Le llegó la hora al Eln

La comandancia del Eln debe comprender el gran riesgo que corren sus ideales si se marginan de la paz en este momento

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Foto de archivo. Rebeldes del
Foto de archivo. Rebeldes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia navegan en una lancha por el río San Juan, en las selvas del departamento del Chocó, Colombia, 30 de agosto, 2017. REUTERS/Federico Ríos

Ahora sí, al Ejército de Liberación Nacional -Eln- le toca firmar la paz y venir a la vida civil. Las condiciones son inmejorables. El presidente Gustavo Petro ha definido que el primer eje de su gobierno será la paz integral y la reconciliación y nombró a Álvaro Leyva ministro de Relaciones Exteriores con el expreso mandato de buscar en la comunidad internacional el mayor apoyo para culminar los acuerdos que hacen falta y darle alas a todas las tareas del posconflicto.

Incluso Petro, en su discurso tras ganar las elecciones, nombró los otros dos ejes principales de lo que será su mandato: paz social y paz ambiental. Para subrayar la fuerza que tendrá la palabra paz a lo largo de su gobierno.

Pero hay algo más profundo que debe empujar a la comandancia del Eln a tramitar con decisión y premura un acuerdo de paz con el gobierno nacional. Estamos ante el cierre de un ciclo histórico, el final de sesenta años de guerra por la democratización y la inclusión política de las izquierdas. Con el triunfo de Petro desaparece el motivo más importante por el que las insurgencias de izquierdas se alzaron en armas: la exclusión política y social y el criminal cerrojo de nuestra democracia.

Esta larga guerra, irregular, sucia, dolorosa, donde se saltaron todas las barreras éticas, fue una confrontación por el poder y la democracia, por la tierra y el territorio y por las rentas legales e ilegales. Las derechas, para despojarle de su carácter eminentemente político, la nombraron de muy diversas maneras: amenaza terrorista, narcoterrorismo, guerra contra la sociedad. El triunfo de alguien que estuvo en armas y firmó la paz, su testaruda acción política a lo largo de treinta años, es la demostración palpable de que el ADN de la guerrilla era la democracia y la política.

Ni la grave inequidad social, ni la brutal concentración de la tierra, ni la enorme brecha entre las regiones y el centro se resuelven con la conquista del poder por parte Petro y Francia Márquez, pero con su llegada se empieza a superar el crucial problema de la exclusión política y comienza una era de reformas que dependerá de la correlación de fuerzas, el apoyo ciudadano, las alianzas políticas y, sobre todo, de un ambiente de paz en el cual las derechas no tengan el pretexto de la seguridad para alzarse en contra de los cambios.

La comandancia del Eln debe comprender el gran riesgo que corren sus ideales si se marginan de la paz en este momento. Hacia delante, solo queda el abismo de la disputa por las rentas legales e ilegales. La inclusión de las izquierdas y los movimientos sociales en el poder despoja a la violencia de su carácter político. Es muy útil que el Eln examine las votaciones en las pasadas elecciones, las regiones que votaron el SÍ en el plebiscito por la paz, votaron, copiosamente, a favor de Petro y Francia Márquez.

El Eln debe hacer a un lado la idea de que el cambio que se ha producido es sólo una modificación del gobierno, no del régimen político. El régimen ha sufrido un remezón enorme. La profundización del cambio depende ahora de reformas certeras a la economía, al Congreso, a las Fuerzas Armadas y a los organismos electorales y un nuevo acuerdo de paz es un virtuoso tirón al reformismo.

En estos días he dicho que la mejor manera de empezar el camino de un acuerdo entre el Eln y el Gobierno nacional es perfeccionando el cese de hostilidades que se estaba acordando al final del gobierno de Juan Manuel Santos, habilitando la participación de Juan Carlos Cuellar en el acuerdo nacional que ha convocado el presidente Gustavo Petro y cumpliendo el protocolo de regreso a Colombia de la comisión negociadora de la guerrilla que se encuentra en La Habana.

No he oído nada acerca del nuevo Alto Comisionado de Paz. Un nombramiento de lujo para esta responsabilidad sería Francisco de Roux, que ha culminado con éxito sus labores en la Comisión de la Verdad. Sería un nuevo servicio que le prestaría el país este sacerdote que ya ha escrito páginas gloriosas en este país tan necesitado de referentes éticos y de líderes espirituales.

*León Valencia Agudelo es analista político experto en temas relacionados con el conflicto armado en Colombia. Director de la Fundación Paz & Reconciliación. Columnista de opinión en las revistas Semana, Diners y Credencial, y en los diarios El Tiempo y El Colombiano. Escritor de textos de políticos como: ‘Adiós a la política, bienvenida la guerra’ (2002) y ‘Miserias de la guerra, esperanza de la paz’. Recientemente presentó la segunda edición del libro ‘Mis años de guerra’, que relata sus experiencias como militante del ELN.

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