Con el resultado en las urnas este 19 de junio, Colombia abandona definitivamente más de 70 años del Frente Nacional, y por primera vez, un candidato ajeno a los partidos tradicionales y a su influencia, se impone en las elecciones. El país se ha caracterizado por ser uno de los más conservadores de América Latina. Buena parte de los latinoamericanos giró hacia el progresismo en las primeras décadas de los 2000, incluso el conservador Paraguay con Fernando Lugo, aunque aquello hubiese durado poco. Entretanto, Colombia mantuvo durante 12 años gobiernos derechistas -Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos- que, solo se moderaron en el segundo mandato de Santos, por la urgencia de concretar la paz con las FARC. Entre 2002 y 2014, el uribismo gobernó más a la derecha que, incluso los propios gobiernos conservadores que lo antecedieron en los 80 y 90.
Muchos se preguntan ¿por qué costó tanto que el país girara a la izquierda? así fuesen unos grados; y, tal vez lo mas relevante, habida cuenta del resultado de hoy, ¿qué ocurrió para que, por primera vez, se haya impuesto una plataforma progresista?
En Colombia ha habido, si acaso, liberalismos progresistas, en los casos de Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras Camargo, Alfonso López Michelsen y Ernesto Samper Pizano. Representaron paréntesis en la extensa historia de un bipartidismo cerrado, implacable con las alternativas y ortodoxo ideológicamente. Solamente en estas administraciones, asomó la intervención del Estado en el mercado, la defensa de lo colectivo y amplitud en el catálogo de derechos directamente amenazados por la religiosidad. Entretanto, la izquierda orgánica estuvo en desventaja. La lucha armada de las guerrillas, en especial de las FARC, estigmatizó a generaciones, lapidadas mediáticamente y acusadas de condescendencia o aquiescencia con la violencia. Esto incluyó a lo largo de los 80, 90 y en los 2000, el exterminio de la Unión Patriótica (5733 militantes fueron asesinados) resultado de las negociaciones entre la guerrilla y el gobierno de Belisario Betancourt. En estas elecciones, se pudo observar cómo el lastre de la lucha armada sigue siendo un instrumento para su desprestigio. Gustavo Petro quien ha sido concejal, representante a la Cámara, Senador, alcalde, cabeza de la oposición durante 30 años de carrera, sigue siendo señalado como guerrillero. Incluso vale decir que, pocos políticos tienen una trayectoria tan extensa en las instituciones y, ninguno de sus contendores a la presidencia tenía un recorrido siquiera cercano.
A la izquierda se le arrebató la posibilidad de gobernar acudiendo a la falacia de que permitirlo, significaría legitimar la lucha armada. En épocas más recientes, el recurso retórico evolucionó para asegurar que progresismo era sinónimo de venezolanización, una campaña efectiva hace cuatro años pero que, terminó por agotarse en esta.
¿Por qué ahora Colombia venció los miedos y giró a la izquierda? Tres factores lo explican. Primero, en estos años el país se acostumbró a la idea de que Gustavo Petro era capaz de construir un proyecto plural que no pusiera en riesgo del régimen de propiedad privada, ni la economía de mercado. Desde hace 8 meses, ocurrió una suerte de transición en la que Petro, reunido con empresarios, inversionistas y figuras representativas del establecimiento, demostró que, los lugares comunes de la derecha eran infundados. La base que le permitió llegar a 8 millones de votos en la segunda vuelta de 2018 se mantuvo, por lo cual, en este tiempo, se dedicó a buscar los apoyos de centro que le permitieron llevarse la segunda vuelta.
Segundo, los ejemplos latinoamericanos de Argentina, Chile o México han corroborado una tendencia que se ha perfilado desde 2017, un progresismo que toma distancia del modelo venezolano. Ningún gobierno de izquierda elegido ha tenido muestras de simpatía con Nicolás Maduro, ni ha insinuado seguir ese camino. El más enfático, sin duda, ha sido Gabriel Boric, quien califica a Nicaragua y Venezuela como ejemplos de autoritarismo y cuyo acercamiento al centro, ha sido aleccionador sobre cómo este progresismo postcrisis venezolana ha encontrado un nuevo equilibrio tanto en el discurso como en la praxis.
Y, en tercer lugar, tras 28 años de gobiernos de derecha (o centroderecha en el caso del segundo mandato de Santos) Colombia venía pidiendo a gritos una verdadera alternación. El hastío frente al modelo económico, social y las constantes amenazas a la pluralidad, han terminado por convencer a cientos de miles de indecisos de que cambio no es equivalente a salto al vacío.
Petro ganó, además, porque su base de primera vuelta se mantuvo mientras que Rodolfo Hernández perdió un parte, aferrado y dependiente de los votos del uribismo. Paradójicamente, tuvo mayor seguridad de los votos de Federico Gutiérrez que de los propios. Su “desinflada” fue patente a medida que sus extravagancias se hacían públicas y una derecha republicana le fue “soltando la mano” como suele decirse en Colombia. También fue clave el cambio en el discurso minero energético de Petro, pues esa moderación le valió repunte en lo Santanderes, Cundinamarca y Boyacá donde fue castigado en primera vuelta, por la amenaza que, se entendía, suponía su transición energética contra la pequeña minería.
Separada la justificada euforia de la esperada y hasta sufrida victoria, viene el desafío más complejo: gobernar un país polarizado en el que las expectativas y exigencias de cambio abundan y los compases de espera son estrechos. Deberá consolidar el discurso de unidad nacional que ha mantenido, pero con la enorme dificultad que suponen los rencores acumulados durante esta elección. De igual forma, y para no seguir el desastroso ejemplo de su antecesor, le urgirá consolidar una coalición en el legislativo para llevar a cabo las ambiciosas reformas en el plano fiscal, de salud, y en aras de una reactivación económica urgente.
Llegó finalmente el momento del progresismo en el que Petro tendrá la chance de demostrar a la tecnocracia criolla que lo ha tildado de “demagogo y populista” (con un marcado acento peyorativo) que, está en capacidad de poner en marcha un modelo de redistribución en el segundo país con mayor concentración de riqueza en América Latina (región mas desigual del mundo) sin sacrificar la estabilidad ni el atractivo a la inversión.
Colombia clausura definitivamente el Frente Nacional bipartidista y comienza una nueva era democrática que, profundiza la transición que se pretendió con la Constitución del 91 pero que, desde los 2000, estuvo bajo constante amenaza.
*Mauricio Jaramillo Jassir es Profesor principal de carrera en la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos, Universidad del Rosario. Internacionalista de la Universidad del Rosario (2004), Maestría en Seguridad Internacional de Sciences Po Toulouse (2005) y en Geopolítica de la Universidad París 8 (2009). Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Toulouse I (2018). Trabajó como asesor del despacho del Secretario General de UNASUR.
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