Tres años de la muerte de Alfredo Molano Bravo: el cronista que tenía a Colombia metida en la cabeza y en los pies

Periodistas, sociólogos y antropólogos buscan continuar el legado de uno de los cronistas más destacados del país, cuyos relatos sirvieron de base para la elaboración del Informe Final de la Comisión de la Verdad, otro documento clave para la comprensión, tanto de la obra de Molano como del conflicto armado en Colombia

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Alfredo Molano Bravo nació en
Alfredo Molano Bravo nació en Bogotá en 1944. Cursó estudios de sociología en la Universidad Nacional de Colombia y uno de sus últimos trabajos fue como integrante de la Comisión de la Verdad. Murió el 31 de diciembre de 2019 en la capital del país. FOTO: Archivo

Muchos de los grandes trabajos periodísticos no han sido hechos por personas que hayan estudiado esta carrera o que se hayan dedicado específicamente a ella; ejemplos en Colombia hay muchos, como Jaime Garzón Forero, quien estudió Física y después Derecho, pero tuvo la capacidad de incomodar, con un micrófono, una cámara y mucho ingenio, a todo el sistema político colombiano; otro ejemplo, con mucha más tierra en sus botas y miles de kilómetros de tierra recorrida, es Alfredo Molano Bravo, infaltable para la comprensión de casi un siglo de conflicto armado interno.

Sociólogo de profesión, este ‘baquiano ilustrado’, como lo describió el escritor Julio César Londoño en una columna de El Espectador, fue en vida precisamente eso: un conocedor de caminos, trochas, senderos, atajos y cientos de historias relacionadas con la guerra interna, que dejó documentadas en brillantes títulos como A lomo de mula”, que describe la génesis de las Farc, y el cual funcionó de base para la construcción de otros documentos necesarios para la comprensión del conflicto, como el Informe Final de la Comisión de la Verdad, invaluable legado que dejó gracias a su trabajo como comisionado hasta su muerte, el 31 de octubre de 2019.

Justamente, en el prólogo de A lomo de mula, Fidel Cano, director del diario El Espectador, describió a Molano Bravo como uno de los pocos colombianos que tenía el país metido el la cabeza, en los ojos y en el barro de sus zapatos. “Va, mira, echa carreta, interpreta y cuenta. Pero va a donde pocos van, habla con quienes nadie habla, interpreta con base en un país que conoce a lomo de mula como casi nadie y cuenta con narrativa excepcional esa Colombia que ‘las mayorías‘ no ven, o no quieren ver, o no dejan que se vea”, dijo el reconocido periodista sobre el sociólogo.

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Fue uno de los pocos cronistas que se atrevieron a recorrer las regiones donde el conflicto no ha cesado, pese a existir un acuerdo de paz con la guerrilla más antigua del mundo, y sobre la cual nació uno de sus libros más importantes. Conoció de primera mano las historias que abundan en la mal llamada ‘Colombia profunda’, pues no hay zonas profundas sino olvidadas por el Estado y por quienes vivimos en las ciudades, muchas veces ignorando la guerra que se vive a miles de fincas de distancia, y dio a conocer la guerra rural en las ciudades a través de su obra literaria. De no ser por ‘Los años del tropel’, muchos en Bogotá no sabrían de toda la barbarie que ocurrió durante La Violencia, el corte de corbata o las tomas a sangre y fuego de pueblos como Betania, El dovio y Ceilán por parte de los Pájaros apoyados por la Policía.

Gracias a sus textos se ha quebrado de a poco esa barrera de desconocimiento, a veces patrocinada por esa parte de la clase política tradicional que busca una perpetuación total del conflicto; en ocasiones por el centralismo colombiano que vulev einvisible aquello que no ocurra en las grandes ciudades e incluso por la complicidad, consciente o no, de los medios de comunicación que se unen a la costumbre de narrar el conflicto desde los escritorios; es decir, sin viajar al territorio.

Todo ese recorrido territorial de Molano Bravo funcionó como cimiento para construir el tomo ‘Colombia adentro’ del Informe Final de la Comisión de la Verdad; otro relato tan extenso como el conflicto mismo. De hecho, la entidad homenajeó al sociólogo y destacó la importancia de su trabajo como comisionado, pues no solo se basó en su oralidad para nutrir el volumen que se compone de relatos sino que, al igual que otros tantos funcionarios, tuvo que viajar a zonas que seguramente ya había recorrido en más de 40 años de trabajo, para escuchar más testimonios de víctimas y victimarios del conflicto armado.

Citando —nuevamente— a Cano, no contaba la única realidad, pero sí la más cercana a la vida, y como dijo el mismo Molano, “no se necesitan documentos acartonados y descoloridos por el tiempo para convertir un hecho en histórico; la historia no se refugia en las notarías ni en los juzgados, ni siquiera en los periódicos”.

Desde la orilla izquierda del río le dio una voz diferente a la narrativa del conflicto y puso en tela de juicio el verdadero papel del Estado en la continuación de la lucha que él mismo. Como él, pocos, y al igual que con Jaime Garzón y Germán Castro Caycedo, Molano se convirtió en un emblema del periodismo pese a no estudiarlo en la academia. “La historia es una voz llena de timbres y de acentos de gente anónima”.

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