Las relaciones exteriores rara vez han sido prioritarias en los debates por la Presidencia en Colombia. En comparación con la salud, el empleo, la vivienda, la seguridad o la paz —esto último depende del prisma ideológico—, que generan un vivo interés, por el impacto inmediato en las condiciones de vida, la política exterior parece intrascendente.
Solamente en el último tiempo, a propósito de la firma de tratados de libre comercio, las migraciones y las tensiones con Venezuela, sujetos constantes del debate nacional, la dimensión internacional parece haber ganado terreno. Se suma a la ecuación la correlación de fuerzas cambiante a escala regional, progresismo y conservatismo, pues atrás ha quedado la hegemonía de cualquiera de los dos —progresismo desde 2000 hasta 2015 y conservatismo entre 2015 y 2020—, hallándose en un pulso constate que ha hecho mella en la integración regional. Algunos espacios como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la Organización de Estados Americanos (OEA) han visto paralizadas sus actividades y los bloqueos por la falta de consensos parecen a la orden del día. La elección en Colombia se sigue con vivo interés y será fundamental en ese dinámico e imperfecto equilibrio de fuerzas ideológicas regionales.
Cuatro opciones estuvieron sobre la mesa, Rodolfo Hernández, que encarna el voto antiestablecimiento y antipolítico al que tildan de ser el “Trump colombiano”; Federico Gutiérrez, elegido después de varios tropiezos como candidato de la derecha uribista y del partido de gobierno, Centro Democrático; Sergio Fajardo, tecnócrata centrista y quien ha hecho de la moderación y el amplio consenso banderas de campaña, y Gustavo Petro, favorito de todas las encuestas, representante de un progresismo, surgido de procesos de desarme y reconciliación, que en Colombia jamás ha ganado las elecciones.
Las propuestas de política exterior de los candidatos asomaron poco, a sabiendas de su aparente y engañoso poco peso. Sin embargo, serán relevantes en un contexto regional de dinámicas trasnacionales como en las migraciones, la reactivación poscovid, el narcotráfico, el comercio exterior y la seguridad fronteriza, entre otros.
Uno de los temas más visibles es Venezuela, vecino con el que Colombia no tiene relaciones diplomáticas desde abril de 2017 por decisión de Juan Manuel Santos, ante la sorpresiva decisión de Maduro de convocar una Asamblea Nacional Constituyente que despojó de buena parte de funciones a la Asamblea Nacional, órgano legislativo de mayoría opositora.
En ese momento, Santos lideró la creación del Grupo de Lima, sacando provecho de la mayoría de gobiernos conservadores de la época. Esta postura fue acentuada por el actual gobierno de Iván Duque, que cerró una veintena de consulados. Ante la crudeza de las condiciones en los flujos migratorios, la falta de resultados del cerco diplomático y los acercamientos entre EE. UU y el oficialismo venezolano, tres candidatos, Petro, Fajardo y Hernández, estuvieron persuadidos sobre la necesidad de un timonazo que empieza por reconocer a Maduro. En la otra orilla, Gutiérrez ha insistido sobre la necesidad de mantener la dinámica fronteriza sin interlocución diplomática, esquema de nubilosa concreción. De ganar el progresismo, Colombia rescatará su influencia como facilitador del diálogo en Venezuela, cuyos antecedentes en el gobierno Santos son prometedores.
Como otra de las prioridades aparece Estados Unidos, aliado en el último tiempo, en especial desde el Plan Colombia (1998), que selló una amistad difícilmente modificable. En estos años, Duque erró en la relación con Washington. El Centro Democrático, su movimiento, tomó partido por la relección de Trump y torpemente asumió la tesis de que un gobierno demócrata en la Casa Blanca sería contrario a sus intereses. Al margen de quien gane, Washington será una prioridad, es el primer socio comercial y cooperante en materia de defensa y desarrollo, además de haber sido un socio de peso en el proceso de paz. Aunque se especule sobre una posible tensión si gana Petro, es poco probable. El progresismo colombiano ha entendido las lecciones del fracaso venezolano, por eso, se aleja de la retórica nacionalista que identifica a EE. UU como enemigo. El candidato incluso se ha reunido con empresarios de multinacionales estadounidenses y enviado mensajes sobre le necesidad de mantener los flujos de inversión extranjera con un marco jurídico constante, descartando las nacionalizaciones.
Finalmente, América Latina será tema recurrente. Es notoria la soledad en la narrativa de condena a la izquierda que, sin excepción, ha emprendido un camino distinto al de Maduro, para la muestra Gabriel Boric, Ximena Castro o Alberto Fernández. Con Petro, Colombia se sumaría a los consensos regionales para revivir la CELAC y tener una OEA mas equilibrada. Al margen del resultado, Colombia deberá enfrentar retos de enormes complejidades determinantes para las migraciones, la transición en Venezuela y la recomposición definitiva de la relación con Estados Unidos.
*Mauricio Jaramillo Jassir es Profesor principal de carrera en la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos, Universidad del Rosario. Internacionalista de la Universidad del Rosario (2004), Maestría en Seguridad Internacional de Sciences Po Toulouse (2005) y en Geopolítica de la Universidad París 8 (2009). Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Toulouse I (2018). Trabajó como asesor del despacho del Secretario General de UNASUR.
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