El tablero de ajedrez de los Rodríguez Orejuela va llegando a su fin, las fichas del narcotráfico se van extinguiendo en con el paso de los años, sin embargo, su legado queda plasmado en la historia oscura de Colombia. Gilberto Rodríguez Orejuela murió en Estados Unidos mientras purgaba una pena por el envió de cientos de toneladas de coca a dicho país, sus últimas palabras quizá quedaron entre cuatro paredes, pero sus historias irán siendo conocidas con el paso de los años, entre estas, surge una carta que le envió a sus nietos, misiva que buscaba reivindicar su imagen ante la familia.
El extinto capo se describía como un guerrero con diferentes cicatrices, algunas físicas y otras que marcaban su componente interior, resaltaba que en la web se podía hallar diversa información sobre su vida, algunos apartes podrían revelar de manera detallada su perfil malévolo, colmado por las artimañas del ilícito, sin embargo, destacó que todos los seres humanos estaban compuestos por diferentes facetas que pueden ser tomadas de manera negativa y positiva.
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En uno de los apartados sostuvo: “soy un hombre con muchos defectos y unas pocas cualidades. He vivido lo suficiente, 82 años, y los he vivido intensamente, he hecho de todo, he sufrido las inclemencias de la vida, pero también he tenido tiempo para ser feliz”.
Entretanto, las sensibles letras del malvado narco demostraron revelaron su sed de venganza en los casos que ameritaba, pues resaltó que era vengativo con sus enemigos, no obstante demostraba lealtad y generosidad con sus amigos. La catarsis reflexiva de ‘El Ajedrecista’ subrayaba su intolerancia con el delito, pues destacó que no concebía que uno de sus familiares tomara una decisión que los llevara a la ruta del ilícito, aseverando que no había ninguna razón válida para tomar dicho camino.
En medio de prosa e inspiración destacó sus pasiones, para algunos podría ser inconcebible que uno de los hombre que fraguó una cruda guerra en el país pudiera percibir un mundo matizado por los sentimientos. El lado sensible del capo de Santiago de Cali quedó expuesto al hablar del perdón, recalcando que la única forma de que este se valide, es no reincidiendo en el daño ocasionado.
Rodríguez señaló en su carta: “soy sensible al amor, a la belleza, a la ternura, a la poesía, a la música, a la belleza del universo que le da su armonía, a la compasión, al perdón sincero, al que se pide sin utilizar micrófonos ni cámaras de TV ni redes sociales, creo en ese perdón que sale del alma cuando se pide directamente mirando la cara del ofendido y con el firme propósito de no repetir la ofensa.”.
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Dios como el centro no era una opción para Gilberto Rodríguez, pues en su escrito declaró que respetaba las creencias de las personas teniendo en cuenta que había este era un amparo espiritual para los creyentes, sin embargo, destacó los valores éticos y morales que debían regir dentro de la sociedad, pues cada acto de la vida debe estar contemplado dentro de la moralidad.
Su desarrollo como ser humano presuntamente tuvo diferentes aristas, empero, destacó que su posición dentro del narcotráfico se dio por la ambición generada por el dinero, hecho que lamentó hasta el día de su muerte, todo lo contrario a su ascenso dentro de los negocios y el comercio, factores de los cuales se sintió orgulloso siempre.
Gilberto Rodríguez confesó: “Creo en la gratitud como una virtud y un valor supremo en el ser humano, Quiero definirme ante ustedes, como un hombre que fui y soy rebelde por convicción, comerciante y negociante por vocación y fui narcotraficante por ambición, me siento orgulloso de mis dos primeras condiciones y absolutamente avergonzado de mi ultima condición. Quiero confesarles también que me he equivocado muchísimo, pero también he acertado en algunas ocasiones”.
La suplica del capo
Las sentidas palabras del jefe del Cartel de Cali se convirtieron en una afanada petición para sus familiares, pues a pesar de calificar su discurso como una expresión nihilista, aquí buscaba aclarar cualquier rumor que existiera en su contra con el fin de contemplar la posibilidad de mejorar su imagen, pues en las primeras planas de los diarios únicamente exhibían el delito del narco, hechos que a pesar de haber aceptado, considera que opacaban las pocas cosas buenas que según él hizo.
La carta quedó abierta para cualquier respuesta, pues Gilberto le insistió a sus parientes que ante cualquier duda preguntaran para aclarar la situación, no obstante, no se sabe si dichos cuestionamientos llegaron a manos del capo o simplemente fue una carta sin retorno. Gilberto Rodríguez cerró su manuscrito asegurando: “Hoy me siento orgulloso que en medio de mi desgracia existan mis hijos, existan mis nietos como una bendición final. Los amo inmensamente, su abuelo Gilberto”.
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