A más de 3.100 metros sobre el nivel del mar, casi tocando las nubes, se alza el Cerro de Monserrate. Allí, reposa la iglesia del Señor caído y, justo en frente de ella, oculta entre un camino empedrado y, casi desapercibida, se levanta una mansión centenaria que se resiste al paso del tiempo.
Para llegar a ella hay que descender un par de escalinatas de concreto, adornadas con barandales blancos desde los que, si uno se asoma, puede observar el corazón de Monserrate: kilómetros de una frondosa vegetación.
Antes de que los escalones finalicen, tímidamente se asoma lo que parece un palacio blanco de dos pisos: la Casa Santa Clara. Construida en madera y cubierta con pequeños ventanales que la rodean, desde hace más de 40 años ha custodiado a Bogotá desde las alturas.
Pero su historia se remonta a más de 100 años atrás, con Carlos Secundino Navarro Menéndez, uno de los hacendados más importantes y acaudalados de la Bogotá de antaño. Su fortuna fue tal, que incluso, llegó a ser comparado con personajes de la talla del empresario José María Pepe Sierra, y el exministro Nemecio Camacho Macías.
Aunque el paso del tiempo ha hecho casi imposible conocer con exactitud el origen de la Casa Santa Clara, existen dos versiones –una igual de excéntrica a don Carlos Navarro– que han logrado que, con el paso de los años, se conserve el recuerdo de esa mansión bogotana.
De la Ciudad de la Luz a la tierra de los rolos
Se dice que, con su fortuna, Navarro no solo viajó por Europa sino también que vivió algunos años en París (Francia). Durante su estadía en la Ciudad de la Luz, se cree que se enamoró de la hoy Casa Santa Clara y decidió, sin titubear, comprarla y traerla en barco por el océano Atlántico hasta Bogotá, la tierra de los rolos.
“Dijo empáquenme esa casa que me la llevo para Bogotá. La trajo en barco y llegó a Barranquilla. De Barranquilla subió por el río Magdalena hasta Honda (Tolima) y de Honda a Bogotá tuvieron que subirla en mula porque no habían carreteras, y fue ubicada en la carrera séptima con calle 116, al pie de la Hacienda Santa Bárbara”, cuenta don Ariel Pérez, quien ha trabajado en Santa Clara los últimos 36 años.
La mansión parisina fue rearmada en la Hacienda las Mercedes que, para inicios del siglo XX, era vecina de la Hacienda Santa Bárbara, ubicada en el sector que hoy se conoce como Usaquén.
De acuerdo con el historiador gastronómico y embajador de Restaurantes Monserrate, Carlos Toto Sánchez, la instalación de la casa fue considerada en la época como “un gusto excéntrico” de don Carlos Navarro, pues no solo resaltaba entre las demás construcciones de la época por su estilo art déco, sino también, por el particular material con el que había sido edificada: madera.
“Tenía una característica muy particular, y es que en Bogotá no se hacían construcciones en madera, se hacían construcciones en mampostería, en cemento, en ladrillo, o en tapia, pero no en madera por el frío. Entonces nos imaginamos que fue un gusto excéntrico haber traído esa casa (…) era un gusto excéntrico, raro”, explica Toto.
La segunda versión, de acuerdo con el relato del historiador, es menos extravagante: tras regresar de su estancia en París, don Carlos Navarro quería construir una casa al estilo francés y, para satisfacer sus estrafalarios deseos, buscó quién se la diseñara.
Sea cual fuera la procedencia de la mansión parisina, el acaudalado hacendado viviría en ella hasta el día de su trágica muerte, el 2 de enero de 1962, luego de que un bus de servicio público lo atropellara en el sector de San Victorino.
La llegada a Monserrate
Al no dejar herederos, toda la fortuna y los bienes de Navarro pasaron a la Beneficencia de Cundinamarca, que posteriormente vendería la casa al reconocido ingeniero civil Guillermo González Zuleta, quién viviría allí con su familia durante los siguientes años.
Pero con los cambios que vivía Bogotá para ese entonces, entre ellos la ampliación de la carrera séptima, tanto la casona como la Hacienda Las Mercedes, debían ser retiradas.
Con el fin de que no desapareciera la histórica construcción, la casa pasó a manos de la Arquidiócesis de Bogotá, que se encargó de desarmarla en 33.000 partes y marcar cada una de sus piezas, para luego subirla e instalarla en el cerro de Monserrate, así lo relatan Toto y don Ariel.
“Me contaron que la casa la subieron por el teleférico y el funicular, desbaratada pieza por pieza para luego ser armada en ese lugar. Donde se instaló la casa es una piedra grandísima, por lo que le pusieron dinamita para poder colocar las bases. Esa casa se llamaría la casa sobre la roca porque es una roca súper gigante plana”, dice don Ariel.
La casona, que al parecer fue desmontada y armada en el acantilado a inicios de los 70, operó durante los primeros años como un restaurante de comida italiana, cuya acogida entre los visitantes no fue la esperada.
En 1976, según cuenta Toto, la mansión fue oficialmente bautizada como Restaurante Casa Santa Clara, en honor a la santa italiana Clara de Asís, a quien de acuerdo con él, se le atribuye, entre otras cosas, “la buenaventura y el buen tiempo”.
Entre los fantasmas y misterios de la Casa Santa Clara
Del tiempo es imposible escapar. Luchar contra el olvido es casi inevitable, y así lo demuestra la vida y muerte de don Carlos Navarro. Al día de hoy, no se conoce la existencia del registro de nacimiento del hacendado bogotano, ni mucho menos documentos que den cuenta de la construcción y estructura original de la casona de estilo europeo, así lo asegura Toto, quien relata cómo en los cuatro años que lleva trabajando en la Casa Santa Clara, se ha dedicado a investigar en cientos de archivos de la ciudad la historia de la pequeña mansión.
Pese a todo pronóstico, el historiador recuerda como, antes de la pandemia, ‘la señora González’ –cuyo nombre ya no recuerda– se acercó a las instalaciones de la centenaria casona para contarles que, mientras la estructura permaneció en la Hacienda Las Mercedes, ella y su familia vivieron allí.
Aunque la historia era de no creer, especialmente porque varias personas ya habían llegado al restaurante asegurando lo mismo, la señora González derribó toda duda enseñándoles un par de fotografías: eran ella y su familia posando al interior de la hacienda.
“Sí uno conoce de la arquitectura francesa de ese momento, se da cuenta que el primer piso, que ahora es el café, antes era la sala social, y el segundo piso era una sala de estar y las habitaciones; sumándolas, más o menos eso te da cerca de tres habitaciones, que era lo que se acostumbraba. Nosotros no hemos podido conseguir los planos antiguos de esa casa para poder comprender como era, y esto que te digo, estas cifras de los cuartos y todo, fue algo que nos contó la señora González cuando nos visitó. Ella decía que estaba el cuarto de su papá, de su mamá y el de los hijos”, rememoró el historiador, agregando que, los pocos registros fotográficos antiguos que se tienen de la propiedad, y que están exhibidos al interior del restaurante, fueron donados por ella.
Pese a que al día de hoy se desconoce el paradero de la señora González y los registros originales de Santa Clara, lo que sí sabe Toto es que, con el paso de los años, el pequeño palacio ha conservado su infraestructura original: sus pisos de madera, los amplios ventanales que permiten una panorámica única de Bogotá, y hasta las que podrían ser las primeras lámparas instaladas al interior de la casona.
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“Como toda casa antigua tiene su fantasma propio”, asegura don Ariel entre risas, mientras sostiene que el verdadero origen de la casa, no es el único misterio que la rodea.
El veterano trabajador del Restaurante Santa Clara relata como las encargadas de la cocina le han asegurado, en más de una ocasión, que mientras están laborando “les bajan los tacos de la luz y se caen las tapas de las ollas”.
Incluso, don Ariel recuerda como, en una ocasión, una pareja de clientes del vecino restaurante San Isidro, fotografió entes paranormales. De acuerdo con su relato, los novios se acercaron a la Casa Santa Clara a tomar algunas fotos de la infraestructura, aprovechando que esta no prestaba servicio en horario nocturno. Lo sorprendente –cuenta– fue que, cuando revisaron la instantánea, vieron que habían capturado la imagen de unas gemelas vestidas con trajes de primera comunión.
Bibiana Barreto, administradora del restaurante por su parte, señala que, aunque en sus más de 20 años de trabajo, “nunca ha visto nada”, ha escuchado historias de trabajadores que afirman haber visto cosas inexplicables, entre ellas la silueta del fantasma de una mujer.
“Las compañeras dicen que nunca se sienten solas cuando están trabajando porque siempre sienten la presencia de alguien que está con ellas”, sostiene don Ariel.
De mansión parisina a un restaurante 100% colombiano
La Casa Santa Clara ha sido testigo de los cambios que trajo consigo la era moderna a Bogotá. Desde la desaparición de atracciones y un museo indígena que había sido construido en Monserrate, hasta la disminución del número de fieles que subían al cerro: la cifra de creyentes cayó tanto que, según don Ariel, el cerro pasó de abrirse al público a las 5:00 de la mañana a las 7:00 de la mañana.
“Monserrate tenía unas telesillas que salían de la iglesia e iban al funicular y se devolvían por en medio de los dos restaurantes, San Isidro y Santa Clara. (…) Más o menos en el 90 salió una moda de la minifalda y las botas terracota -hasta la rodilla-, y los caballeros parábamos donde queda el pozo de los deseos a mirarlas, entonces monseñor dijo que quitarán las telesillas”, rememoró.
Otros espacios como una pequeña plaza de toros y una panadería reconocida por las deliciosas almojábanas que vendía también fueron víctimas del paso del tiempo, e igualmente, fueron condenadas a desaparecer. Sin embargo, como dicen popularmente, cada final trae consigo un nuevo comienzo.
En el caso de Santa Clara, su transformación ocurrió cuando dejó de vender comida italiana y pasó a ofrecer una línea gastronómica netamente nacional. No obstante, no sería hasta 2019, tras la llegada al cargo de gerente del chef Andrés Herrera, que el restaurante cambiaría su concepto para brindarles a sus comensales platos emblemáticos de todas las regiones del país.
“Monserrate es uno de los sitios icónicos más importantes del turismo internacional en Colombia y no teníamos una muestra de lo que es nuestra gastronomía, entonces ahí empecé a darle su concepto: queremos recuperar la tradición. Es un restaurante basado en cómo comería uno en la casa de la abuela, no recetas elegantes, sino mejor dicho casi como un corrientazo, pero bien hecho”, explicó Herrera.
Es así como desde entonces, Santa Clara se ha transformado, según Toto, “en un centro de investigación de la cocina colombiana” en el que, indagando en archivos y entrevistando a cocineros tradicionales del país, han logrado construir una carta de 82 preparaciones, en la que se incluyen platillos e ingredientes de las seis regiones del territorio nacional.
En el menú, los comensales pueden encontrar desde platos emblemáticos como la bandeja paisa, el ajiaco, el puchero, hasta otros no tan conocidos como el ‘fish bowl’, albóndigas de pescado tradicionales de la cocina sanandresana.
Además, en línea con recuperar y dar a conocer la gastronomía típica de todo el país, en Santa Clara también trabajan con nueve alimentos con denominación de origen, como el queso paipa, cholupa, entre otros, al igual que con productos artesanales con denominación de origen: la cerámica negra de la Chamba y la cerámica del Carmen de Viboral. Esta última aún en proceso de aprobación para ser usada al interior del establecimiento.
Al estar pensada como un espacio gastronómico no solo para extranjeros, sino también para los colombianos, Santa Clara igualmente alberga, en el primer nivel de la casa, el Café Bistró, un lugar pensado para tardear, donde los visitantes podrán disfrutar de las típicas onces santafereñas y demás delicias colombianas.
Es así como hoy, Santa Clara se ha convertido en un espacio donde la historia y el arte de la gastronomía nacional convergen para mantener en la memoria de los colombianos y los turistas, las tradiciones del país. “El saber de dónde venimos, saber quiénes somos. Sin tener esa realidad es muy difícil ver un futuro”, sostiene Andrés Herrera.
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