La noche del 8 de noviembre de 2022 quedará en la memoria de los fanáticos colombianos de la banda norteamericana The Killers, como la vez en que asistieron a un concierto de casi tres horas, lleno de emociones y una más que especial afinidad con su vocalista, Brandon Flowers, quien pese a tocar en suelo cafetero por tercera vez, se mostró tan conmovido como a la primera, deleitando al público con su carisma y los temas más emblemáticos de la agrupación de Las Vegas.
Sin embargo, todo pudo haber sido un desastre total. Seguramente, además del show, quienes asistieron al evento nunca olvidarán la tremenda odisea que supuso llegar hasta las intalaciones del Coliseo Live, en las inmediaciones de la capital del país. Lluvia y un tráfico en exceso pesado, además de accidentes causados por choques entre vehículos e inundaciones, hicieron que durante casi ocho horas la movilidad en esa zona de Bogotá estuviera prácticamente colapsada.
T y yo salimos de casa alrededor de las 6:30 p.m. Los buses que los organizadores del concierto dispusieron para la movilidad de la gente habían empezado a salir desde las 3:00 p.m, en diferentes puntos de la ciudad. Quienes se decidieron por tomar otros medios para desplazarse también empezaron a moverse en esa franja horaria, más exactamente entre las 4:00 p.m. y las 5:00 p.m. Sin embargo, la mayoría de los asistentes, trabajadores que deben completar las ocho horas diarias de labor, no pudieron emprender camino sino hasta las 5:30 p.m. o 6:00 p.m. Ese fue nuestro caso.
Llegamos al punto de salida a eso de las 7:15 p.m. La fila no era muy larga y recién había pasado el bus anterior. Salían cada media hora con destino al sitio del evento. Antes de llegar, habíamos oído por la radio que la movilidad estaba complicada en ese sector y que mucha gente había tenido que bajarse de los buses para caminar. Además, las lluvias complicaban los desplazamientos, tanto en vehículos como a pie.
Tuvimos que esperar la media hora correspondiente y cuando llegó el bus nos preocupamos un poco. No era tan grande como el anterior y el último que recogería gente estaba programado para las 8:00 p.m. De entrada, sabíamos que si no tomábamos éste ya no llegaríamos a tiempo. Para fortuna nuestra, quedaban tan solo cuatro puestos y un grupo de amigos, que eran más de cuatro, nos cedió el paso y pudimos entrar. Ahí, la emoción estaba por lo alto, pero empezó la pesadilla.
El bus andó hasta donde pudo y luego todo se detuvo. Literal, todo. Creo que alcanzamos a dormir alrededor de una hora. Para cuando nos despertamos, según el GPS, faltaban 40 minutos de camino, pero el radar no tomaba muy en cuenta la situación del tráfico. Empezábamos a resignarnos cuando el reloj marcó las 9:00 p.m. El conductor del bus hacía lo que podía, pero la realidad era que no había posibilidad alguna. Llovió de nuevo y con la caída de las gotas, la de nuestra emoción.
La banda debía salir a las 9:30 p.m. y nosotros aún estábamos a casi una hora de camino, pues con cada actualización del GPS, se añadían 10 0 20 minutos. Muchas personas comenzaron a evaluar la posibilidad de bajarse e ir caminando. Los primeros en hacerlo se decidieron cuando, a paso medio, aún quedaban casi dos kilómetros. El otro grupo se decidió diez o quince minutos antes que el nuestro, porque sí, también nos decidimos por bajarnos. Le agradecimos al conductor del bus, pues su esfuerzo fue notorio, y en un grupo de cerca de doce personas, nos bajamos y echamos a andar.
Ya no caía lluvia, pero el aire era pesado. Los de adelante comenzaron a trotar y luego todos lo hicimos. Había que seguirles el paso, pues eran las 10:10 de la noche y en esa zona de la ciudad no es que se practique mucho el crossfit. Era una marcha a muerte. Le apostábamos el todo. Déjamos de ver el reloj unos diez minutos después de empezar la marcha. Seguimos y seguimos. Atravésamos vías sin espacio para transeúntes y caminos sin pavimentar. Nos ensuciamos de barro y nos mojamos en sudor. Finalmente, y no pregunten la hora, llegamos.
Horas después supimos que la banda había salido a tocar más tarde de lo previsto porque no toda la gente había conseguido llegar, y con razón. Hot Chip se encargó de entretener al público presente durante varios minutos. Luego supimos también que lo que nosotros pasamos ya lo habían pasado otros y a los que nos siguieron les tocó peor. El ingreso, por suerte, fue rápido. Boleta en mano, código QR, identificación de puertas. Un montón de gente corríamos desesperados para llegar a nuestros lugares. Y, entonces, los escuchamos. La emoción volvió al cuerpo. Human, de fondo. Y a cantar.
Para ese momento, la banda ya había tocado alrededor de cinco o seis temas (When You Were Young, Jenny Was a Friend of Mine, Smile Like You Mean It, Shot at the Night, Running Towards a Place). La fiesta había comenzado sin nosotros, pero no terminaría sin que por lo menos pudieramos gritar al unísono un par de canciones. Y, bueno, no fueron un par, sino más de doce.
¿El momento más alto? Cada quien tendrá el suyo, pero creo que algo especial sucedió en tres pasajes, particularmente, con un bonus incluido. Y empiezo por ahí, cualquier canción del Hot Fuss siempre será motivo de algarabía. Es uno de los discos más importantes, sino el que más, de la banda norteamericana. Somebody Told Me puso al público a saltar y, a partir de ahí, frenesí total.
El primer momento llegó con Runaways, que le permitió a Flowers conectarse plenamente con el público. Fueron alrededor de tres minutos cantando a coro el pasaje de ‘We can’t wait till tomorrow’... Simplemente, súblime. El segundo momento se dio con el tema que parecía cerrar la noche: All These Things That I’ve Done. La fiesta fue total. Luces, explosión de papelitos, pirotecnia. De todo en un espacio muy corto, y claro, la sonrisa del artista.
Debo resaltar aquí que pese a que la banda ya había visitado Colombia en varias ocasiones, esta era la primera que T y yo presenciábamos. Lo que genera en escena Brandon Flowers es algo surreal. Su energía, su calor humano, su entrega al público, y, por supuesto, su voz. La palabra para describirlo sería impecable.
El tercer momento, cuando todos pensábamos que ya se acababa el concierto, llegó después de un breve receso, entre uno y dos minutos. The Man, boy y Just Another Girl fueron la entrada para la canción que hizo que toda aquella odisea valiera la pena, que todo este tiempo esperando por verlos fuera, simplemente, preciso. Todo el público, y no exagero al decirlo, absolutamente todos estábamos esperando esa canción, y de no ser por las buenas bases que tiene el Coliseo Live, el lugar se habría venido abajo con tanta energía acumulada. Mr. Brightside cerró con broche de oro una presentación digna del recuerdo y, de paso, nos permitió a más de uno desahogarnos. No recuerdo haber gritado y gozado tanto con otra canción en ningún otro concierto.
“Thank you for coming tonight”, dijo el vocalista, tocándose el pecho y haciendo una venia. “We are The Killers, from Las Vegas, Nevada”. Desapareció del escenario en medio de aplausos y por unos minutos más se quedó el resto de la banda, dejándonos como obsequio extra una buena tanda de sonido a lo rocker. Pura batería, platillos y redoblantes. Cierre perfecto.
La salida, por lo menos para nosotros, estuvo mejor que la llegada. Los buses llegaron rápido al lugar y así mismo se encaminaron hacia los puntos de recogida. Tómamos un auto al llegar y luego de que nos dejara en casa, a eso de las 2:30 a.m. del 9 de noviembre, me di cuenta de que había dejado mi teléfono en el asiento de adelante. “Ahí tienes tu crónica”, me dijo T. Después, el conductor del auto volvió para regresarme el teléfono. Qué día. Finalmente, después de la tempestad, vino la calma.
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