En un operativo comandado por el general Rosso José Serrano, el 9 de junio de 1995, según relata el mismo oficial, estaban siguiendo al contador del narco conocido como el “ajedrecista”, esto gracias a la infiltración de dos mujeres que rondaban por el barrio Santa Mónica, uno de los más exclusivos de la capital del Valle del Cauca.
En varias entrevistas el general Serrano, comandante de la Policía en ese entonces, declaró que una de las infiltradas notó el perfume del capo; le avisan al alto oficial y a eso de las 3 de la tarde de ese viernes las autoridades, en conjunto con el grupo élite, allanaron la casa.
La zozobra no se hizo esperar y la esposa, o mejor dicho pareja de Gilberto Rodríguez, en ese momento, Aura Rocío Restrepo, quien dijo que solo fue la concubina, porque el ajedrecista nunca se separó de Miriam, su anterior mujer. Pero, Rocío notó la presencia de las autoridades, como pudo metió al narco en un armario empotrado en la pared, pretendiendo que no lo encontraran.
La misma Rocío les abrió la puerta a los policías y mientras allanaban el lugar, uno de los uniformados vio un portarretratos en el suelo, con el vidrio destrozado, lo que confirmaba la sospecha de la presencia del Rodríguez Orejuela en el inmueble.
“No me vayan a hacer nada. Tranquilos, muchachos, que yo soy un hombre de paz. Ustedes ganaron y los felicito porque hicieron un buen trabajo”,
dijo Gilberto al momento que lo vieron escondido en el armario.
Este fue el final del poderío del ajedrecista, que falleció el pasado primero de junio, el final de su relación con la ex reina del turismo del Valle del Cauca, Aura Rocío Restrepo, y el final de la casa que tenía rutas a importantes puntos de la ciudad de Santiago de Cali, como el Cerro de las Tres Cruces y Chipichape.
Como se puede dar en el imaginario colectivo, la casa estaba repleta de lujos y detalles que el dinero de la droga podía pagar, un amplio garaje, protegido por una reja color negro, de más de 10 metros de ancho, custodiaban el “fortín”. Este espacio, además de destinarse para parquear los carros, era ideal para poder alertarse sobre la presencia de las autoridades.
Los cuatro pisos del predio, que hasta sótano tenía, eran complementados por grandes ventanales y balcones, su interior tenía piezas de arte muy valiosas, menaje exclusivo y lujoso para la época de los 90s, artículos de decoración que combinaban con los detalles arquitectónicos del lugar y muchas otras excentricidades, por ejemplo, una biblioteca gigante, en la cual estaba una mesa de ajedrez con tablero de mármol y fichas de marfil.
A pesar que para ese entonces, Gilberto Rodríguez de 56 años ya era paciente hipertenso, en la casa de Santa Mónica había un gimnasio con pista de trote, juego de pesas completo, bicicletas estáticas y demás dotaciones deportivas.
Todo esto, útil o fachada, escondía la caleta o escondite donde encontraron a uno de los líderes del Cartel de Cali. Pero, los rumores no se hacían esperar; además que, con la extradición del capo, la posterior captura de su hermano Miguel y el “final de la guerra contra el narcotráfico”, la casa quedó desierta.
Lo único que quedó allí fueron los recuerdos y rumores, porque eso sí, muchas personas, “sin miedo al éxito” se fueron a buscar los tesoros del capo, las versiones que allí quedaron escondidos millones de pesos o dólares, tesoros enterrados y más que no se hicieron esperar para buscarlos.
Casi 3 décadas después, lo que era un “palacio” terminó siendo un lote de escombros. Hicieron trizas la casa por buscar un tesoro, que hasta donde se sabe, nunca se encontró, o que no estaba allí. El “bunker” de Gilberto Rodríguez Orejuela, es ahora un lote de consumo de lo que el mismo produjo alguna vez.
SEGUIR LEYENDO: