Dayana Domicó recuerda el caso de una bebé indígena recién nacida a la que le habían cortado una parte de sus genitales. Aunque en un inicio se creyó que la responsable del hecho había sido la madre de la pequeña, una joven de 22 años, luego se conoció que fue la abuela de la menor quien realizó el procedimiento. Todo a espaldas de la progenitora.
Domicó, lideresa de la comunidad embera katío y excoordinadora nacional de Juventud de la Organización Nacional Indígena en Colombia (ONIC), interrogó a la joven madre que vivía en Bogotá, y ella le relató que había salido a “hacer una vuelta” y cuando regresó, la abuela de la pequeña ya le había cortado los genitales a la bebé: “Pensé que podría cuidar a mi hija para que no se lo hicieran, pero no”, se lamentó la joven.
La pequeña había sido sometida a un ritual conocido entre los indígenas embera como ‘corte de callo’ o ‘curación’, un procedimiento en el que se le extirpa, de forma total o parcial, el genital a las mujeres pertenecientes a la comunidad. La práctica, que ocurre bajo completo secretismo en Colombia, y en otros países del mundo, especialmente de África, fue denominada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como ‘Mutilación Genital Femenina’ (MGF).
“Es una práctica que implica la extirpación o la afectación de la integridad de los órganos sexuales femeninos. Existen varias formas, el corte o quemadura del clítoris y los labios vaginales. Se practica principalmente en niñas recién nacidas o niñas muy pequeñas. Sin embargo, conocemos casos de adolescentes o mujeres adultas que han sido mutiladas”, explicó Laura Lozano, asesora de Género, Derechos e Interculturalidad del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) a Infobae.
Aunque los tipos de mutilación pueden variar dependiendo el país o la comunidad donde se practique, la OMS ha establecido cuatro a la fecha: la clitoridectomía, en la que se realiza una supresión parcial o total del clítoris; la escisión, con la que se extirpa de forma parcial o total el clítoris y los labios menores; infibulación, en la que se reduce la abertura vaginal por medio de un corte y reubicación de los labios menores o mayores mientras que, la última categoría, corresponde a pinchazos, perforaciones, incisiones, raspados o cauterizaciones de la zona genital.
Esta práctica es catalogada por la Organización Mundial de la Salud como un tipo de violencia de género y una vulneración a los derechos de las niñas, adolescentes y mujeres que son sometidas a la misma, debido a las complicaciones de manera inmediata o a largo plazo que puede generar. En la actualidad, de acuerdo con el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa por su sigla en inglés), se realiza en 30 países del mundo.
Colombia hace parte de ese listado. De hecho, según la misma agencia de las Naciones Unidas, a la fecha es el único país de Latinoamérica en el que se ha identificado que aún se realiza la mutilación genital femenina.
Este procedimiento ancestral, que se realiza casi de manera secreta, se hizo público en el país en 2007, cuando dos niñas embera fallecieron en Pueblo Rico, Risaralda, por una infección en su zona genital. Desde entonces, la comunidad indígena fue identificada como la única de Colombia que aún realizaba este tipo de intervenciones, y el municipio risaraldense, como el único lugar del país donde persistía la práctica. Sin embargo, estudios posteriores han ido revelando que la práctica está más extendida de lo que se pensaba.
Un secreto a voces
Del ritual se sabe que suele abordarse de manera muy discreta entre la madre de la niña, su abuela y, en caso de que se lleve a cabo con una recién nacida, de la partera, lo que hace que los registros de mutilación genital femenina que se obtienen sean una excepción.
“Son ocultas, ya sea al interior de la comunidad o por fuera de ella, y difícilmente hay una facilidad para que las mujeres se acerquen a un centro de salud a explicar que las mutilaron porque todo esto pasa al interior de sus comunidades. Las complicaciones tratan de manejarlas al interior de la comunidad y, solo esos casos donde ya la niña o la adolescente tiene riesgo de muerte, -a veces incluso mueren al interior de las comunidades, sin que sepamos que murieron-, solo algunos de estos casos llegan a un servicio de salud y es cuando llegan que tenemos el registro administrativo, pero sabemos que esos casos son excepcionalísimos los que conocemos. Entonces, sigue siendo una práctica oculta”, explicó Lozano.
La muerte de las dos menores embera en Pueblo Rico puso en el escenario público la mutilación genital femenina en el país, a tal punto que entidades como el Ministerio de Salud, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) iniciaron una serie de programas para tratar de erradicar la práctica en Colombia.
En 2022, la ablación o MGF volvió a tener eco en los medios de comunicación luego de que el diputado de la Asamblea de Risaralda por el Centro Democrático, Durguez Espinosa, diera a conocer que, entre 2005 y 2020, se habían registrado 141 casos de mutilación femenina solo en el municipio de Pueblo Rico.
La información la obtuvo a través de un derecho de petición presentado al Hospital San Rafael del municipio, en el que no solo se constató el número de casos ocurridos en los últimos años, sino también, que 2014 es, hasta ahora, el año en el que más cortes de estos se han reportado en la zona:
Al igual que la asesora de género de las Naciones Unidas, el diputado aclaró a este medio que esos tan solo “son los casos que van al hospital, porque de seguro se agravan, las niñas se infectan y tienen que ir. Cuántas pueden quedarse en las comunidades, arriba en las veredas, debe ser una cifra que uno no alcanza a medir”.
La directora local de Salud de Pueblo Rico, Lizet Marilly Bustamante, confirmó a Infobae que hay un elevado nivel de subregistro de este tipo de intervenciones, tanto en el municipio como en el país, principalmente porque únicamente se conocen los casos de niñas o jóvenes que llegan a los centros de salud con riesgo de morir por las infecciones en su zona genital, porque, de resto, es una práctica que ha sido tan normalizada entre las comunidades indígenas que no consideran que deba ser reportada o denunciada.
“Realmente esos casos de mutilación genital femenina se identifican en los espacios laborales cuando se hace control de seguimiento y desarrollo o cuando vienen a consultar a estos menores por urgencias. No como tal porque se denuncien o porque reporten el evento, porque para ellos es una práctica cultural adquirida y para ellos es muy normal”, sostuvo Bustamente, quien destacó que eso explicaría el porqué en Pueblo Rico solo registró un caso de mutilación en 2021 y ninguno en lo que va de 2022, aunque las autoridades tienen datos de que es una práctica común.
El origen
Al igual que las cifras, la procedencia de la mutilación o ablación en el territorio colombiano no es del todo precisa. Sin embargo, el consenso general apunta a que llegó al país durante la colonización.
“Tenemos dos teorías, que hemos trabajado con las parteras, con las autoridades indígenas y demás. Las dos la relacionan con la época de la colonización, una muy relacionada con la llegada de los españoles y como pues parte de la esclavitud a la que se metieron a los pueblos indígenas también era una esclavitud sexual, y la mutilación la practicaban para que las mujeres indígenas se dejaran violar sin poner resistencia, digamos que no tuvieran placer sexual y no se movieran de ninguna manera mientras eran violadas”, expuso la asesora de género del Fondo de Población de las Naciones Unidas.
La teoría fue respaldada por Dayana Domicó, quien aseguró que el ‘corte de callo’ es una práctica adquirida durante la colonización. Según la lideresa indígena, se realizó un análisis de la ley de origen del pueblo embera que concluyó que no es un procedimiento ancestral de las comunidades originarias.
Aclaró, sin embargo, que la mutilación no es una práctica tomada de los españoles, sino de los esclavos africanos que los colonizadores trajeron consigo al país.
De acuerdo con el antropólogo y especialista en el tema, Carlos Londoño Sulkin, aunque los orígenes de la práctica son diversos, efectivamente las sociedades que más la ejecutan son las africanas.
“Sobre todo en el norte de África subsahariana, es decir, si te vas por ahí desde la costa desde Malí hasta Somalia, en toda esa zona, muchos pueblos practican algún tipo de modificación genital”, explicó Londoño, quien aseguró que, a diferencia de lo que ocurre en las comunidades indígenas de Colombia, “en todas las sociedades donde se practica en África también se hace modificación genital masculina”.
Según la información que ha podido reunir la Unfpa, las comunidades indígenas embera suelen realizar la ablación con el fin de controlar la sexualidad de las mujeres; es decir, para que no puedan sentir placer sexual y por tanto, aseguran, tratar de impedir que busquen otra pareja, lo que a su vez se traduce en que no puedan serle infieles a sus esposos.
Así lo confirmó Dayana Domicó: “Que se entienda y se diga que se les hace literalmente la mutilación genital femenina a las niñas por el simple hecho de que puede salir vagabunda -literalmente lo han dicho-, qué porque puede salir buscando varios hombres o porque puede salir callejera”.
Otra de las razones esgrimidas por miembros de la comunidad para realizarle la ‘curación’ a las niñas indígenas es una consideración estética pues, según Laura Lozano, asesora de género de las Naciones Unidas, se ha encontrado que, “cuando los órganos genitales son muy protuberantes”, existe el temor que puedan llegar “a parecerse a un pene”, por lo que deciden mutilarlas.
Aunque los cortes genitales son realizados por las mismas mujeres de la comunidad, Dayana aseguró que son los hombres quienes han contribuido a que la práctica permanezca arraigada en los pueblos embera, pues son muchos los casos en los que dicen: “si la mujer no tiene el proceso (mutilación) no me casó con ella”.
El ‘corte de callo’ o ‘curación’, una práctica que no es exclusiva de los emberas ni de Pueblo Rico
Cuando los casos de las muertes de las niñas embera en Risaralda se hicieron públicos en 2007, muchos dedos se levantaron para señalar a las comunidades ancestrales que habitaban en ese departamento colombiano, a tal punto de identificarlo como el único lugar del país donde aún se realizaba la mutilación genital femenina.
Pero con la entrada al territorio de diferentes entidades nacionales e internacionales que buscan, a través de diversos programas, prevenir y erradicar la práctica, se conoció que esta no es exclusiva de los pueblos embera y tampoco es cierto que solo se realice en el municipio de Pueblo Rico.
Laura Lozano indicó que, por ejemplo, la Unfpa ha identificado casos de mutilación genital femenina en otros lugares de Colombia, no solo en comunidades indígenas, sino también afrodescendientes e, incluso, en poblaciones no étnicas.
De acuerdo con la funcionaria de las Naciones Unidas, las cifras preliminares que entregó el Ministerio de Salud en febrero de este año, señalan que para 2021, en Colombia se habían reportado 16 casos de mutilación genital femenina en regiones como La Guajira, Antioquia, Bolívar, Atlántico, Quindío, Magdalena, Risaralda, Boyacá y el Valle del Cauca, entre otros.
“De hecho son niñas entre los 2 y los 19 años. Los registros que tenía el Instituto Nacional de Salud para ese momento, dos menores de estas niñas eran de nacionalidad venezolana y habían casos también en comunidades afrodescendientes, y casos en comunidades que no son afrodescendientes ni indígenas”, indicó Lozano, detallando que, incluso, han registrado casos donde un hombre quema a su pareja con una plancha en sus genitales o se los corta como forma de violencia sexual.
El Ministerio de Salud confirmó igualmente a Infobae que en julio de 2022 se reportaron casos de mutilación genital femenina en el departamento de Chocó y en el Cauca, que afectaron a “niñas de 9 días y cinco años”, respectivamente.
En cuanto a las comunidades ancestrales que aún practican el ‘corte de callo’, Dayana ha escuchado que el pueblo embera no es el único que lo hace, también el pueblo indígena nasa, pero bajo completa discreción.
¿Mutilación, ablación o circuncisión?: “Un prejuicio muy occidental”
A nivel antropológico, existen especialistas que prefieren llamar la mutilación genital femenina como ‘circuncisión femenina’, pues argumentan que las organizaciones que le dieron el nombre de MGF a dicha práctica, de entrada, lo hicieron condenándola sin conocer del todo el porqué las comunidades la ejecutan.
“Hay una discusión grande. En términos globales se habla de mutilación genital, la Unión Europea y las Naciones Unidas la califican de mutilación, le asignan este nombre y la consideran un crimen porque es un tipo de tortura infantil. Sin embargo, hay unos pequeños grupos, sobre todo en África, que se han opuesto a la asignación puramente negativa de la práctica, y dicen que esto no debe ser considerado como una mutilación, sino una circuncisión”, señaló a este medio el antropólogo y profesor de la Universidad de los Andes, Juan Camilo Niño Vargas.
El antropólogo y docente de la Universidad de Regina (Canadá), Carlos Londoño Sulkin, dio el ejemplo de su amiga y colega, la antropóloga norteamericana y sierraleonesa Fuambai Ahmadu, quien se sometió a la ‘circuncisión femenina’ en su adultez, debido a convicciones propias y a las de su comunidad; Ahmadu catalogó como “una ofensa” que la señalen de estar “mutilada” cuando para ella no es así.
“Los miembros de las sociedades que practican las diversas formas de circuncisión femenina saben bien que el dolor y algo de sangrado son habituales en estos rituales y que hay un riesgo limitado de infección, pero a pesar de ello consideran que la práctica tiene efectos positivos y necesarios sobre la maduración, la salud, la comodidad corporal y la belleza”, explicó Londoño en su texto ‘La circuncisión femenina, la antropología y el liberalismo’.
En el caso de Fuambai, de hecho, Londoño contó a este medio que, luego de que fuera circuncidada, su amiga le aseguró que “le gustó el efecto, le pareció estética la imagen, que le quedó bonita la vulva”.
La antropóloga sierraleonesa desmintió las afirmaciones de que las mujeres ‘circuncidadas’ no puedan sentir placer sexual o de que, debido a los cortes, presenten problemas en su salud a largo plazo diferentes a los que puedan presentar mujeres no circuncidadas.
“Reportan que las mujeres que entrevistaron en sus investigaciones gozaban del sexo y llegaban al orgasmo en proporciones comparables a las de mujeres no circuncidadas. Esto tal vez tenga algo que ver con el hecho de que una proporción mayoritaria del tejido eréctil del clítoris, densamente inervado y capaz de desencadenar orgasmos, se halla tan escondido que incluso la más radical de las escisiones solo remueve una parte pequeña”, expuso Londoño en su artículo frente a la investigación de Fuambai.
Más que fijar una posición, el antropólogo y docente de la Universidad de Regina aseguró que busca demostrar que hacen falta más investigaciones sobre la práctica de la ‘mutilación’ o ‘circuncisión’ en Colombia, tanto a nivel cultural como médico para conocer el abordaje que se le debe dar a la misma en el país.
“A mí me parece que llegan con un prejuicio muy occidental a abordar el tema, y las investigaciones son de mala calidad, porque cuando llegas a priori desde el punto de partida con la convicción de que esto es una cosa horrorosa, dañina, etcétera, entonces no necesitas gran verificación. Asumes desde el comienzo que esto es monstruoso”, comentó Londoño Sulkin.
El profesor Vargas concordó con su colega y aseguró que, “sería mucho mejor abordar esa práctica primero desde el respeto, la diferencia y desde el diálogo; seguramente los embera, que son personas de espíritu moderno, abiertas al cambio, al diálogo, de pronto van a empezar a modificar esta práctica hasta que se considere tolerable tanto para ellos como para la sociedad mayor. En este momento lo que se ha hecho es criminalizarla y eso tiene unos efectos que pueden resultar más nocivos”, como por ejemplo que dichas prácticas se vuelvan mucho más secretas.
Tanto el Fondo de Población de las Naciones Unidas, como la lideresa indígena embera, Dayana Domicó; el diputado de Risaralda, Durguez Espinosa, y la directora local de Salud de Pueblo Rico, Lizet Marilly Bustamante, coincidieron en que la llamada ‘mutilación’, ‘corte de callo’ o ‘circuncisión femenina’ es una práctica que violenta a las niñas y mujeres del país, por lo que debe ser erradicada. Sin embargo, coincidieron con los antropólogos en que hacen falta más estudios y registros sobre la misma en el país. Incluso, todos resaltan la importancia de que haya un trabajo intercultural con las comunidades indígenas -tanto mujeres como hombres-, en el que se aborde el tema no solo desde su cosmovisión, sino también desde los derechos sexuales y reproductivos, pero sobre todo, a través de su lengua nativa.
Al respecto, durante un conversatorio realizado por la Unfpa sobre la mutilación genital femenina, Arelis Cortés, lideresa indígena embera chamí del Valle del Cauca, resaltó la necesidad de hacerle frente a dicha práctica en el país porque: “las mujeres indígenas somos como la madre tierra, generadoras de vida y no de muerte. La cultura debe generar vida y no muerte. Nosotras somos muy importantes en la historia de nuestros territorios”.
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