“(...) Una vez un policía me dijo en la cara ‘Oye, huevón, si tú crees que vas a venir con tu musiquita de mierda a Santa Marta estás equivocado, este lugar no es para ti, lárgate de aquí, diabólico de mierda’” fue uno de los testimonios de rockeros y metaleros que vivieron en carne propia la estigmatización y constantes abusos no solo por parte de los sectores más arcaicos y conservadores, sino también de agentes del Estado y grupos paramilitares en una de las regiones que más vivió este fenómeno durante finales de los años 90 y comienzos de los 2000.
La fuerza que tomaron los paramilitares en esta zona del país tuvo su génesis en la segunda mitad de los años 80, cuando Hernán Giraldo Sierra, conocido años más tarde como El señor de la Sierra organizó —como respuesta a un ataque perpetrado por las Farc contra su familia— uno de los escuadrones paraestatales más sanguinarios del país que posteriormente fue identificado como el Bloque Resistencia Tayrona de las Autodefensas Unidas de Colombia —AUC—. Y en conjunto con la fuerza pública, no solo tenían como objetivo a grupos insurgentes, sino también a líderes sindicales y toda muestra que fuera en contravía de las tradiciones de la región, incluyendo las bandas de rock, metal y sus integrantes.
En ese entonces los parches samarios tenían como motivo principal de ansiedad un nuevo lanzamiento de Sepultura o quizá de Anthrax, pero el miedo fue ganando terreno a medida que asesinaban gente en bares. Después llegaron los panfletos donde, con nombres propios, amenazaron a estas bandas con silenciar sus guitarras y baterías a cambio de no morir. Estas amenazas se sumaron a las miradas por el rabillo del ojo, los comentarios a baja voz e insinuaciones que después se convirtieron en señalamientos contra estos jóvenes por vestir de negro o salir a la calle con las uñas pintadas de tonos oscuros.
La godarría en su máximo esplendor, la misma que en pleno 2022 se vive con la diferencia que ahora no hay un grupo como las AUC persiguiendo expresiones artísticas relacionadas con el rock y el metal, tal y como ocurrió a finales de siglo. De hecho, uno de los testimonios contados en lanzamiento del especial digital ‘Sonidos con memoria’ liderado por el Centro Nacional de Memoria Histórica dio cuenta del infatigable hostigamiento contra estas comunidades.
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”A mi casa llega uno de los más reconocidos paramilitares y que ya está muerto. Llega a las dos de la mañana de un sábado a buscarme con un revólver en mano —diciendo— que la orden era que me tenía que matar. Él sabía que yo no estaba ahí y se quedó esperándome en la esquina; un vecino fue el que lo vio, habló con él y trató de persuadirlo (...) Cuando yo llego a mi casa —Santa Marta es full caliente, yo saco una colchoneta y me acuesto a dormir en la sala— como a las 9 me levanta todo el mundo diciendo que me tenía que ir. Mi mamá estaba llorando” fue otro de los relatos de quienes se fueron de la ciudad por amenazas de ‘paras’.
Santa Marta fue la capital del paramilitarismo en Colombia, fue una de las conclusiones que “antes no se podían decir” por la fuerte presencia de estos grupos en el país y las consecuencias que ello podía generar. En el conversatorio que terminó con un potente concierto del grupo Euforia también se dijo un secreto a voces: que los grupos de autodefensa eran la verdadera autoridad en la región; de manera que “quienes ponían las reglas eran los paramilitares”.
“Si usted tenía un problema con un vecino que le molestaba usted no iba a la Policía ni llamaba a alguien más, sino que iba al mercado a buscar a los paramilitares. Lo mismo si alguien le debía una plata y no le podía pagar. Así se solucionaba todo”. Otro de los metaleros, que ahora puede lucir sus chamarras, camisetas de bandas y botas pesadas con más libertad, dijo que sus padres le hablaron por aquella época del temido grupo F2 que estuvo relacionado con desapariciones forzadas y posibles nexos con paramilitares.
Con esa seccional de la Policía —que después pasó a ser la Dipol— comenzó la persecución “cuando una noche le tocaron el timbre a mi mamá, eran como las 10 de la noche y yo estaba durmiendo. ‘Su hijo debe callar un poco la jeta porque habla demasiado y en realidad si sigue así esto va a terminar mal. Nos importa un culo que David Alejandro, su papá sea de acá de la institución‘ así se lo dijeron a ella”, narró el mismo que recibió la intimidación inicial por parte de un policía. Los panfletos y los toques de queda también intentaron callar a las bandas que actualmente siguen rompiendo el paradigma de que en la costa colombiana solo se oye vallenato y nadie se viste con ropa oscura porque el calor les pega más fuerte.
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