
Fue un miércoles y eran algo más de las 10 de la mañana y en uno de los reservados de La Gran Vía, un café del centro de Bogotá, Ricardo Rendón le daba los últimos tragos a su cerveza, una Germania, y las últimas caladas a su cigarrillo, deja la colilla y escribe en un papel: “Suplico que no me lleven a casa”.
El señor Murillo, dueño del local, y sus empleados, después de servirle la cerveza a Rendón se entretuvieron en los menesteres propios del establecimiento de rancho y licores, uno en las cuentas, otros organizando mercancía y por unos minutos se olvidaron de su cliente, que como era habitual había entrado vistiendo de negro, como en un interminable luto.
Un ruido seco, de algo rompiéndose, alertó a Murillo, que envió a uno de sus empleados a ver si al maestro le había pasado algo. Un grito hizo correr al dueño del local hacia el reservado en el que el Rendón llevaba unos 20 minutos coqueteando con la Parca. Al entrar lo encontró en el suelo, de medio lado y en un charco de sangre. Sobre la mesa, la nota. “Suplico que no me lleven a casa”.

Ricardo Rendón Bravo nació en Rionegro, Antioquia, el 11 de junio de 1894. Hijo de Ricardo Rendón y Julia Bravo se convertiría en uno de los caricaturistas más importantes en la primera mitad del siglo XX en Colombia. A los 17 años su familia se trasladó a Medellín en donde ingresa a la Escuela de Bellas Artes, y fue discípulo de Francisco A. Cano, uno de los grandes academicistas de principio de siglo.
Pronto su talento y la potencia de su trazo y su agudísimo sentido del humor le abrieron espacio en los círculos intelectuales antioqueños, en los que coincidió con León de Greiff y otros jóvenes de espíritu indomable e inconformista que buscaban renovar las letras y las artes, por lo que fundan Los Panidas.
Para 1918 se trasladó a Bogotá, en donde, con ya algo de renombre se le abrieron las puertas de los grandes diarios colombianos, El Espectador y El Tiempo, que se sumaron a su lista de clientes en los que a la postre figurarían la revista Cromos, y los diarios El Gráfico, El Colombiano y La República. En un tiempo en el que el poder de la prensa escrita era incuestionable.
Al respecto, Matador, reconocido y polémico caricaturista pereirano, opina que a Rendón “le tocó vivir en un tiempo en que los periódicos tenían una un poder brutal y una editorial o una caricatura podría tomar un ministro y hacer temblar el gobierno. Hoy en día, eso no pasa. El tiempo que le tocó vivir a él es un tiempo como maravilloso en el sentido de que es como un renacimiento de la caricatura y él es un parte aguas en ese sentido”.

Desde su trinchera, la del dibujo y el humor, Rendón fue un acérrimo crítico de la Hegemonía Conservadora, los casi cincuenta años de gobiernos conservadores que después de la promulgación de la Constitución de 1886 intentaron consolidar un proyecto de nación basado en la autoridad fuerte, la estrecha relación entre el Estado y la Iglesia, y en la que se adelantó la Misión Kemmerer, que entre otras cosas redundó en la creación del Banco de la República; también fue, en las postrimerías del periodo conservador, que tuvo lugar la masacre de las bananeras que a la postre, entre otras causas, ayudaría al regreso del liberalismo al poder.
Y es que fue tanta la popularidad y el renombre que cosechó gracias a su talento, que incluso le llegaron propuestas de los Estados Unidos para que trabajara en el New York Times, pero las rechazó, entre muchas razones, por su incorregible espíritu antiyanqui. “Yo gano aquí 1.000 pesos y pago otros 1.000 por no tener que vivir en Nueva York”, dijo en algún momento, según cuenta Álvaro Montoya Gómez.

La caricatura de Rendón puede ubicarse en lo que se conoce como caricatura de síntesis, que en la revista Panida, del 25 de mayo de 1915, bajo la dirección de Pepe Mejía, la definirían –y con esta el propio trabajo de Rendón, que era habitual colaborador de esta– así:
Por su parte, Luis Nieto Caballero, amigo de Rendón y que le dedicó unas palabras en El Tiempo el día después del suicidio del caricaturista, además de ponderar la potencia y fuerza de su trazo, que tenía tanto limpio y sutil como de corrosivo, destacó cómo sirven como documento para conocer la realidad política que vivió.

En una publicación de El Tiempo del 2 de noviembre de 1928 le dedicaron unas líneas a la obra de Rendón, que para entonces ya era toda una celebridad.
Beatriz González, que además de pintora es investigadora y curadora, para una exposición que se realizó hace unos años en la Biblioteca Luis Ángel Arango, de Bogotá, escribió:
Vladdo reconoce que Rendón es, junto con el maestro Osuna, uno dos de los más grandes caricaturistas de la historia colombiana, además de un dibujante, anatomista y fisonomista excepcional.
Para Matador el talento de Rendón, además de los valores plásticos de su obra, radica en su capacidad para leer el momento en el que estaba viviendo y sacarle, a esa realidad, comentarios oportunos.

Una vez el señor Murillo encontró a Rendón en el suelo corrió a llamar al agente Eugenio Muñoz, que llamó al teniente Samuel Gaitán, que pidió un ambulancia que trasladó al agónico Rendón a la casa del doctor Manuel Peña. Al levantar el cuerpo del caricaturista, según publicaron en El Tiempo al día siguiente del fallecimiento de Rendón, este estaba inconsciente pero con los ojos abiertos y exhalando “un débil ronquido”, junto a él encontraron su pistola, una Colt calibre 25 a la que le encontraron dos balas y un casquillo. Una sola bala le bastó Rendón para matarse, como en sus dibujos, la síntesis era importante, la economía.
Más adelante el doctor Peña explicó que en el intento de contener la hemorragia se le realiza una trepanación para descomprimir el cráneo, y para facilitar la extracción del proyectil. Lamentablemente, Rendón moría a las 6 de la tarde del 28 de octubre de 1931. Tenía 37 años.
Al día siguiente, cuando la ciudad lamentaba la muerte del gran caricaturista, Luis Nieto Caballero escribió:
“La muerte de Rendón es una luz que se apaga. Como en los versos de Verlaine, llueve en la ciudad y llueve en los corazones. Y lo que llueve es tristeza”. Hoy, 91 años después, sigue lloviendo tristeza en Bogotá.

Para ver la obra de Ricardo Rendón, que digitalizó el Banco de la República, se puede acceder aquí.
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