Las luces de ‘Calle Larga’ se apagan faltando cinco minutos para las seis. La Familia Berrocal comienza su rutina como casi todos los días. Rosilda Espitia duerme mientras sus hijos se preparan para la jornada. Diego, de 16 años, se alista para ir a cursar grado sexto; Dina, de 20, no se alista para ir con su hermano, porque dejó el colegio, ahora trabaja vendiendo frutas y verduras en la tienda que está pegada a su casa. Álex es el mayor, y también de los pocos en todo el barrio que va a la universidad. Si hay comida suficiente, Alexis Berrocal prepara el desayuno para sus hijos antes de irse a trabajar de manera informal, al igual que el 59,8% de los habitantes de la ciudad de Montería.
El techo de zinc cubre los escasos metros cuadrados de la casa, exceptuando el patio que da al famoso canal del barrio, a donde van a parar toda la basura y los desechos de los vecinos. Los Berrocal construyeron su casa con lo que pudieron, como el resto de los habitantes del barrio Ranchos del Inat, o como la gente le dice popularmente, ‘Calle Larga’.
´Calle Ladgga’, como lo pronuncian con acento costeño, mide 3 kilómetros y 400 metros, aproximadamente. Se extiende como una línea recta dividida, casi por la mitad, donde los primeros 1.8 kilómetros están pavimentados, y los últimos 1,6 sin pavimentar. La calle no es más que una larga calzada que sirve como carril para los peatones y los vehículos. A su derecha, se extienden potreros abandonados y alguna que otra finca.
A mitad de camino, se encuentran las lagunas de oxidación, que marcan el final de la zona con pavimento y el comienzo de la carretera cubierta por tierra arenosa y piedras, que te hacen tropezar al caminar. A su izquierda, está la invasión, las casas que comenzaron a conformar ‘Calle Larga’ desde 1985. Cientos de personas han llegado desde entonces, y la invasión no ha dejado de crecer.
En Montería, a 754 kilómetros al noroccidente de la capital de Colombia, hay múltiples invasiones, y la de ‘Calle Larga’ es una de las más antiguas. Hay casas que tienen más de 20 años, pero han sido reconstruidas muchas veces, porque, en invierno, las lluvias arrasan con todo; a pesar de que el calor invade la ciudad con 33 grados centígrados casi todos los días.
En ambos lados de ‘Calle Larga’ se vive de manera muy peculiar. Los Berrocal habitan en la parte no pavimentada, la que queda más al norte, al igual que otra vecina del barrio, ‘Doña Marta’.
Décadas atrás, Marta Agámez se encontraba en Bello, Antioquia. Ante sus ojos, ardía el fuego sobre las casas del pueblo en el que vivía, y, desplazada por la violencia, se fue con sus hijos hasta llegar a Montería. Hoy, ‘Doña Marta’ recibe a Dina Berrocal con una sonrisa cuando la visita, al igual que a todo aquel que se le acerque. Sentada en una silla de madera y con los pies en chanclas, reposa en la puerta de su casa con sus nietos, que juegan cartas.
En esa parte no pavimentada solo suelen pasar motos y personas, casi no hay flujo de vehículos; así que Marta y sus nietos se sientan pegados a la carretera para sentir la brisa. Ella fue de las primeras personas en llegar a la invasión y, cuando lo cuenta, dice que ni siquiera era una invasión, y que ella paga 1 millón de pesos por su lote. Su hijo es el líder de esa zona del barrio, le dicen ‘El Dindo’, nadie sabe por qué. Encontrar a ‘El Dindo’ los viernes es complicado; y de sábado a lunes, imposible. Como muchos de los hombres del barrio, pasa bastante tiempo en uno de los bares que montaron en la invasión, negocios informales construidos igual que las casas, con lo que se pudo. En calle larga, la mayoría de las familias están en pobreza o pobreza extrema, pero, aun así, en algunas parece no faltar dinero para el alcohol.
Al igual que ‘Doña Marta’ y ‘El Dindo’, muchas personas son desplazadas por la violencia, sobre todo de Antioquia, a pesar de que no se conoce la cifra exacta porque no se hacían censos en la zona desde 2015. Los desplazados llegaron a la invasión porque no tenían a dónde más ir. Yorladis Correa, mamá de 4 hijos, es uno de esos rostros que presenciaron la violencia y el desplazamiento. Yorladis todavía recuerda las cabezas decapitadas, y a su hermano de pocos meses muerto, todos asesinados, no se sabe si por la guerrilla o por los paramilitares. Fue desplazada cuando era niña y llegó con su familia al departamento de Córdoba, a la casa de su abuela. Todo parecía estar mejorando, cuando fueron desplazados una segunda vez por la masacre de El Tomate, donde, en 1988, un grupo de paramilitares masacró a 16 personas después de incendiar el pueblo.
Yorladis llegó a la invasión y se acomodó sin pagar nada, y, a pesar de haber experimentado la escasez de agua, la alta contaminación y el peligro que hay en el canal que está pegado a todas las casas, dice que nunca ha pensado en irse de Calle Larga, que está bien ahí. Yorladis es de las pocas que piensa eso en el barrio, pero se debe a que en ‘Calle Larga’ no se paga por el agua, porque sale de una manguera comunitaria donada por Veolia, la empresa dueña de esas lagunas de oxidación que no están ni muy al norte, ni muy al sur, sino en la mitad, entre el pavimento y la tierra. El recibo de la luz llega por 18 mil pesos colombianos, y si se le sube mucho, Yorladis puede llamar a pedir rebaja. El único sustento que obtiene la familia viene de su esposo, que es mototaxista; ella se acaba de curar de cáncer de útero y no puede trabajar. Tienen que gastar en comidas y útiles escolares para 4 hijos, así que no se pueden permitir pagar esos servicios básicos fuera de la invasión.
Varias familias llevan en la invasión mucho tiempo. Doña Marta narra con tristeza que la última vez que el gobierno reubicó a personas del barrio para darles viviendas dignas fue hace 6 años, cuando otros gobiernos regalaron casas en varios barrios como El Recuerdo, La Gloria o Nueva Belén. Marta siempre cuenta todo entre risas, pero se puede ver la resignación y el dolor en sus palabras cuando cuenta que debe recoger el agua por la noche, y que tiene la certeza de que se va a morir sin haber tenido una casa digna.
— Yo lo que no entiendo es por qué sacaron a las personas nuevas, les dieron casa, y dejaron aquí a los viejitos, gente que llevábamos aguantando aquí años. Los políticos siempre vienen acá a pedir votos diciendo que le van a arreglar el problema a uno. ¡Y qué va, puro embuste! A mí Marcos Daniel – el alcalde de ese entonces – me dijo, aquí en la puerta de mi casa, que me iban a dar mi vivienda en 15 días, pero acá sigo esperándola.
El gobierno local responde a esto contextualizando que no hay recursos para reubicar a todas las invasiones de Montería. A pesar de esas casas que regalaron otros gobiernos, aún faltan miles de personas que no entraron en esos proyectos. Germán Quintero, secretario de Infraestructura, lleva tiempo trabajando en el proyecto de este gobierno para darles viviendas de la Alcaldía a los habitantes de ‘Calle Larga’. Quintero explica que es un proyecto subsidiado, donde la Alcaldía y el Ministerio de Vivienda financiarán un porcentaje aún no fijado, y los habitantes tendrán que pagar el resto, a través de una cooperativa. Ya no hay casas regaladas. Muchas personas que fueron reubicadas en otros años regresaron a la invasión porque no podían pagar los servicios, y no se hizo un seguimiento de qué pasó con las familias una vez reubicadas. Por el proyecto previsto para este año, el Concejo aprobó la compra de un lote de 2 hectáreas con los 60 mil millones que tiene la administración de presupuesto al año. El concejal Juan Humberto Rois señala que es necesaria la compra del lote para la invasión y el Concejo está trabajando en conjunto con la Alcaldía para realizar más reubicaciones. En este lote se van a construir 150 viviendas del proyecto.
Ni los Berrocal, ni Yorladis, ni ‘Doña Marta’, van a recibir ninguna de esas viviendas.
Ni ellos, ni ninguno de los habitantes de la zona que no tiene concreto sobre la calzada. En ‘Calle Larga’ hay alrededor de 5.200 viviendas, por lo que no hay casas para todos. Decía Ricardo Menéndez que lo más aterrador del absurdo, a fin de cuentas, es que posea su propia lógica. En un país como Colombia, donde se construyen eternos proyectos de metro sin un solo ferrocarril, donde los presos solicitan la libertad de los acusados y donde se otorgan licencias para explotar los más bellos paisajes, como Caño Cristales; lo que determina si la gente recibe su vivienda o no, es el pavimento de la calzada que no tiene su calle. El absurdo es la lógica.
En el reciente Plan de Ordenamiento Territorial se esclarece que la reubicación es necesaria para poder construir un parque ecológico donde ahora se encuentran las casas. El parque ayudará a hacer la zona pavimentada más atractiva, por eso la parte que no tiene concreto de ‘Calle Larga’ no entra en el proyecto de reubicación, y sus habitantes no obtendrán una solución por parte del gobierno local. ‘Doña Marta’ estaría recibiendo su vivienda si tan solo, 20 años atrás, hubiese escogido un lote un poco más al sur.
Alba Cogollo llegó hace siete años a Ranchos del Inat, y, después de un tiempo, fue elegida como secretaria de la Junta de Acción Comunal para representar a los vecinos de la zona que tiene pavimento, del otro lado de la calle. Alba no puede sentarse en la puerta de su casa como ‘Doña Marta’, porque podría pasar un carro, o una moto, muy cerca que genere un accidente. Alba le ha manifestado a la Alcaldía la importancia de que en este nuevo proyecto se reubiquen a las personas que tienen más antigüedad en la invasión y que tengan más necesidades, como son los casos de la señora Ana Bedoya o la familia Cordero.
Ana Bedoya lleva 28 años viviendo en ‘Calle Larga’. Cada vez que habla de sus condiciones de vida no puede evitar llorar. Su hijo murió después de caerse al canal que hay pegado a las casas y tragar de su agua. Nunca la han reubicado, y en su casa apenas hay espacio para caminar. Ella no puede trabajar, y no tiene ingresos fijos, así que no sabe para dónde ir, ni cómo será capaz de poder pagar su parte de la casa subsidiada que propone la Alcaldía.
La familia Cordero tiene 4 niños que alimentar y proteger cada vez que el canal lleno de desechos se desborda por las lluvias y la casa se llena de sapos y culebras. El agua le genera irritación a la piel de los niños.
Esas 150 casas dan una pequeña esperanza a unas pocas familias, pero dejan a otros miles a la espera de una respuesta. El Secretario de Infraestructura asegura que se avecinan muchos problemas de orden social, pues las reubicaciones traen consigo aumento en la violencia intrafamiliar por los problemas de convivencia en las nuevas casas, como ya ha ocurrido en anteriores reubicaciones; problemas que la Secretaría de Gobierno, cuyo secretario renunció hace una semana, debería vigilar con lupa.
En concreto, el problema persiste y, según estudios antropológicos como el de la Universidad de Antioquia, entre más tiempo pasa, más se ahondan las calamidades para todas esas familias, que recibirán la misma herencia de generación en generación. Dina seguirá atendiendo la tienda cada día y Alexis preparará comida, si es que la hay; Yorladis seguirá recogiendo agua de la manguera; Marta seguirá esperando su vivienda digna; y las luces de Calle Larga se volverán a apagar faltando cinco minutos para las seis.
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