Un viejo refrán dice: el martes, ni te cases ni te embarques. La tradición española dice que es de mala suerte emprender cosas importantes durante el día dedicado a Marte, el dios latino de la guerra, porque podrían fracasar estrepitosamente. No obstante, Iván Duque no pudo escoger el día en que se posesionaría como presidente de Colombia: el siete de agosto, fecha en la que se posesionan los mandatarios desde 1892, cayó martes en 2018.
La ceremonia de Duque podría considerarse una antesala a lo que se vivió en su presidencia. Para empezar, a un par de kilómetros de distancia había una manifestación juvenil para reprobar su mandato, liderada por su contrincante en segunda vuelta y hoy candidato presidencial del movimiento de izquierda Pacto Histórico, Gustavo Petro Urrego.
Pero lo que más llamó la atención ese día fue la lluvia intensa que cubrió la Plaza de Bolívar, que obligó a los invitados nacionales e internacionales, a los nuevos congresistas y al propio presidente a refugiarse bajo sombrillas. Es muy recordada la fotografía de la policía que sostenía la sombrilla de María Juliana Ruiz, la nueva primera dama, como si se tratara de la realeza.
Además, los fuertes vientos de ese día derribaron parte del ensamblaje para la posesión del mandatario al que le tocaron varias papas calientes: la pandemia por covid-19, el estallido social latinoamericano y las crisis económicas del inicio de esta década. Que este abogado de la Universidad Sergio Arboleda estuviera preparado o no para enfrentarlas va más allá de los alcances de este artículo.
Quienes recuerdan ese día se preguntaron, quizá con algo de suspicacia, por qué justo ese día llovió con tanta intensidad en el centro de Bogotá. Según datos del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), en la capital del país hay solo dos breves temporadas secas: enero-febrero y julio-agosto. Sí, en la ciudad llueve todo el año, pero las precipitaciones son menos intensas en esos meses.
A Ernesto Macías, hoy senador saliente del partido uribista Centro Democrático, también le quedó esa duda. El congresista fue elegido presidente del Senado y le correspondió tomarle el juramento a Duque. El viento le causó dudas sobre una posible intervención esotérica para sabotear la ceremonia, y se lo hizo saber a la periodista Vicky Dávila —en aquel entonces afiliada a la emisora La W— cuando le preguntó sobre el incidente.
“El viento que nunca habíamos visto en la Plaza de Bolívar, la lluvia. Uno a veces piensa, Vicky, que eso de los chamanes es cierto, porque ese ‘ventarrón’, como le llamamos popularmente en la provincia, no lo habíamos sentido”, dijo el huilense.
A Martín Santos, hijo del entonces presidente saliente, Juan Manuel Santos, le pareció gracioso tomar del pelo a Macías. Publicó en Twitter una foto de su padre con un mamo de la Sierra Nevada de Santa Marta, más el mensaje “¿a cómo la hora de lluvia?”.
Cabe anotar que los mamos son los líderes de sus pueblos, mientras los chamanes son los curanderos, así que Martín sacó de contexto a su padre por las risas.
Absurda o no, cierta o no, la teoría del senador bachiller es verosímil porque tiene antecedentes. En entrevista de 2012 para el diario El Tiempo, el chamán Jorge Elías González aseguró que recibió un pago de tres millones de pesos para controlar la posible tempestad que caería el siete de agosto de 2010, cuando Álvaro Uribe Vélez le entregó el cargo de presidente a Santos, su sucesor —y, hasta donde Uribe creía, su pupilo—.
El mismo chamán tolimense fue contactado por la Fundación Teatro Nacional, con permiso de la convulsionada Alcaldía de Bogotá de Clara López Obregón, para hacer que no lloviera durante la clausura del Mundial de Fútbol Sub-20 de 2011, que tuvo lugar el 20 de agosto. Como por arte de magia, cuando terminó el compromiso entre México y Francia por el tercer lugar, se disiparon las nubes y el espectáculo fue un éxito.
“Es una forma distinta de aproximación a la naturaleza desde las comunidades tradicionales, y desde esa óptica se trabaja con él. No llovió en la ceremonia, fue un éxito y lo volveré a contratar cuando lo necesite”, le dijo Ana Marta de Pizarro, antropóloga, directora del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, a la cadena BBC.
Por muchos años, la Casa de Nariño fue el centro de un Estado que se proclamaba católico, pero lo sobrenatural caminó sus pasillos antes y después del salto al laicismo por la Constitución de 1991. Se ha hecho presente de formas discretas, como en la capacidad de controlar el clima en una ciudad donde este es impredecible, pero también en formas blancas, oscuras y hasta electoralmente obtusas.
Hablemos primero de las formas obtusas. La sauróloga y exsenadora Regina 11 —la misma que en entrevista a Infobae Colombia confesó que “el día que yo vote por Petro, ese día se muere la muerte” porque en su aura vio “todas las maldades que hizo”— se convirtió en amiga personal del presidente liberal Julio César Turbay.
Incluso, de los 2.503.681 votos que obtuvo en las elecciones de 1978, la mentalista asegura haber vendido 182.383. No leyó mal: a Regina 11 le pagaron por los votos de otras personas.
“[...] los vendí a cinco pesos. Aquí se hicieron unas colas muy largas. Llegamos un señor y una señora de la campaña turbayista para ver cómo era la adhesión. Entonces, les dije: voy a vender los votos porque si les doy los votos sin estadística, al otro día dicen que no fue cierto. Vendí exactamente 182.383 votos”, le dijo a la revista Alternativa en marzo de 1980.
Regina 11 no calificó bien el gobierno de Turbay, a quien había amenazado con desmoronarlo si no cumplía con lo prometido en campaña. Ella no se atribuye el desastre a sí misma, sino a que el propio Turbay hizo alianzas con personas alejadas del liberalismo y se buscó sus propias desgracias.
Al mandatario liberal también lo asociaron con la hechicera entrevistada por el periodista Germán Castro Caycedo para su libro La bruja: coca, política y demonio. Algunas versiones dicen que esta bruja ya se arrepintió de haber ejercido ese oficio y evita dar su nombre para que no la acosen. En otras, Lucrecia Gaviria —la bruja de Fredonia— se atribuye el protagonismo de esa historia.
En todo caso, algunas versiones dicen que dicha bruja le habría ayudado al presidente Turbay a protegerlo de sus enemigos, casar bien a su hija y alejar de su vida a Nydia Quintero —su primera dama y la líder de la beneficencia Solidaridad por Colombia—, porque el mandatario quería estar con otra mujer.
Turbay fue el primero de una serie de gobiernos convulsionados de los años ochenta en Colombia. Los ciudadanos no les tenían mayor confianza, porque el poder real parecía estar en manos de los capos del narcotráfico y las guerrillas.
En una situación donde no había control y todo parecía impredecible, apareció un consultor insólito: el astrólogo Mauricio Puerta.
Mediante la lectura de cartas astrales —gráficos en los que se ubica la posición de los astros según la fecha de nacimiento de cada persona—, Puerta ofrecía respuestas sobre la personalidad, el presente y futuro de quien preguntara. Según una entrevista que le concedió a Marlon Becerra, por su oficina pasaron personajes como Ernesto Samper, Belisario Betancur, Noemí Sanín y Rafael Pardo.
Uno de los grupos subversivos del país, el Movimiento 19 de Abril (M-19), inició conversaciones con el Gobierno de Colombia en enero de 1989 para su desmovilización definitiva. Rafael Pardo, encargado de las conversaciones en la presidencia de Virgilio Barco, preguntó sobre el éxito del proceso.
Según las cuentas del astrólogo, Júpiter (el planeta que rige a Sagitario, el signo solar de Rafael Pardo) entraría entre 1989 y 1990 a la casa de Géminis (el signo solar de Carlos Pizarro Leongómez y signo complementario de Sagitario).
Sugirió firmar durante las fechas de Piscis: el presidente Virgilio Barco era de signo Virgo y solo hacía falta una posición Piscis para formar una cruz en el plano astral. Al no haber una persona de ese signo para firmar, y para seguir la recomendación, la entrega de armas ocurrió el 9 de marzo de 1990. A Pizarro lo mataron dos meses después.
Si hubo un inquilino de la Casa de Nariño con el que se habría ensañado el mundo de lo sobrenatural, ese fue el liberal Ernesto Samper Pizano (1994-1998). La inquina fue tal en este caso que se ganó un capítulo entero en El libro negro de la brujería en Colombia, del periodista Esteban Cruz Niño, que compila una serie de reportajes sobre este tema.
Varios medios de comunicación de la época reportaron que la familia presidencial recibió a la Hadita de Pereira en la Casa de Nariño. La pitonisa estaba convencida de que a Samper lo estaban trabajando y la llevaron a recorrer los pasillos para ver qué encontraba. Encontraron espantos detrás de un cuadro y bolsitas negras entre los muebles.
“Recuerdo que había una hecha en gasa negra que parecía una mariposa; en su interior había un diente, tierra, pelos y un dólar partido por la mitad; también encontramos medallas de San Benito patas arriba”, le dijo Jacquin Strouss a la revista Semana en noviembre de 1998.
No obstante, según la anécdota que recogió Cruz en su libro, la hechicera detectó que el peor maleficio estaba en un reloj de pulso. No lo hallaron durante la visita de la señora, pero Samper descubrió tiempo después que Hadita se refería al que llevaba en su muñeca: le habían incrustado una lámina con inscripciones para maldecirlo. Solo lo notó cuando, ya radicado en España, lo llevó al relojero para que le cambiara la pila.
Según el reportaje de Semana, la responsable de instalar todo aquello en la Casa de Nariño fue una secretaria de Presidencia que era muy cercana a Elizabeth Montoya, conocida en la alta alcurnia como la Monita Retrechera. Lo supieron porque Hadita señaló su escritorio. Fue despedida de inmediato. El capellán presidencial de ese entonces, monseñor Guillermo Melguizo, se mostró escéptico pero hizo una oración de exorcismo por si las moscas.
La Monita Retrechera estaba casada con el narcotraficante Jesús Amado Sarria, vinculado al cartel del Norte del Valle, y la Fiscalía General de la Nación creía que ella tendría información de valor para esclarecer el proceso 8.000, el escándalo del ingreso de dinero del narcotráfico a la campaña de Samper. No obstante, fue asesinada en febrero de 1996 en la casa de un santero y se llevó lo que sabía a la tumba.
El primero que tuvo en su poder los cassettes del proceso 8000 fue el conservador Andrés Pastrana, de oficio periodista, quien perdió la segunda vuelta presidencial de 1994 ante Samper. Era el segundo agravio que Pastrana recibía del negocio del narcotráfico: en enero de 1988, cuando se postuló para ser alcalde de Bogotá, fue secuestrado por Pablo Escobar y Los Extraditables. El procurador Carlos Mauro Hoyos fue retenido al mismo tiempo y, posteriormente, asesinado.
Luego de que sus secuestradores le permitieran a Pastrana canjearse con un policía y quedar en libertad, el entonces director del noticiero TV Hoy le atribuyó el milagro de seguir con vida al Divino Niño Jesús del 20 de Julio, una advocación local creada a partir del Niño Jesús de Praga. Incluso, el hijo del expresidente Misael Pastrana Borrero fue hasta la basílica, ubicada en el sur de Bogotá, a agradecer la gracia concedida.
Esa sola visita popularizó al barrio 20 de Julio, donde queda la basílica: cada domingo desde hace tres décadas, miles de feligreses se acercan allá a pedir favores y son recibidos por comerciantes de artículos religiosos, alimentos y todo tipo de mercancías.
Suena mal decirlo, pero es verdad: la notoriedad que le dio el secuestro a Pastrana lo catapultó a ganar la primera elección popular de alcalde mayor. Asimismo, el golpe contundente que propinó a Samper y al Partido Liberal con la chiva del proceso 8.000 lo ayudó a ser elegido presidente de Colombia en 1998.
Aunque profesa la fe católica, de Pastrana se dice que es un hombre temeroso de los fantasmas y creyente en los agüeros: “no acepta obsequios cortopunzantes sin dar unas monedas a cambio; jamás se sienta en una mesa donde haya 12 personas; si riega la sal la recoge y la bota por encima del hombro; cuando viaja en avión se cuida de aplaudir, así sea discretamente, al momento del aterrizaje y, en un gesto que va más allá de la caballerosidad, llega a sugerir cuando se derrama una copa de vino que hay que untarlo detrás de las orejas”, dijo de él la revista Semana.
El delfín que prometió alcanzar la paz con las FARC y empezar el tercer milenio con pie derecho no quería equivocarse en nada. Una vez se posesionó, subió a la Sierra Nevada de Santa Marta a encontrarse con mamos de la etnia kogui, los mismos con los que se reunió Juan Manuel Santos 12 años después y produjeron la foto compartida por Martín Santos.
A modo de amuleto, ellos le entregaron unas manillas blancas para liberarlo de posibles energías negativas. A juicio del lector dejamos la conclusión de si funcionaron o no.
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