La irrupción de la pandemia y el presente de la crisis económica por la que pasa el mundo, ha causado estragos en las distintas esferas de la sociedad. Colombia no ha sido ajena a ello y mucho menos el sector del comercio.
En lo que respecta a la industria del libro, tanto editoriales como distribuidoras y librerías han intentado sobrevivir ante los muchos retos que esta etapa en particular por la que atravesamos ha traído consigo.
En 2021, varios comerciantes del sector popular del libro (librerías de usados o de saldos) tuvieron que vérselas para salir adelante. Muchos adoptaron estrategias digitales para poder llegar a la gente y otros ampliaron su catálogo de servicios para lograr una rentabilidad mayor. Sin embargo, no en todos los casos funcionaron las estrategias y varios sitios tuvieron que cerrar durante un tiempo o cesar definitivamente sus actividades.
El 2022 nos ha recibido con la buena noticia de que, pese a la situación, han sido más las librerías que han surgido que las que se han ido, más allá de que aún lidiamos con la desaparición de Arte & Letra, la librería de Adriana Laganis en Bogotá. La crisis de la pandemia golpeó tan fuerte su modelo de negocio que no le quedó otra opción distinta a dar un paso al costado.
Lo bueno es que muchas de las librerías que ya estaban se ampliaron o modificaron sus espacios. La librería Rivadavia, por ejemplo, es una de las que más recientemente ha comenzado a funcionar. Matorral y Garabato modificaron sus espacios y en el caso de la primera, se extendió a otros sitios fuera de la ciudad. El Fondo de Cultura Económica estrenó sede al norte de la capital, y la misma Matorral ahora tendrá su segunda sede en el barrio La Macarena.
Las últimas semanas, sin embargo, han dejado un sinsabor en los lectores y habituales visitantes de este tipo de sitios. En Bogotá, tras casi 20 años de labores, la librería Luvina cerró sus puertas (el lugar será aprovechado por Matorral, precisamente) y migró a la virtualidad; en Armenia, Árbol de Libros, la librería fundada por la periodista Claudia Morales, cesó sus actividades tras apenas unos años en la escena.
Así lo anunció la periodista en el canal oficial de Árbol de Libros:
El cierre de estos lugares supone una situación preocupante para el país. No hay apoyo suficiente para la industria del libro. Esta ni siquiera forma parte de lo más relevante en la agenda política de los gobiernos. “El Estado mira con un poco de desprecio la cadena del libro y, paralelo a ello, las librerías independientes dan batallas transformadoras en beneficio de sus comunidades. No es fácil”, escribió la periodista en su columna en el diario El Espectador. “En todo el mundo, la industria del libro está afectada por la escasez de papel, los altísimos costos de los fletes y la inflación que ha incrementado en más del 30% el valor de las materias primas y de producción”.
De acuerdo al informe más reciente de la Cámara Colombiana del Libro, las ventas en librerías independientes, en todo el país, correspondieron al 12,0% de las ventas totales en los distintos canales, esto en relación con las cifras del año 2020. Hubo una variación del 4,8%.
En otras librerías, como las ya mencionadas, que hacen parte del sector popular, las cifras muestran un 13,2% de participación. En 2021 fue de 32,1%. Y si incluyeramos las librerías que funcionan desde la virtualidad, estas registran un porcentaje del 9,0%.
Tener una librería en Colombia, lejos de ser un mal negocio, es una proeza más que retadora. Pocos son los sitios que logran sustentarse a sí mismos con lo que queda de las ventas de los libros. Un gran porcentaje retorna a las editoriales. Cuando no es así, el dinero se utiliza para reinversión y pago de personal, además de servicios y otros gastos.
Un librero en Colombia suele ganar entre un salario mínimo y un millón quinientos mil pesos. Eso si es empleado. Si no lo es, sino que es independiente en todo el sentido de la palabra, lo que le queda es lo que se adjudica luego de cubrir todo lo demás, y suele ser bastante poco. De algún modo, el oficio de librero obedece más a la pasión que a la rentabilidad.
Adjunto a esto, las prácticas alrededor de la cadena no están del todo reguladas y esto supone un arma de doble filo para las librerías. Si las plataformas de comercio electrónico, por ejemplo, anuncian descuentos todo el año, dificilmente estos sitios podrán hacerles frente. En Colombia no prima una ley clara para el valor del libro. Y en ese sentido, la desigualdad va en aumento.
Por estas y otras razones, las librerías en el país sobreviven con las uñas.
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