Plaza de Núñez. Patio de Núñez. Hasta hace unos días esta plaza –o patio– era desconocido para buena parte de los bogotanos y de los colombianos. No para todos, pues hay quienes desde hace años pueden acceder a él –o a ella–. Y también hay que decir que también muchos la vieron desde la séptima o la octava, desde las rejas.
¿Por qué está cerrado ese parque?, le pudo preguntar una niña a su papá mientras caminaban por la séptima un domingo, o un sábado –o cualquier día–. El hombre tal vez se encogería de hombros y le diría que por seguridad, mi amor, ahí está el Congreso y allá la Presidencia. Por seguridad. Todo siempre es por seguridad.
Pero, como decía, la plazoleta –o patio o plaza– hasta hace unos días era un misterio, un pequeño oasis para unos pocos. Hace unos días también se conoció que se llamaba así. Hace unos días las rejas se abrieron y bogotanos y turistas fueron llegando al patio –o plazoleta o plaza– para conocer un nuevo viejo lugar de la ciudad.
Dos estatuas
Con una mano en la solapa de su abrigo, Antonio Nariño mira orgulloso, altivo y desafiante a un cabizbajo y tal vez reflexivo Rafael Núñez, que parece bajar por las escalinatas de la salida sur del Capitolio.
Nariño, prócer de la independencia y traductor de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que dejó, entre otras cosas, la Revolución Francesa, mira al horizonte y al hogar del legislativo.
A Núñez, varias veces presidente, escritor y autor de la letra del himno colombiano y padre de la constitución de 1886, que, con todas sus cosas, cimentó la institucionalidad del país –con todo lo que derivó durante el siglo XX–, se le ve, tal vez, taciturno, con la nostalgia de saberse estatua, un recuerdo diluido en el tiempo.
Ambos, Núñez y Nariño, se ven todos los días con todo y el sol y las lluvias y las anárquicas palomas que las bombardean con mierda de cuando en cuando. Dialogan, se enfrentan. Tal vez hablen de noche, vaya uno a saber si se enfrentan en sus ideas sobre el Estado, separadas por décadas y hoy lejanas pero fundacionales.
Ambas estatuas, porque son estatuas, conviven entre el Capitolio y la Casa de Nariño, prisioneras por algo más de 20 años, porque en Bogotá hay espacios prohibidos. O más bien no prohibidos, sino de acceso restringido, aunque, tan restrictivo, que parecen estar vedados para el transeúnte. Algunos por razones de seguridad, otros por mantenimiento y para conservarlos intactos.
En este caso fue por motivos de seguridad, y según lo que se ha podido constatar, luego de un trabajo no muy minucioso, parece que fue a mitad de los noventa cuando se decidió cerras las puertas, tal vez fue antes. Pero fue por motivos de seguridad, siempre es por motivos de seguridad.
La apertura
Es viernes y son algo más de las 10 de la mañana. En Bogotá, cuando las nubes dejan que el sol salga a jugar, los verdes son más verdes, los amarillos pálidos del Capitolio, más amarillos pálidos, y el azul del cielo, que no puede ser más azul, vibra pletórico.
Bogotá no es gris. Esa es una mala impresión propia de la vista rápida, del pasar sin fijarse, del no pasar. Y es que hay días en que, si su capricho lo permite, la ciudad estalla en colores que auguran una lluvia vespertina. En Bogotá nunca deja de llover, así el sol pique y queme la cara, es un engaño, una trampa de una ciudad engañosa.
En todo caso, el sol está en lo alto y en el patio –o plaza o plazoleta– varias personas tomaban fotos a otras personas que posaban frente a la estatua de Nariño y frente a las rejas de la Casa de Nariño, otros en frente a la fachada sur del Capitolio, otros en los jardines.
Un hombrecito, que parecía sacado de una fotografía de los años cuarenta, con sombrero, ruana y bigotico chapliniano, se tomaba fotos con su esposa, se sonreían, probaban poses. Tómeme la foto otra vez. Ahora los dos. Hágase ahí. Ahora acá. Más y más fotos. Luego salieron por la carrera octava y se perdieron en el centro.
También estaban Alba y su amiga, que se sentaron en uno de los jardines y decían que la plazoleta era muy linda. Las dos se veían muy contentas y decían que, rondando los cincuenta años las dos, era la primera vez que estaban ahí, que podían entrar y sentarse. Decían que era impresionante y que un acto tan sencillo, tan tonto, decían, hace que la relación con la ciudad cambie.
“Esto es un sueño. Ojalá todo siga así y ya dejen de matar tanta gente” decían, pues para ellas la llegada del nuevo Gobierno significa una nueva esperanza para la paz en el país. Luego empezaron a recordar la posesión presidencial de hace una semana y se confesaban que habían llorado recordando a Carlos Pizarro cuando su hija, Maria José, le impuso la banda presidencial a Gustavo Petro, también exguerrillero del M-19.
La plazoleta que recibió la errante estatua de Nariño
La plaza –o patio o plazoleta– fue concebida en la década de los cincuenta, luego de que se demolieran varias edificaciones de dos manzanas que separaban al Capitolio de la Casa de Nariño. Al finalizar las obras llegó a parar allí, en 1960, la estatua de Antonio Nariño, que había sido encargada al escultor francés Henri León Greber con ocasión de la celebración del centenario de la Independencia.
Los cambios de la plaza se pueden ver en unas fotografías compartidas por el usuario de Instagram, arquitecturadebogota, en las que se puede cómo en frente a la estatua de Núñez había una calle, además de varios jardines rectangulares con sus bancas y árboles. También había espacios para el parqueo.
Ahora, en la segunda mitad de los setenta se adelantaron obras para la ampliación de la Casa de Nariño, por lo que la plazoleta fue rediseñada y la estatua de Nariño, que originalmente miraba hacia el sur junto a la calle novena entre las carreras séptima y octava, se giró y reubicó –sin su pedestal original– mirando, desde el sábado 19 de julio de 1980, hacia el Capitolio.
Una plaza para todos
Con la llegada de Gustavo Petro a la Presidencia de Colombia, que comenzó con una posesión a la que la ciudadanía asistió masivamente a la Plaza de Bolívar para ver el juramento del nuevo jefe de Estado, el nuevo Gobierno ha querido acercar el poder y las instituciones a la gente, por lo que, como lo había prometido en algún momento durante la campaña, comenzó un proceso de apertura de los alrededores de la Casa de Nariño.
El anuncio lo hizo el presidente Petro en su cuenta de Twitter el 11 de agosto en la noche:
“Abierta al público y a su libre tránsito la plazoleta Núñez y el parque entre la carrera séptima y octava. Este paseo peatonal será un hermoso recorrido para distensionarse. El espacio público siempre es un espacio democrático y aumenta la calidad de vida”.
La apertura se dio el viernes 12 de agosto bien temprano a las siete de la mañana. Los bogotanos y turistas fueron llegando y llenando la Plaza de Núñez y, en la tarde, cuando hubo cambio de guardia, por primera vez en muchos años, los ciudadanos pudieron verlo custodiados por las estatuas de Núñez y Nariño.
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