Le llegó el turno a Gustavo Petro de ser calificado a partir de la simbólica cifra de los primeros días de su administración. Infortunadamente para Colombia, no hay nada positivo que resaltar en lo que va de su mandato.
El tiempo transcurrido desde el día de la posesión presidencial de Petro hasta hoy, gravita sobre un mar de incertidumbre, inflación, fuga de capitales, depreciación del peso colombiano, aumento de la inseguridad urbana y rural, populismo dentro y fuera del país, errores garrafales de sus ministros, e insatisfacción de millones de colombianos materializada en tres gigantescas manifestaciones populares en su contra.
La sensación generalizada es que todo anda mal, para la prospección política y económica del país; máxime que según una encuesta realizada por el diario económico La República entre 500 empresarios colombianos, la evaluación fue drástica. Solo el ministro de Hacienda pasó de 3.0, pero ni siquiera llegó a 3.5, los demás ministros obtuvieron notas inferiores a 2.0, y entre ellos, ocho con menos de 1.9
La peor calificación fue para la ministra de Minas, Irene Vélez, quien, además de ignorancia manifiesta en el manejo y las tendencias de la importante cartera bajo su dirección, denota muy escasa idoneidad profesional para ser ministra de cualquier campo, o para estar a tono con las tendencias internacionales de este renglón de la economía local, regional y mundial.
En la interacción con organismos multilaterales y cumbres puntuales sobre asuntos de trascendencia geopolítica mundial, Petro ha patinado por populista, oportunista y apegado al sesgo ideológico, como si todavía fuera el antiguo guerrillero comunista de su juventud. Con sus salidas en falso, en ocasiones da la sensación de que le faltó más tiempo en prisión para haberse resocializado.
Su primer error fue retirar a Colombia de una votación en la OEA en contra de las constantes violaciones a los derechos humanos por parte la dictadura sandinista contra el pueblo nicaragüense. Luego, fue a la reunión anual de mandatarios en la ONU y, en lugar de utilizar el escenario para atraer inversión internacional que redunde en desarrollo, se dedicó a despotricar de los países ricos y a dejar la sensación de que no estaba representando a Colombia en la ONU, sino a los carteles del narcotráfico, con el fin de legitimarlos mundialmente.
De remate, en la reciente Cumbre COP27 en Egipto, ante un incrédulo auditorio preocupado por la grave situación económica mundial y la crisis de hidrocarburos atada a la guerra que generó la invasión rusa a Ucrania, Petro exteriorizó desenfocadas ideas que parecían haber sido dichas por su mal calificada y poco idónea ministra de Minas.
Desde siempre Petro ha exteriorizado sentimientos de animadversión ideológica de tinte marxista-leninista contra las instituciones militares y de policía, a la empresa privada y un deseo manifiesto de desconocer la igualdad y la independencia de las tres ramas del poder público. Aunque, de dientes para afuera dice ser un demócrata convencido de la igualdad y las libertades; en esencia, es un autócrata en potencia que, al estilo de sus similares en el mundo, hace populismo para consolidarse y atornillarse al poder.
Medidas tales como desarticular el alto mando militar y de la Policía, prometer a todos los soldados que van a ser generales, ofrecer cargos públicos a personas con antecedentes terroristas, llamar presos políticos a los vándalos de la primera línea que han destruido ciudades en protestas afines al ideario marxista de Petro, “dialogar” con todo tipo de delincuentes para hacer “la paz total”, buscando ambientar una asamblea constituyente que lo eternice en el poder, no solo son disparates políticos, sino que se convierten en argumentos para generar odios irracionales y resurrección de violencias aún no superadas, en particular por los conflictos en torno al narcotráfico, la minería ilegal o la posesión de la tierra, de tanta incidencia en recientes y prolongados conflictos en el país.
En síntesis, cien días de desgobierno de Petro y su impreparado equipo, dejan incertidumbre, sinsabor, contracción económica, desconfianza en el futuro del país, incremento de la conflictividad social y la sensación de megalomanía en un mandatario que actúa aferrado a fantasmas ideológicos del pasado, cuyas decisiones crean desafortunados pero previsibles escenarios regionales de violencias aún no superadas.
Por ahora, nada positivo para resaltar de los primeros cien días de desgobierno de Petro. Solo populismo, búsqueda de un Nóbel de paz e ignorancia de su gabinete.
* Luis Alberto Villamarin Pulido. Teniente coronel de la reserva activa del Ejército; autor de 40 libros de geopolítica, estrategia y defensa nacional