Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo

Sé que es muy difícil para Fajardo hacer a un lado los dolores por las ofensas que ha recibido de personas y grupos que acompañan a Gustavo Petro. Pero hubiera sido peor una alianza con Hernández

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Colombian centre-right presidential candidate Rodolfo
Colombian centre-right presidential candidate Rodolfo Hernandez of Anti-Corruption Rulers' League Party speaks to the media after a meeting with Colombian centre presidential ex-candidate Sergio Fajardo of the Hope Center Coalition, for political alliances ahead of the second round of the presidential elections, in Bogota, Colombia June 2, 2022. REUTERS/Luisa Gonzalez

A última hora se supo que no hubo acuerdo entre Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo. Debo decir que me hubiera dolido mucho la llegada de Fajardo a las filas de Hernández en esta crucial disputa presidencial.

Con Fajardo he conversado muchas veces de la necesidad de fortalecer la democracia colombiana, asediada por la violencia y la corrupción, vapuleada por los clanes políticos y sus alianzas con las mafias, aferrada a la exclusión de las izquierdas y de las fuerzas sociales inconformes. Pues bien, Rodolfo Hernández dañará aún más esta precaria democracia.

La historia de Hernández está atada a la combinación indebida de negocios y política. Se inició como empresario de la construcción en los años setenta y, mientras ascendía en los negocios, fue concejal dos veces de su natal Piedecuesta. En el segundo periodo, en 1995, fue sancionado por la Procuraduría provincial por la firma de un contrato entre su empresa constructora y el municipio. Luego, declinó por largo tiempo participar directamente en la política, pero se hizo celebre por la eficacia con la que tramitaba sus contratos con políticos y funcionarios.

Volvió a la política directa y ganó la alcaldía de Bucaramanga en 2015 y allí, otra vez, ha sido vinculado a un escándalo y a un proceso judicial por la contratación con la empresa Vitalogic.

Algo similar ha hecho durante décadas el clan Char en Barranquilla y en la costa Caribe. Utilizan la política para fortalecer sus empresas y se apoyan en sus empresas para ascender en la política. También esta familia ha sido vinculada a preocupantes escándalos de corrupción. En esta mezcla entre negocios y política la democracia sale siempre mal parada.

Pero con Hernández no hablamos sólo de lo que puede pasar con su entramado de negocios y la vida pública. Hablamos de su manera de entender la política. El menosprecio por el Congreso y la Justicia, la pretensión caudillista de que la única instancia es la comunicación directa con la ciudadanía y la apelación a ella para enfrentar la institucionalidad.

He citado en estos días “El ocaso de la democracia”, un libro de Anne Applebaum, una escritora militante del Partido Republicano, ganadora del Premio Pulitzer, que me sorprendió con su visión descarnada de los estragos del populismo de derecha en las instituciones democráticas. Hace un recorrido por los gobiernos de Donald Trump, en Estados Unidos; de Boris Johnson, en el Reino Unido, y de la escena política en Polonia y Austria.

El autoritarismo y el caudillismo, bien parapetados detrás de las redes sociales y las noticias falsas, van demoliendo una a una las instancias de representación del pueblo y minando, paso a paso, la separación de poderes, los contrapesos institucionales y la prensa libre.

Cosa parecida se puede decir de Nayib Bukele en El Salvador o de Jair Bolsonaro en Brasil. Hernández casa bien en estas características, adobadas, además, por un lenguaje particularmente agresivo con sus contradictores o denunciantes.

Sería demasiado ingenuo y parcializado si no advirtiera riesgos en la historia y el discurso de Gustavo Petro. En una circunstancia en la que encuentre demasiados obstáculos para sus ideas de cambio y sienta, o se imagine, un gran respaldo social, puede soñar con aventuras autoritarias y con la búsqueda de atajos extrainstitucionales para sacar adelante sus propuestas, pero muy pronto se dará cuenta de que la vigilancia sobre la izquierda en la sociedad colombiana es suficientemente drástica para impedir cualquier intento de romper el hilo constitucional.

Sé que es muy difícil para Fajardo hacer a un lado los dolores por las ofensas que ha recibido de personas y grupos que acompañan a Gustavo Petro y sé, también, que no se siente cómodo con el estilo y la radicalidad de algunas de las ideas de Petro. Pero hubiera sido peor una alianza con Hernández, la trayectoria y las ideas del exalcalde de Bucaramanga están aún más lejos de su historia y sus convicciones. Por otro lado, mirando en perspectiva, un triunfo de Petro cerraría un ciclo largo de exclusión de las izquierdas y contribuiría enormemente a la reconciliación del país, cuestiones que han animado la vida pública de Fajardo.

*León Valencia Agudelo es analista político experto en temas relacionados con el conflicto armado en Colombia. Director de la Fundación Paz & Reconciliación. Columnista de opinión en las revistas Semana, Diners y Credencial, y en los diarios El Tiempo y El Colombiano. Escritor de textos de políticos como: ‘Adiós a la política, bienvenida la guerra’ (2002) y ‘Miserias de la guerra, esperanza de la paz’. Recientemente presentó la segunda edición del libro ‘Mis años de guerra’, que relata sus experiencias como militante del ELN.

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