Por una (o)posición incómoda

Organizar una oposición no polarizante y absolutamente comprometida con las instituciones y las normas que nos rigen es una tarea inaplazable. Pero por ahora y para preocupación de todos, ese es un conjunto casi vacío. Ojalá no lo sea por mucho tiempo

Guardar
Imagen de archivo. Elecciones legislativas.
Imagen de archivo. Elecciones legislativas. Foto: Colprensa-Sergio Acero

En política todo el mundo tiene vocación de poder. Normal. Se hace política para ser elegido y por eso no sorprende que perder sea un resultado que nadie desea. Me disculpo por empezar esta columna con semejante obviedad, pero quisiera subrayar que lo que se esconde tras ella es un problema de marca mayor para la democracia: el ejercicio de la oposición es una tarea que le queda a los perdedores, por puro descarte. Nadie se prepara ni le apunta a ser oposición.

Mientras ganar y hacerse al poder trae consigo la posibilidad de tener a disposición los recursos del estado para transformar y para producir resultados, la labor de la oposición–además de llevarse a cabo con muchos menos recursos—siempre se percibe como obstaculizadora. “Mientras los que ganan hacen, los que pierden joden”. Hacer oposición política es una tarea más bien ingrata. Además, el ego humano siempre preferirá las alfombras rojas, el cubrimiento de medios y la atención, los sueldos, los carros oficiales y sus escoltas y el reconocimiento que viene con ser parte del equipo ganador.

El gran problema que entraña todo esto, en un sistema político como el nuestro, donde la disciplina de partido y los partidos mismos son prácticamente inexistentes, es que la tendencia de la mayoría siempre será arrimarse al árbol que más sombra da. En campaña, especialmente en la recta final, no se escuchan muchas voces de liderazgos políticos abogando por un espacio de independencia frente a las campañas dominantes.

El sesgo en favor del árbol más grande, muy propio, además, de los sistemas de dos vueltas, hace que algunos, incluso, piensen que mantener la independencia es una actitud infantil, propia de un mal perdedor. Los comentarios frente a la posición de Sergio Fajardo en la segunda vuelta son evidencia elocuente de esta premisa.

Aquí quiero defender la necesidad de mantener ese espacio, que, aunque estrecho y difícil de habitar, es necesario en una democracia. Particularmente cuando las dos campañas que compiten por la Presidencia en Colombia han demostrado una dificultad enorme a la hora de lidiar con quienes piensan distinto a ellos. Si de algo ha servido esta campaña electoral ha sido para visibilizar el talente frente a la diferencia de líderes y seguidores y, en ese espacio, el déficit es preocupante. El insulto, el acoso, la violación a la privacidad y otras múltiples estrategias, todas ellas muy cuestionables, parecen ser la norma y no la excepción.

Una democracia sin pluralismo no es democracia. Por eso, mientras menos sean quienes ejerzan oposición, menor será su capacidad de resistir los embates de los que serán objeto desde el oficialismo. Tampoco ayudará una oposición que pierda su autoridad moral haciendo uso de las mismas estrategias o que ejerza por fuera de las instituciones y del estado de derecho. En otras palabras, la oposición será leal a la democracia o no será. Los requisitos son muchos y los candidatos pocos y, sin un acervo de incentivos atractivo, el reto no es de poca monta.

En un país tan presidencialista como Colombia y, a ratos, con un instinto democrático tan débil, no sorprende que algunos perciban el ejercicio de la oposición como un estorbo. Sin embargo, la gran paradoja reside en que, tal vez, gane quien gane, la supervivencia de la democracia va a depender más de quienes se dediquen a la difícil tarea de resistir el paso de la aplanadora, de observar con actitud reflexiva, democrática, crítica y constructiva a quienes gobiernan.

No descarto que las campañas den un giro importante hacia un ejercicio del poder más respetuoso de la diferencia, capaz de llevar a cabo una conversación que no le apunte al unanimismo y que esté en condiciones de cuestionar al líder sin presumirlo todopoderoso y sagrado. No lo descarto, pero tampoco lo veo muy probable. Por eso, organizar una oposición no polarizante y absolutamente comprometida con las instituciones y las normas que nos rigen es una tarea inaplazable. Pero por ahora y para preocupación de todos, ese es un conjunto casi vacío. Ojalá no lo sea por mucho tiempo.

*Sandra Borda es Politóloga de la Universidad de los Andes, Magister en Relaciones Internacionales de la Universidad de Chicago y Magister en Ciencia Política de la Universidad de Wisconsin. Es, además, doctora (PhD) en Ciencia Política de la Universidad de Minnesota, y cuenta con un Postdoctorado en Política Exterior en la Universidad de Groningen. Ha trabajado en medios de comunicación como el Canal NTN24, Diario El Mercurio, BBC Londres, Agencia Internacional de Noticias AP, Revista Semana, Periódico El Espectador y Russia Today. Fue miembro de la Misión de Política Exterior.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar