, aunque muchos desconozcan, todos podríamos vernos afectados de esta. El amor por su labor no se ve recompensado, trabajan para sobrevivir y el riesgo es latente cada vez son menos las personas que toman la decisión de vivir de la tierra y esto implica, no solo el incremento en los costos de muchos productos, sino que con el pasar del tiempo una labor que representa tanto en la idiosincrasia colombiana podría quedar enterrado en el pasado.
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