Guerra de los Mil Días. La Guajira. Nemorino es un ingenuo y pobre campesino que se muere de amor por Adina, una hermosa y acaudalada mujer de la región que es indiferente ante las declaraciones de amor de Nemorino, que corto de ideas no sabe cómo más intentar ganarse el corazón de Adina, hasta que esta le lee al pueblo unos fragmentos de Tristán e Isolda en los que hablan de un misterioso brebaje, un elíxir que derriba las talanqueras del amor esquivo.
¡Esa es la solución! ¿Pero dónde conseguirlo? ¿Cómo destilarlo? ¿Y sus ingredientes? Nuevas dudas y angustias abruman el corazón de Nemorino, mientras que a la ranchería llega el orgulloso y pomposo sargento Belcore, que al ver a Adina se enamora perdidamente e inmediatamente le propone matrimonio frente a un atribulado Nemorino, que ya no sabe qué hacer. Su breve ilusión parece extinguirse hasta que aparece Dulcamara, un culebrero que allende las fronteras del pueblo recorre la región vendiendo todo tipo de mejunjes, pomadas, brebajes y elíxires.
Nemorino, con el poco dinero que tiene, se acerca a Dulcamara y le pregunta por un mágico elíxir. El culebrero, siempre en busca de nuevas presas, le dice que por supuesto, que él mismo sabe destilarlo y que conoce la receta, y se la venderá por una módica suma: exactamente el mismo dinero que Nemorino tiene en el bolsillo. Eso sí, advirtiéndole que para que el elíxir de amor haga efecto —así como su estafa— debe esperar un día —el mismo tiempo que necesita Dulcamara para escapar del pueblo—. Nemorino, ingenuo como es, le cree al ‘doctor’ y le entrega todo su dinero, una moneda, y siguiendo las instrucciones bebe el elíxir, que en realidad es chirrinchi.
Un poco ebrio de amor —y por el elíxir—, Nemorino se encuentra de nuevo con Adina y, confiado en la pócima, se muestra indiferente, pues sabe que apenas despunte el alba ella caerá a sus pies. Adina, que no está acostumbrada a la indiferencia y el rechazo, empieza a ver con otros ojos al pobre e ingenuo campesino, sin embargo, orgullosa y algo despechada, anuncia al pueblo que su boda con el sargento Belcore será adelantada, pues el militar debe partir del pueblo; la guerra civil sigue y el deber llama.
Baja el telón. En el teatro dan 20 minutos de intermedio, pero acá no podemos permitirnos esto, así que seguimos.
La boda de Adina y el sargento Belcore parece inevitable, incluso el palabrero del pueblo ya está listo para que se consolide la unión, sin embargo, algo pasa y Adina se parece arrepentir y aplaza la boda. Otra vez la sombra de la duda y la angustia ahogan a Nemorino, que corriendo busca a Dulcamara, pidiéndole, una vez más, una nueva poción, un elíxir de amor más potente, que tenga un efecto inmediato, pues no tiente tiempo que perder. ¿El problema? El mismo de todo el mundo, el dinero. A Nemorino no le queda un peso, pero Dulcamara, que a la postre no es el insensible estafador que todos pensamos, le da 15 minutos para que consiga unas monedas.
Desesperado y taciturno, Nemorino camina por el pueblo hasta que se encuentra con su rival, que incapaz de hacerle algo, le ofrece 20 pesos a cambio de que se enliste. Sin dudarlo el ingenuo campesino acepta y le firma, con una x, un contrato al sargento Belcore que, sonriendo con picardía, le entrega una bolsa de monedas. Nemorino corre hasta donde el ‘doctor’ Dulcamara para que le venda el nuevo elíxir, que una vez tiene en las manos bebe frenéticamente.
Entre tanto, las mujeres del pueblo se reúnen para cotillear y una de ellas confiesa un secreto: Nemorino ahora es el hombre más rico del pueblo, su anciano tío murió y le dejó una basta herencia, por lo que, al verlo llegar, todas lo rodean y atiborran de mimos y halagos. Adina, que ve todo, se resiente al ver que ya no es la razón de los suspiros de Nemorino. La mujer se encuentra, entonces, con Dulcamara que le cuenta lo que ha hecho Nemorino, confesándole, también, la treta con la que le quitó los últimos pesos al ahora acaudalado terrateniente.
Adina, al conocer la verdad y enternecida por la fidelidad y el inexorable amor de Nemorino, decide salvarlo de su bélico destino y consigue hacerse con el contrato que le firmó al sargento Belcore, otorgándole, así, a Nemorino, su libertad.
Lo que pasa de aquí en adelante, me lo reservo para que vayan a ver esta divertida historia en el Teatro Julio Mario Santo Domingo, en donde, el 26, 28 y 30 de octubre, Sergio Cabrera se estrena como director de ópera con este montaje de El elíxir de amor de Gaetano Donizetti.
A propósito del estreno de El elíxir de amor, Infobae Colombia habló con Cabrera sobre los retos de dirigir este montaje, su amor por la ópera, que en su paso por la guerrilla le provocó un castigo al usar la radio de la revolución para satisfacer “sus gustos pequeño burgueses” y el por qué ubicarla en La Guajira y en la Guerra de los Mil Días.
Sergio, cuéntenos, ¿cuál era esa ópera que estaba escuchando cuando lo ‘pillaron’ en la guerrilla y qué castigo le pusieron?
No recuerdo con precisión, pero creo que era La Traviata (de Giuseppe Verdi), y el castigo fue ocho días de rancho, o sea, me tocó cocinar durante ocho días, porque lo normal en una guerrilla es que cada día cocina uno, y cocinar es duro.
Era La Traviata o Un Ballo in Maschera, no recuerdo bien, pero, para esa época, yo ya era un conocedor de ópera, y fue casualmente porque el radio lo usamos para escuchar las noticias y estaba en mis manos y cuando fui a pagar caí en Radio Nacional, o una emisora así.
El proyecto de dirigir una ópera casi que fue una idea de Gloria Zea, ¿qué tanto pesa su sombra a la hora de realizar el montaje de El elíxir de amor?
No sé, Gloria de verdad que era un amante que hizo mucho por la ópera y por la cultura en general en Colombia. No es que pese, digamos en la puesta en escena, sino que en algunos momentos y lo he conversado con René Coronado, el director de Colombia, que me ha dicho: yo estoy seguro de que a Gloria le gustaría mucho ver la versión a la que hemos llegado, pues con frecuencia los directores de escena de ópera, pues buscan cómo acomodar la ópera al mundo contemporáneo, o a su país, o a sus regiones, pero acá yo creo que hemos dado en el clavo: es una ópera que realmente puede suceder en un sitio como La Guajira, y que visualmente va a ser muy bonita. Se suman muchos factores, entonces, no es que la sombra de Gloria pese, pero yo estoy seguro de que a ella le gustaría mucho la forma en cómo lo estamos montando.
¿Por qué escoger La Guajira y por qué ubicarla temporalmente en la Guerra de los Mil Días?
En el libreto original, en solo una línea dice: la acción transcurre en un pequeño poblado del País Vasco en 1840. En 1840 el País Vasco era el final de Europa, era lo más lejano de la civilización posible y eso es un poco La Guajira para nosotros.
En algún momento tuve la tentación de hacer una versión, no en La Guajira, sino en Villa de Leyva o en Barichara de esa misma época, porque me parece que esa época de la Guerra de los Mil Días es muy apropiada para la historia que se cuenta: un chico pobre está enamorado de la chica rica del pueblo y parece que va a pasar algo y llega un militar y le pide matrimonio a la chica... en un mundo un poco como feudal, que hoy en día no funcionaría, tiene que estar situada en el siglo pasado.
No es la intención, pero al situarla en la Guerra de los Mil Días ese personaje, el militar que llega, Belcore, es una especie de coronel Aureliano Buendía y sus soldados, son soldados de la Guerra Civil, entonces como que, sin proponérmelo, el espacio entra en un mundo como del realismo mágico... porque está Dulcamara, que es el vendedor de elíxir, pues es un chamán, un chamán culebrero... y todo va como encajando muy bien y cuando se me atravesó la idea de que fuera en La Guajira ningún otro escenario me pareció apropiado.
Y eso le pasa a uno siempre cuando está creando algo, como que las cosas van encajándose y de pronto, cuando uno mira para atrás dice, cómo pudo ocurrírseme que había otra forma diferente.
De esa idea original, ¿qué ha cambiado o se ha mantenido intacta?
Realmente he tenido mucha suerte porque la Ópera de Colombia y el Teatro Julio Mario Santo Domingo, que son los productores, están haciendo un esfuerzo gigantesco para que la idea se pueda montar tal cual, pues hay pequeños inconvenientes y eso, pero la idea está saliendo tal cual, empezando por el casting.
La ópera, desde luego, es una fantasía. No, la gente no vive cantando, pero cuando tú creas un universo virtual y es creíble, o sea, si tú lo haces creíble, pues pasa igual que cuando ves Jurassic Park o sea, no sabe que no hay dinosaurios, pero te los crees porque están bien hechos. Entonces, para que mi elíxir de amor sea creíble, yo, entre otras cosas, quería que el casting fuera perfecto, o sea, que Adina fuera realmente una mujer hermosa y de la edad que le corresponde para que Nemorino se enamore de ella...
Realmente han hecho un esfuerzo muy grande por darme por dar me gusta, porque todos los coristas vienen de Europa, e incluso el colombiano, que hace de Nemorino, trabaja y vive en Italia.
Este proyecto se lleva cocinando ya hace un par de años, ¿cuánto ha durado y cómo ha sido?
La idea, cuajándose, lleva como dos años, porque hace dos años fue que tomé la decisión de que fuera El elíxir de amor y que fuera en La Guajira, y a partir de ahí, pues durante más o menos un año estuve echándole cabeza y pensando e investigando un poco, y hablando con René Coronado de la Ópera Colombia de lo que yo necesitaría, y más o menos en el mes de noviembre del año pasado ya empezamos a trabajar en reuniones serias con el director de arte, de vestuario, con el director musical, con el director de la Filarmónica, y ya desde hace tres meses se está construyendo la escenografía.
¿Cómo ha sido esta experiencia de entrar, como director, en ese mundo que has vivido como consumidor de óperas?
Es muy emocionante de poder estar en la ópera y estar trabajando con solistas... me siento como un niño en una juguetería, pero claro es finalmente un trabajo y a mí siempre las películas y todo me generan una emoción parecida, el hecho que sea una ópera, pues tiene lo de la novedad.
¿Cuál ha sido el principal reto de enfrentarse por primera vez a la dirección escénica de una ópera?
Los principales retos en una ópera, o en una película, es primero saber lo que se quiere y eso, que parece tan elemental, es muy difícil. Insisto en hablar de cine porque es lo que más conozco, pero ópera o cine, igual tú tienes que tener el resultado final en la cabeza, si no no puedes exigir nada.
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