Carlos Rojas murió en mayo de 1997, a los 64 años, después de organizar la exposición Papeles Pegados. Durante su larga carrera exploró la abstracción desde distintas aproximaciones plásticas –la pintura, el ensamblaje, la escultura–, en las que, cómo pasa con la abstracción –la buena, por lo menos–, cargó de una espiritualidad que nace del material, del silencio, de la falta de referencias claras a ese mundo de formas, figuras e imágenes que tanto puede agobiar.
La obra de Carlos Rojas aborda, desde la abstracción, el uso y la relación con el material –que bien podía ser pintura, tierra o esa cantidad ingente de cositas que recogía en la calle–, no como una creación, sino como el “producto de una serie de cosas cuyo resumen se llama cuadro”, explicó en una entrevista con María Cristina Laverde Toscano en 1987.
Sobre esa “serie de cosas cuyo resumen se llama cuadro”, vale traer a colación el comentario que el artista, curador y director ejecutivo del Museo de Arte Contemporáneo de Lima, Nicolás Gómez, escribe en un catálogo del Museo Nacional sobre la serie Mater Materia:
“Carlos Rojas no copia lo que ocurre sobre el suelo, a cambio concibe otra superficie definida por el formato cuadrado donde los objetos, que hicieron parte de la naturaleza o de la cotidianidad de algún hombre, asumen otro tipo de ocupación sobre el espacio, como materia que contiene un potencial de servicio compositivo y pictórico”.
Rojas nació en Facatativá en 1933, hijo de una familia campesina. Sobre sus primeros años, su biógrafa, la investigadora María Clara Martínez Rivera, cuenta que, además de criarse en el campo, a los 12 años, impulsado por ese carácter místico y espiritual que permearía su obra, ingresa al seminario de Tuta en Boyacá, para pasar después por el seminario de Albán en Cundinamarca.
De acuerdo con la curadora María Iovino, Rojas de niño quería ser un santo, persiguiendo, tal vez, esa idea de dios que tenía y que, según dicen que dijo, para él “Dios es el nombre de todo lo que llamamos bello”, con la convicción de que el arte es una suerte de conversación con ese ser supremo.
Volviendo a sus estudios, los terminaría en Bogotá en el Colegio Virrey Solis, en donde, según su biógrafa, el padre Olivares descubrió y alentó su talento y su gusto por las artes, lo que lo motivó a inscribirse en la facultad de Arquitectura de la Universidad Javeriana. Esos estudios los complementó con cursos nocturnos que tomaba en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional.
Sobre sus estudios, Iovino dice que Rojas, al querer ser un santo y sin saber cómo entró al seminario para finalmente, abandonarlo todo. “Se formó como arquitecto y sintió que le faltaba, entonces estudió en la escuela de Bellas Artes y después viajó solo por el mundo, conoció muchas cosas y se formó solo, a sí mismo. Cuando nosotros hablamos de belleza hablamos de Dios. Y eso es cierto en todos el caso de Rojas y de todos los artistas que presentamos en De lo espiritual en el arte, porque cuando los artistas hablan de belleza están hablando de geometría, de composición, de perfección y del orden último, del equilibrio último que justifica el lugar de las cosas”.
Gracias a una beca, Rojas salió del país y vivió una temporada en Roma, después recorrió Italia, conoció los principales museos de Europa, visitó México y Canadá, y su paso por Nueva York fue determinante en su carrera.
En todos sus viajes investigó sobre las expresiones de las artes visuales, la música, la arquitectura, el diseño, la artesanía, la ciencia y la tecnología, que después, de una forma u otra, decantaba para plasmar en sus obras.
Con motivo de los cinco lustros de su muerte, la galería El Museo inaugura el 16 de julio la exposición Un canto, homenaje a Carlos Rojas, que, con la curaduría de María Iovino, reúne obras de las series Mutantes, Mater materia y Por pintar, en las que Rojas consignó las conclusiones plásticas a las que llegó en su periodo de madurez, y que según cuentan desde la galería, se concentra en el período menos conocido y expuesto de su trabajo.
Un canto reúne, así, algunos trabajos producidos durante sus últimas dos décadas y media de vida, en las que Rojas trabajó en una nueva comprensión del tiempo y de su relación con lo real a través de distintas estrategias pictóricas con las que se enfrentó a quienes, no solo desde los sesenta, sino desde hace más de dos mil años, han anunciado, sin éxito, la muerte de la pintura.
Durante sus últimos cinco lustros, el artista buscó nuevas soluciones e interpretaciones frente al medio –la pintura–, al tiempo que acrecentó su cercanía con artistas más jóvenes y contagió sus indagaciones de las búsquedas más progresistas.
Sobre el periodo de trabajo que acoge esta muestra, desde la galería ponderan que Rojas fue consciente de que “su obra llegaría a ser entendida en el siglo XXI, cuando los desarrollos de la ciencia y de la tecnología permitieran aproximarse de una manera distinta al mundo y, por tanto, al entendimiento de lo real y de sus pautas matemáticas y geométricas. También, cuando la ampliación de la consciencia ecológica acompañara el crecimiento de la importancia de la vida espiritual”.
Carlos Rojas fue ante todo un místico que comprendió al arte como un lenguaje ideal para expresar las formas esenciales en que se manifiesta la inmensidad de lo divino y que, como le dijo en una entrevista a Laverde Toscano su “trabajo obedece a un proceso del individuo contemporáneo, como eslabón de una serie de individuos desde que somos seres inteligentes”.
La exposición estará abierta al público hasta el sábado 3 de septiembre de 2022.
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