Gilberto Rodríguez Orejuela: el capo de la droga en Cali que nunca cumplió su sueño de ser un respetado empresario

La vida del hombre que se apoderó del control de la droga en el Valle del Cauca, además de llevar sus negocios a otro nivel mediante la adquisición de poderosas compañías

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Foto Twitter/@IrishcaponeH
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El 18 de agosto de 1988 se sintió el infierno a una cuadra del parque de Berrío en Medellín, luego de que una farmacia ardiera por las llamas que consumían todo a su paso. El cartel de Medellín y el de Cali había llevado su guerra a otro nivel, una sucursal de Drogas La Rebaja (una cadena de droguerías con la cual los Rodríguez Orejuela pretendían lavar el dinero del narcotráfico) fue incinerada por hombres armados que arribaron al lugar y rociaron gasolina mientras amenazaban a los presentes. El fuego acabó con la vida de una mujer y dos personas más resultaron heridas. Se trataba de un mensaje de Escobar hacía los Rodríguez Orejuela.

Uno de los capos que más marcó la historia de la violencia en Colombia fue Gilberto Rodríguez Orejuela. El mayor de los hermanos de esta familia y cabeza visible del extinto Cartel de Cali, murió a los 83 años en una cárcel de Edgefield, Carolina del Norte, Estados Unidos, donde purgaba una condena que fue impuesta desde 2006, luego de ser extraditado a territorio norteamericano.

A diferencia de Pablo Escobar, un hombre que nunca tuvo problema en definirse a sí mismo como un bandido y que basó su ascenso en el mundo delicuencial en el uso de la fuerza, Gilberto Rodríguez Orejulea, conocido como el ajedrecista, siempre tuvo la esperanza de convertirse en un respetable hombre de negocios y por eso, más que las balas, utilizó los dólares para consolidar su imperio criminal. “El no mataba, como Escobar, el corrompía”, asegura el general Rosso José Serrano, comandante de la Policía de Colombia, cuando se dio la captura del capo del cartel de Cali.

El inicio del narco

Aunque su poderío tuvo un gran desarrollo en la Ciudad de Santiago de Cali y alrededores, Rodríguez Orejuela nació el 30 de enero de 1939 en el municipio de Mariquita, Tolima, en una familia modesta, la cual busco nuevas oportunidades en el Valle del Cauca en los años 40. En medio del vertiginoso crecimiento de la capital vallecaucana, el hoy fallecido capo decidió expandir su círculo social con familias prestantes y reconocidas de la ciudad.

Con el paso de los años, impulsado por un espíritu ambicioso, codicia y amor por el dinero, decidió que su objetivo era el mundo de los negocios; su obsesión fue siempre tratar de convertirse en un respetado empresario, razón que lo llevó a buscar establecer contacto con las más importantes figuras económicas de la región, creando o comprando equipos de fútbol, compañías automotrices o cadenas farmacéuticas.

Su crecimiento exponencial lo llevó a ser uno de los hombres más reconocidos de la región, pues, a pesar de que se vivía en un contexto lleno de dólares, drogas y armas, el capo conservaba varias particularidades que lo resaltaban como persona: intelectual, estratégico, educado y de gran carisma, estas eran unas de las cualidades que sus más cercanos exaltaban sobre él.

Su carrera en el narcotráfico tuvo un ascenso paulatino, pues previo a su inmersión en el mundo del ilícito, logró fortalecer sus negocios en el Valle del Cauca y parte de Colombia. Una filial de la automotriz Chrysler en Colombia fue uno de sus primeros negocios, además buscó convertirse en accionista del equipo de fútbol Deportivo Cali, pero esto no fue posible por las normas impuestas por el extinto Alex Gorayeb, sin embargo, acapararon una importante empresa farmacéutica que aún opera en el país y el otro equipo del Valle del Cauca en su momento.

La coca como negocio

La bonanza de la coca llegó desde los años 70, pues la repercusión del crecimiento de la cultura marimbera dejó un rezago de ambición por lo ilegal. Gilberto miraba con buenos ojos el negocio de la coca y desarrollo junto a su hermano Miguel Ángel y José Santa Cruz Londoño una banda delincuencial llamada ‘Los Chemas’, a la cual se adheriría Helmer Herrera, el mítico ‘Pacho Herrera’ años después.

Las películas de bandidos quedarían atrás, pues en Cali de forjaba una historia en medio de las líneas de coca que producía el denominado Cartel de Cali, grupo que empezó ser tenido en cuenta desde el Valle de Aburrá, lugar en donde Pablo Escobar y varios de sus secuaces fraguaban el Cartel de Medellín.

La competencia entre las dos organizaciones criminales se basaba en el envió de coca hacía Estados Unidos principalmente, sin embargo, el as bajo la manga del extinto capo era uno de sus compañeros, ‘Pacho Herrera’ quien se encargaba de blanquear dinero fuera del país y tenía una vasta agenda en territorio norteamericano, esto convirtió al cartel en uno de los mayores exportadores de coca hacía dicha nación.

La división entre los grupos se dio por una declaración de guerra en contra del Estado, desde Medellín se oponían de manera contundente al trato de extradición con los Estados Unidos, Escobar le solicitó un aporte económico a los hombres de Cali para recrudecer la guerra contra el gobierno, a lo que se opuso Gilberto Rodríguez y detonó la guerra entra las dos bandas, hechos que se sintieron en todo el país por los constantes ataques sicariales y ejecución de atentados terroristas.

El proceso 8000: la piedra en el zapato

El gobierno de Ernesto Samper estuvo empañado por los dineros calientes, pues su campaña a la presidencia en 1994 habría sido financiada por el Cartel de Cali. Los miembros del equipo de trabajo de Samper afirmaron que el entonces presidente no tuvo conocimiento sobre la entrada de dichas sumas económicas.

Algunas versiones presumen que esta situación fue el detonante para que se emitiera la orden de captura en contra de Gilberto Rodríguez, sin embargo, nunca hubo una razón precisa sobre todo el proceso, pues el argumento principal de la orden judicial era la guerra contra los carteles de la droga mediante el Grupo de Búsqueda.

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