Cada vez que Patricia ha sido encargada de grandes responsabilidades he sentido una alegría y un orgullo enormes. Como si fuera mi propia hija. Es hija de dos amigos entrañables desde mi juventud: Alonso Tobón y Eulalia Yagari. Con ellos compartí las luchas indígenas y campesinas en la zona cafetera del departamento de Antioquia. Alonso nació en Andes, el pueblo donde yo nací; Eulalia, al lado, en Jardín, en una comunidad embera-chami, que ahora es resguardo.
Vivimos muchas alegrías juntos; entre ellas, ver crecer a nuestros hijos y saber que comprendían y amaban lo que hacíamos, a pesar de que eso significaba que no les prestábamos la suficiente atención. La alegría de ver a los campesinos y a los indígenas conseguir a pulso mejores salarios, o tierra para trabajar o reconocimiento cultural y social.
Pero también tuvimos muchas tristezas en esos tiempos. Una de ellas, el asesinato de Anibal Tascón Gonzales, el único abogado indígena para esa época. Era un liberal que se enfrentó a la gente de su partido y a los patronos de esas tierras para defender a la comunidad. Acompañó a los indígenas en un litigio por una finca con Libardo Escobar Pérez, un hacendado de la región, y eso le costó la vida. Patricia sabe de esas cosas desde la infancia, y sabe más, porque lo aprendió de sus padres y porque después se dedicó, con una pasión envidiable, a estudiar para servir con profesionalismo a su gente.
Su padre era hijo de un carnicero de Andes, jugador de gallos, que tenía la facilidad para darle la educación más exigente a un muchacho que brillaba por su inteligencia, pero Alonso prefirió dedicarle la vida entera a los indígenas del país. En esa misión estuvo con los indígenas Zenú en Cordoba, con los Embera en el Choco y con la diversidad de etnias del Cauca.
Eulalia, una líder indígena, se hizo maestra para enseñar en su comunidad y para darles las primeras letras a sus propias hijas. Después hizo una exitosa carrera política que la llevó a la asamblea de Antioquia como diputada. Era una voz única en ese recinto político por sus denuncias y por la manera astuta como encaraba los debates con esa dirigencia paisa tan excluyente y discriminadora. Dio inolvidables lecciones de dignidad. Después volvería con sus indígenas a cuidar su identidad y a disfrutar de los triunfos de sus hijas.
Patricia sacó ventaja de esos padres tan inteligentes como persistentes en sus luchas. Pero los méritos propios son indiscutibles. Después de graduarse de abogada dedicó varias años a trabajar con la Organización Indígena de Colombia – ONIC-, defendiendo con éxito causas de los indígenas en varios lugares del país.
No fue una persona más en la Comisión de la Verdad. Se tomó en serio la representación del mundo indígena en un entidad que acaba de cumplir la compleja misión de dar cuenta del repertorio de violencias que han agobiado al país en los últimos sesenta años. Patricia insistió en que su situación era distinta, que los indígenas, pobladores originarios de estas tierras, llevaban sobre sus hombros el peso de una agresión de varios siglos. Su aporte trasciende la época en que los guerrilleros, los paramilitares y el Estado causaron la tragedia y hunde sus raíces en una larga historia de exclusiones.
Ahora, en el gobierno de Petro, le corresponde una tarea mayor: comprometer de verdad a toda la sociedad colombiana con las más de nueve millones de víctimas que registró la Comisión de la Verdad, recuperar para la unidad de víctimas el espacio y el protagonismo que el presidente Iván Duque le negó y, sobre todo, iniciar el largo camino que tendrá que recorrer el país para sanar las heridas que ha dejado este doloroso conflicto. Es una enorme tarea que seguramente Patrícia Tobón Yagarí cumplirá con honor. Muchas felicitaciones para sus padres, mis amigos.