El mundo estaba atravesando uno de los momentos más importantes de su historia. Los años 60 y particularmente 1968, fue una época en la que los centros de educación superior estaban teniendo un reaccionar de pensamiento ante las restricciones e imposiciones gubernamentales como nunca se había visto en la segunda mitad del siglo XX. Ese espacio de pensamiento provocó un efecto dominó en todo el mundo, comenzando en Europa hasta llegar a Colombia de una forma retardada, con leves síntomas de fatiga.
En Colombia, los estudiantes de la Universidad del Valle protestaron intensamente en 1971 porque las directivas de la institución estaban teniendo reuniones clandestinas con organizaciones de Estados Unidos; específicamente, con fundaciones como Ford y Rockefeller, que a través de inyección monetaria buscaban implementar en las universidades de Colombia un sistema más técnico y menos humanístico en los programas académicos.
Aunque esa nueva modalidad de estudios quería ser implementada en las instituciones públicas principalmente, la Universidad Javeriana había retirado las carreras de Sociología y Trabajo Social un año antes, en 1970. Ese mismo claustro, del que Carlos Pizarro era egresado, también se sumó a las protestas por las nuevas pautas en la educación del país. Esas marchas duraron cerca de seis meses y finalizaron a mitad de 1971.
Aquellas manifestaciones fueron reprimidas por la fuerza pública, provocando una hecatombe que no ha pasado desapercibida hasta hoy. Aquellos estudiantes con pensamientos de izquierda vieron la presencia del Ejército como una acción ofensiva que les permitiría entender que esas manifestaciones estaban teniendo resonancia.
El nacimiento de un movimiento estudiantil universal
Cabe recordar que uno de los frutos de esas ideas revolucionarias estudiantiles estuvo marcado por las diferentes protestas que se adelantaron alrededor del mundo, como las que se hicieron en Francia en 1968 a raíz de la exigencia de habitaciones y baños mixtos en la Universidad de Nanterre, según el libro 1968 escrito por Ramón González Férriz.
En México, miles de estudiantes protestaron contra el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz en 1968, y en octubre fueron asesinados alrededor de 300, crimen por el que el presidente y el Ejército siguen siendo investigados. En Japón los jóvenes estaban en contra de la guerra de Vietnam y las políticas entre el país y Estados Unidos, donde pasaba algo similar.
Según expertos, la confrontación por el dominio mundial entre el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético llevó a miles de estudiantes y civiles a tomarse las calles como única vía de protesta. En Colombia, mientras tanto, no había la posibilidad de formar partidos diferentes al Liberal y Conservador.
Uno de los detonantes del nuevo pensamiento que surgió en Colombia tenía relación con las asociaciones comunistas, que tuvieron sus inicios en 1930 y se extendieron desde esa fecha por todo el país de manera cautelosa, pues la ideología creada por Carl Marx y Friedrich Engels no eran aceptadas; eras perseguidas hasta el punto de asesinar a quienes compartían este pensamiento.
El comunismo estaba estrechamente relacionado, según el Estado, con los grupos subversivos como la guerrilla de las Farc.
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El comunismo en Colombia
Manuel Marulanda Vélez, un albañil que fue considerado uno de los fundadores del comunismo en el país al ser sindicalista, fue golpeado hasta perder la vida por el Estado colombiano en Bogotá. Su muerte desató un cambio en la forma como veían los campesinos al Estado.
La pérdida de Marulanda fue el detonante para entender que el Estado no aceptaba ningún pensamiento que no fuera el impuesto por los partidos tradicionales (Liberal y Conservador). Según registró El Espectador, el sindicalista murió en 1953.
Su muerte no fue en vano. Un hombre llamado Pedro Antonio Marín, que nació el mismo año en que llegó el comunismo a Colombia (sobre 1930), acogió el alias de Manuel Marulanda para continuar su oposición al Estado a través de la lucha armada en 1953. Él, junto con algo más de 130 personas, representaron la defensa campesina en Tierradentro, en Cauca.
Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda o Tirofijo, dejó las armas después de dos procesos de amnistía fallidos, pero su continuidad en la insurgencia se debió a la muerte de uno de sus compañeros: alias Charro Negro, su aliado de ideas comunistas y quien lo llevó a conformar un grupo subversivo a partir de conferencias en los campos de las diferentes regiones del sur de Colombia, asentándose durante los siguientes años en la recordada Marquetalia.
En ese lugar, ubicado al interior de la cordillera central montañosa en Tolima, el grupo campesino liderado por Tirofijo tuvo unas normas claras de convivencia, como conformar grupos de trabajo para sembrar maíz y arroz, así como adiestrar unidades y mandos militares. Y acentuó sus ideales a través de diez conferencias que realizó la primera en 1964 durante los siguientes años, siendo la última en 2016, poco antes de firmar el acuerdo de paz.
Sin embargo, Marquetalia fue atacada y diezmada por el Ejército; el grupo se desplazó a campos de los departamentos más cercanos. Con este ataque militar por parte del Estado, decidió convertirse en guerrilla, llamada en 1966 Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
Esa migración interna permitió que sus ideales llegaran a Cauca, Tolima y Huila, donde crearon escuelas a partir de una fuerza solidaria que reunió a campesinos y afrodescendientes en una lucha contra el Estado. Sin embargo, la represión por parte del gobierno nunca cesó y la búsqueda para acabar con la guerrilla generó, paradójicamente, el fortalecimiento de la misma, con la creación de siete bloques y cerca de 70 frentes.
Esas represalias se sumaron a los movimientos campesinos que reclamaban las tierras usurpadas anteriormente por los paramilitares en el Valle del Cauca y Cauca, conocidos como Pájaros.
La violencia que se vivía en el campo pasó a las ciudades, donde policías y el Ejército empezaron a realizar ‘limpiezas sociales’. Dichas matanzas diezmaron a los militantes que defendían esos colectivos como mecanismo de defensa de derechos, a fin de construir un orden social.
De forma paralela, los estudiantes vieron que algo estaba sucediendo en el país: los pensamientos de izquierda se pasaban a través de textos y conferencias clandestinas realizadas por los mismos estudiantes; luego de los 70, vieron en las marchas la única forma de mostrar su inconformismo con el Estado y con los consejos que se realizaban en las universidades con las fundaciones norteamericanas, consideradas como una amenaza a la nacionalidad por parte de buena parte del mismo estudiantado.
Los movimientos estudiantiles empezaron a intensificar sus marchas para exigir a los directivos de las universidades públicas una respuesta a las relaciones que tenían con el Estado. Específicamente, los reclamos fueron dirigidos a los rectores, que según el historiador Mauricio Archila, fueron llamados los rectores policías o los ‘polirectores’, quienes permitieron que el Ejército entrara a las aulas y el 26 de febrero de 1971, sacara a los estudiantes de la Universidad del Valle.
Esa reacción arbitraria impulsó a que otros estudiantes de diferentes partes del país se movilizaran en el último gobierno del Frente Nacional, en un panorama en el cual gobernaba Misael Pastrana Borrero, conservador que había puesto como ministro de Educación a Luis Carlos Galán, que a su vez incentivó una reforma estudiantil. Sin embargo, los diálogos con los estudiantes nunca llegaron y la universidad tuvo que ser militarizada de nuevo.
Para el historiador Mauricio Archila, profesor de la Universidad Nacional, este movimiento fue muy importante porque de allí salieron líderes muy importantes como Carlos Vicente de Roux (hermano del padre Francisco de Roux), Gustavo Gallón, Ernesto Samper, Rocío Londoño Botero y Eduardo Pizarro.
“Ellos eran los líderes del movimiento. Nosotros salíamos a marchar varios días, aunque yo no participé en las reuniones clandestinas, si era un estudiante de base que participaba en las marchas”, indicó el historiador a Infobae Colombia.
Por su parte, señaló que poco tuvo que ver la guerrilla en los movimientos estudiantiles, aunque el auge de la izquierda fue impresionante en esa época. Llamaron la atención de la crisis que atravesaba la educación pública en el país. Al final, las protestas sirvieron para que la soberanía de las universidades se mantuviera y en esa moderación Luis Carlos Galán tuvo su aporte.
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