Bogotá es una ciudad de librerías, puede que sea una de las ciudades del continente con más espacios para el fomento de la cultura del libro. Con cada año que llega se suma una nueva al ya nutrido listado, y aquí no contamos las de cadena, que de por sí ocupan un amplio espectro.
Desde el centro de la ciudad, pasando por Chapinero y hasta el norte, a la altura de las calles 106 y 150, es posible encontrar el mayor número de librerías con propuestas independientes de Bogotá, cada una con su propio sello y todas con el mismo objetivo: llevar los libros a las manos de la gente.
La pandemia ha traído consigo una serie de cambios que han obligado a varios sectores del comercio a adoptar nuevas medidas y a otros los ha exigido tanto que se han visto en la necesidad de cesar sus actividades. En el caso de las librerías bogotanas, por suerte, la coyuntura no ha ocasionado tantos estragos. De hecho, más que problemas ha traído nuevas iniciativas.
Por ejemplo, la librería Garabato, que antes estaba en Chía, terminó de establecerse en Teusaquillo; la Valija de Fuego se desplazó unas cuantas calles sobre la carrera séptima; la librería de la Tienda Teatral se posicionó a la entrada de la Cinemateca Distrital; Libros Mr. Fox y el Fondo de Cultura Económica consiguieron expanderse y ya cuentan con sedes en el norte de la ciudad, además de las originales. Un nuevo espacio surgió, la librería Rivadavia, justo al frente de la Universidad Javeriana; y la librería Matorral, en Teusaquillo, renovó su sede. Es ahora una de las librerías más bellas de Bogotá, y una de las de mayor acogida.
Precisamente esta última, el proyecto de Andrés Archila y César Hernández, que sigue expandiéndose tanto dentro como fuera de la ciudad, ya tienen un espacio en Tabio, será la que herede el lugar que deja la librería Luvina, en el barrio La Macarena, después de 18 años.
La llamada ‘Esquina cultural de La Macarena’ ha sido durante casi dos décadas el espacio cultural de ese barrio en el centro de Bogotá. Se convirtió en el escenario cultural preferido por los vecinos para su encuentro con los libros, los poetas, los novelistas, los cineastas, los artistas y los pintores. Una librería-café que supo acoger a todos con tertulias, presentaciones musicales y de libros, clubes de lectura y espacios de apreciación del arte, y que ahora se ve en la necesidad de migrar a la virtualidad.
“No existe sino una razón: Financiera”, dice Carlos Luis Torres, librero y fundador de Luvina, en conversación con Infobae. “Todos sabemos que los espacios culturales no son negocio y que las librerías (venta de libros, nuevos) dejan un margen de rentabilidad muy reducido. Luvina se sostuvo muchos años en la zona de umbral, donde el entusiasmo propio y de clientes hizo que persistiéramos sin ‘ganar’, sin ‘sacarle’ pero la temporada de pandemia agudizó la situación de las pequeñas pérdidas acumuladas, hurtos (siempre existen) con los costos de operación que son altos (arriendo+servicios+impuestos+empleados+seguridad, etc.) y aguantamos hasta que vino la fractura”.
Ubicada en la Carrera 5 # 26C – 06, este espacio iniciado por Torres en el año 2004, surgió por la enorme pasión que le tenía su fundador a los libros y a la obra del escritor mexicano Juan Rulfo. Después de vivir un tiempo en la capital del país azteca, en donde estudió en la UNAM y fortaleció su amor por las letras, decidió formar este espacio y darle como nombre el título de uno de los cuentos más célebres de la literatura mexicana: Luvina.
El autor de Pedro Páramo enamoró a Torres con su magia maravillosa para narrar los olores, los colores, las guerras, y ese mundo absolutamente plural que es México y su cultura. Allí era frecuente ver sentados, tomando un café o una cerveza, a los poetas Santiago Mutis Durán y Juan Manuel Roca, al impecable novelista Pedro Badrán, que vive una o dos calles por detrás de la librería; a la poeta y académica Luz Mary Giraldo, al pintor Umberto Giangrandi, al artista Santiago Echeverry, al experto en ópera Julio Ponce de León y su hermana Ángela.
Luvina fue ese espacio al que todos fuimos alguna vez a leer algo mientras tomábamos la merienda, a ver la colina desde el segundo piso, mientras se bebía un café y se compartía con el otro; para mí, fue ese lugar en donde conocí el placer de la conversación, en donde le hice un retrato a alguien que quise; Luvina era el punto, el sitio al que uno iba si era estudiante de cualquier cosa en las universidades del centro, si uno era lector. Nunca hubo un best seller en sus vitrinas, o un libro de autoayuda, y siempre fue fiel a su creencia en la literatura latinoamericana. Había un poquito de todo, especialmente en el último tiempo. Clásicos de la literatura universal, libros de literatura europea y ciencias sociales.
“Si la presencialidad es difícil la virtualidad trae otras dificultades”, señala el librero. Algo de nostalgia queda después de saber que ya no estarán más en esa esquina, que creo que será siempre su esquina, por más que otras librerías ocupen su lugar. Luvina no termina, sin embargo, y tal vez por eso queda algo de esperanza. Ahora, desde su página web y sus distintos canales digitales, buscarán seguir con su misión de llevar la cultura a los bogotanos, de acercar los libros correctos a los lectores correctos.
De todas formas, extrañaremos mucho esta esquina, nuestra esquina. Extrañaremos mucho a Luvina.
Página web de la librería Luvina: www.luvinalibreria.com
Facebook: Luvina
WhatsApp: 3152291152
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