Y algo de razón tienen cuando llegan a un puesto de inmigración en otro país y siguen siendo tratados con suspicacia e ignorancia por parte de las autoridades locales. Millones de dólares se han gastado vía el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Presidencia, Procolombia, el antiguo Proexport, las embajadas, las cámaras de comercio, el fondo del turismo y los consulados, tratando de construir una buena imagen para el país. Como atestiguan esos compatriotas maltratados injustamente esos esfuerzos han sido más bien plata perdida.
El Estado, con su política exterior y la lánguida infraestructura promocional, diplomática y consular con que cuenta, no han sido el canal más eficaz para posicionar el país. Las eternas notas de protesta del gobierno cada vez que se asocia a Colombia con narcotráfico o violencia no han producido el más mínimo efecto. Y eso no sería problema si tantas cosas importantes no dependieran de la percepción que se genere en el exterior sobre nuestras realidades sociopolíticas, económicas y geográficas.
La imagen que se cree en el exterior en cuanto a nuestra sociedad, economía y estabilidad política son tan importantes como el mismo Caño Cristales, Chiribiquete, la Sierra Nevada de Santa Marta, y cualquier otro paisaje maravilloso de los muchos que tiene el territorio nacional. No se puede seguir de espaldas a la realidad de que la capacidad de influencia regional y global de un país está asociada a los atributos que se le asignan y a la imagen que proyecta internacionalmente.
Si se compara el ejercicio oficial que ha hecho Colombia con el de otros países en materia de construcción de reputación internacional, realmente estamos en pañales. Países como Costa Rica, Brasil, España, Argentina, México, República Dominicana, Portugal, Turquía, Japón, Israel y tantos otros han logrado establecer una identidad que se impone sobre las debilidades y las dificultades que experimentan. No hay que desconocer que en el caso de Colombia nuestras realidades quizás hacen las cosas un poco más difíciles. Sin embargo, los problemas reputacionales de Colombia no distan mucho de los de México que recibe en un mes la misma cantidad de turistas que recibe Colombia en un año.
Evidentemente la capacidad de las entidades públicas (y mixtas) colombianas para generar una política de posicionamiento internacional con efectos de largo plazo es bastante pobre. En buena parte, esto se debe a que esa identidad no es construida colectivamente si no desde arriba de acuerdo con el capricho del momento. Cada presidente y cada gobierno llega con su visión de país debajo del brazo y con algún amigo creativo que quiere un jugoso contrato para reinventarse la que esta vez sí va a ser la marca país que la va a sacar fuera del estadio. En los últimos diez años hemos pasado por “El riesgo es que no te quieras ir”, “Colombia es pasión”, “La respuesta es Colombia” y recientemente “CO Colombia, el país más acogedor del mundo”.
En vez de andar gastando millones en experimentos inútiles, enriqueciendo los bolsillos de las agencias publicitarias de turno, el gobierno debería recurrir a la “diplomacia con la gente” (public diplomacy). Esto quiere decir promover los objetivos internacionales del país y anclar la reputación nacional a través de los actores de la sociedad civil que, a lo largo del tiempo, por su accionar, por sus atributos y su consistente presencia en el escenario global, han logrado persuadir de sus virtudes a la audiencia global.
En Colombia afortunadamente tenemos importantes protagonistas internacionales que podrían ser el ancla de una nueva estrategia de largo plazo para construir una sólida y perdurable imagen positiva y seductora en beneficio de los intereses nacionales.
Hay varios candidatos ideales para este propósito. Las tiendas de café Juan Valdez -que cumplen veinte años de fundadas, tienen presencia en veintiocho países y atienden literalmente decenas de miles de consumidores diariamente—son una poderosa herramienta. Los cafés de origen y especiales que promueve la Federación Nacional de Cafeteros y ahora muchas cooperativas y empresarios privados, llevan el testimonio de la diversidad ambiental, cultural y social de Colombia a millones de paladares.
El fútbol, no solo las estrellas masculinas tan conocidas y mencionadas que juegan en los estadios del mundo, si no en particular los equipos femeninos de Colombia que ya han hecho historia hacen el mismo trabajo. El ciclismo, las flores, la música, la cultura… todos son manifestaciones de la sociedad civil que, orientados, organizados y financiados adecuadamente, se pueden convertir en una eficaz herramienta de la construcción de una segunda oportunidad para la imagen de Colombia.
En vez de gastar tanto recurso en esfuerzos fatuos, sería mejor dedicarle energías a esta otra diplomacia que ha demostrado ser representativa de la diversidad y la riqueza de nuestra nación.