Conocí a Gustavo Petro en marzo de 1994. En esos días había sido derrotado en su aspiración al Congreso de la República. Fue a visitarnos a Flor del Monte, un corregimiento en el departamento de Sucre, donde la Corriente de Renovación Socialista, una fracción del ELN, estaba suscribiendo un acuerdo de paz con el gobierno de Cesar Gaviria Trujillo. Si mal no recuerdo, se quedó más de una semana en el campamento compartiendo con los guerrilleros y rumiando las angustias de su fracaso.
Lucía bastante enojado. Le atribuía su pérdida y la declinación del M-19 en esa campaña electoral a los graves errores de Antonio Navarro y la dirigencia del movimiento. Habían entregado algunas banderas revolucionarias en la Constituyente; también en la participación en el gabinete de Gaviria; y ahí estaban las consecuencias, decía. Se habían dejado cooptar por el gobierno neoliberal, afirmaba.
Después he seguido su trayectoria paso a paso. Al principio porque nos encontrábamos frecuentemente en las actividades políticas de las izquierdas y luego porque, en mis labores de analista y escritor, he dedicado buen tiempo a estudiar sus discursos y debates de parlamentario o sus ejecutorias en el gobierno de Bogotá.
Me sorprendía una y otra vez su persistencia y su inapelable vocación de cambio y revolución. Siempre fiel a lo que había dicho en Flor del Monte, la necesidad de desafiar el establecimiento, de transformar de raíz la economía y la sociedad colombiana. Siempre en la ilusión mesiánica de salvar al país del paramilitarismo y las mafias, de la centenaria clase política, de la dependencia de las industrias extractivas y de la pobreza y la desigualdad.
Con esas convicciones y esas ideas está a punto de ganar la presidencia de la República. Nunca creí que llegara tan lejos. La sociedad colombiana atravesó el siglo veinte y se instaló en el veintiuno sin dar señales de querer cambios profundos. Las élites, conservadoras y astutas, han encontrado siempre la manera de conjurar los riesgos y persistir en el poder. Al empezar el siglo la sociedad y las élites se abrazaron a Álvaro Uribe Vélez quién les ofreció seguridad ante el avance de las guerrillas por un lado y el despuntar de unas izquierdas apartadas de la violencia por el otro. Petro por su parte, en su condición de lobo solitario, pasaba de una alianza a otra, de una campaña a otra, sin encontrar un anclaje sólido para su proyecto.
Pero vinieron unos acontecimientos tan poderosos que catapultaron su liderazgo y suavizaron sus defectos que no son pocos. Se firmó el acuerdo de paz con la guerrilla más poderosa y al tenor de ese proceso se dividieron las élites políticas nacionales; el voto de opinión empezó a crecer en las grandes ciudades y las izquierdas ganaron alcaldías claves; llegó la pandemia con su estela de muerte, incertidumbre y hambre; se produjo el estallido social que llevó a siete millones de personas de seiscientos municipios del país a las calles; otra ola de gobiernos de izquierda llegó a las costas de América Latina; y el uribismo cayó en picada bajo el peso de los líos judiciales, la gravedad de las 6.402 ejecuciones extrajudiciales de personas inermes y los desafueros del pésimo gobierno de Iván Duque.
Gustavo Petro ha encabezado con ventaja las encuestas desde el principio de la campaña. De ahí que las consultas inter-partidarias y la primera vuelta se han convertido en competencias para escoger un rival que tenga posibilidades de derrotar a Petro. Hasta hace pocos días, Federico Gutiérrez, apoyado por los Partidos Liberal, Conservador, el Centro Democrático, Cambio Radical, la U, Mira y 45 clanes políticos, aparecía como quien iría a segunda vuelta a competir con el candidato de las izquierdas. Pero durante dos meses se había estancado en veinte puntos o un poco más; en cambio, Rodolfo Hernández, el outsider de la contienda, dejó atrás a Sergio Fajardo y empezó a crecer, a tal punto que hoy, algunos analistas, apuestan a que este 29 de mayo puede ganar el tiquete para segunda vuelta desplazando a Gutiérrez.
Es asaz difícil que Petro gané en la primera vuelta. Pero en segunda vuelta tiene altas probabilidades de hacerlo por la ventaja con que llegará a esta instancia. En todo caso, quien la puede complicar un poco la vida es Rodolfo Hernández, al final de la contienda.
*León Valencia Agudelo es analista político experto en temas relacionados con el conflicto armado en Colombia. Director de la Fundación Paz & Reconciliación. Columnista de opinión en las revistas Semana, Diners y Credencial, y en los diarios El Tiempo y El Colombiano. Escritor de textos de políticos como: ‘Adiós a la política, bienvenida la guerra’ (2002) y ‘Miserias de la guerra, esperanza de la paz’. Recientemente presentó la segunda edición del libro ‘Mis años de guerra’, que relata sus experiencias como militante del ELN.
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