Perfil: Gustavo Petro, el ‘mosco en leche’ que aspira a llegar a la presidencia en su tercer intento

Un repaso por los momentos más controvertidos, cuestionados y destacados de la trayectoria política del candidato a la presidencia por el Pacto Histórico, desde que se desempeñó como concejal en Zipaquirá, cuando ya militaba en el M-19

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Foto de archivo. El candidato presidencial de izquierda colombiano Gustavo Petro, de la coalición Pacto Histórico, saluda al llegar a un debate en Bogotá, Colombia, el 26 de mayo de 2022. REUTERS/Luisa González
Foto de archivo. El candidato presidencial de izquierda colombiano Gustavo Petro, de la coalición Pacto Histórico, saluda al llegar a un debate en Bogotá, Colombia, el 26 de mayo de 2022. REUTERS/Luisa González
“No era una situación fácil para mí: los militares creían que yo era un mamerto, mientras que los que vivían en la legalidad me consideraban un militar. Me sentía como el protagonista de la canción de Facundo Cabral llamada ‘No soy de aquí, ni soy de allá'”. Una vida, muchas vidas, p. 156.

Gustavo Francisco Petro Urrego tiene arraigo en todos lados y sectores, a la vez que en ninguno en particular. Ninguna ciudad o movimiento se puede atribuir del todo el éxito político que hoy representa el candidato de la coalición Pacto Histórico. El ganador de la jornada de hoy y, hasta ahora, el candidato más opcionado a la presidencia de Colombia es un crisol hecho político.

El líder natural de la izquierda colombiana es hijo de Clara Nubia Urrego, una militante de la Alianza Nacional Popular (Anapo) oriunda de Gachetá (Cundinamarca), y de Gustavo Ramiro Petro, un descendiente de italianos, simpatizante de las ideas del expresidente ultraconservador Laureano Gómez, que llegó del departamento de Córdoba a estudiar en Bogotá.

El amor de los padres de Petro surgió en la capital. Aunque la partida de bautizo del político dice que nació en Ciénaga de Oro (Córdoba), el 19 de abril de 1960, sus recuerdos de infancia se reparten entre el barrio Las Cruces, de Bogotá, el Caribe colombiano y Zipaquirá (Cundinamarca).

En este último municipio estudió sus primeros años. Primero lo inscribieron en el colegio San Felipe Neri, donde dijo haber experimentado maltrato —y, con él, desmotivación—. Después, cuando un carro lo atropelló en la vía contigua, la señora Urrego decidió inscribirlo en el Gimnasio Canadiense. Allí se sintió bien tratado y terminó su educación primaria.

Su paso al bachillerato coincidió con la mudanza de su familia al barrio La Esmeralda, en Zipaquirá, un municipio que entonces era de vocación minera. Petro lo describe como un barrio obrero en su biografía, Una vida, muchas vidas”. Entró a estudiar al colegio San Juan Bautista de La Salle —antes llamado Liceo Nacional—, de donde era egresado el nobel de literatura Gabriel García Márquez.

El día que cumplió diez años, el 19 de abril de 1970, fue la elección presidencial en la que se presentó la polémica victoria del conservador Misael Pastrana Borrero sobre el candidato de la Anapo, Gustavo Rojas Pinilla, que daría origen al insurgente Movimiento 19 de abril, el M-19, del cual él mismo haría parte años después. Eran tiempos del Frente Nacional: los liberales y los conservadores hicieron un trato y se habían turnado el poder durante cuatro periodos para sacar del poder a Rojas Pinilla, quien había dado un golpe de estado en 1953.

Gustavo Petro, quien se considera a sí mismo un ducho en matemáticas, asegura que ese día hizo varias cuentas complejas para su edad y concluyó que el triunfo de Pastrana no era posible: algo había pasado en el conteo de los votos. Ese día, asegura, se había cometido un fraude.

En 1973, tras el golpe de Estado en Chile y el suicidio del presidente, Salvador Allende, Petro participó en su primera manifestación en Zipaquirá. Ese gesto no cayó bien entre los curas, quienes lo tuvieron entre ojos, pese a tener buenas calificaciones.

El hoy candidato pensaba que la mayoría de sus compañeros eran de la clase media zipaquireña, mientras que él estudiaba allí solo porque su padre era el secretario del plantel educativo. Por ello encontró muchas diferencias entre sus condiciones de vida y las de sus compañeros.

A los padres de familia tampoco les simpatizaba el niño mamerto que iba a las casas de sus hijos a explicarles los temas y que hacía parte de clubes de lectura organizados por universitarios de la capital. Por la presión de los acudientes y los curas, Petro se graduó de bachiller sin honores, pese a haber alcanzado uno de los mejores puntajes de las pruebas de Estado en todo el país.

En un reportaje de la revista Cartel Urbano en 2018, el padre Miguel Ángel Serna afirmó: “No me gusta que el nombre de Petro se relacione con nuestro colegio”; aseguró el sacerdote que él y sus compañeros mostraron un carácter “beligerante e inmoral” durante su paso por el plantel.

Al Petro adolescente tampoco le interesaba demasiado compaginar con sus compañeros, prefería la compañía de los obreros que discutían sobre el país acompañados de unas amargas. Empezó a estudiar Economía en la Universidad Externado de Colombia porque su padre era egresado de allá y los docentes eran los mismos que dictaban clase en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia.

Para entonces llegó a su vida el “M”: el grupo insurgente urbano fundado el 19 de abril de 1974 —cuando Petro estaba en noveno grado— que se alzó en armas tras el presunto fraude cometido a Rojas Pinilla y defendía en las ciudades las reivindicaciones populares de izquierda.

Petro, junto a tres amigos del colegio —Jairo Navarrete, Germán Ávila y Gonzalo Galvis— fundó el grupo JG3. Posteriormente, Navarrete se unió a la Policía con la idea de crear una insurrección desde la fuerza pública —propósito que no prosperó—, y los demás se unieron al M-19 en 1978. Petro tenía 18 años y llevaba una doble vida: era un estudiante becado por promedio en Bogotá y un militante del M-19 en Zipaquirá. Entre otras cosas, su paso por la insurgencia le dejó una de sus características insignia: su imperturbabilidad.

“Nuestro entrenamiento militar era más en técnicas de clandestinidad, de aprender a resistir la tortura en caso de que nos capturaran. Ese momento influyó mucho en mi personalidad. Debíamos ser fuertes, centrados, silenciosos: ante la presión, debíamos aprender a guardar la tranquilidad. Eso me ha servido en la vida para, en los debates parlamentarios más duros, mantenerme tranquilo y centrado”. Una vida, muchas vidas, p. 56.

En ese municipio de Cundinamarca lideró la ocupación de un terreno para levantar un barrio de invasión llamado Bolívar 83, que aún existe. Según él, allí llegaron a vivir personas que habían sido despojadas en Pacho por el narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano.

En 1984 se convirtió en concejal, pero el M-19 no estaba muy entusiasmado con la incursión de sus miembros en la política ni con las maneras pacíficas de Petro, de modo que lo expulsaron, junto a sus amigos, aunque fue reincorporado tiempo después.

A prisión llegó por primera vez en 1985, luego de que un niño le revelara su ubicación al Ejército, intimidado por la amenaza de que le mataran a su mamá. No hacía mucho tiempo, se había enterado de que Katia Burgos, su novia y también combatiente, oriunda de Ciénaga de Oro, estaba esperando a Nicolás, su primer hijo.

Fue retenido sin orden de captura, torturado por agentes de la fuerza pública y recluido en cuatro lugares: la Escuela de Caballería del Cantón Norte, la Cárcel La Modelo, la Picaleña de Ibagué —luego de que lideraran una protesta para que dejaran trabajar a los presos— y La Picota de Bogotá —cuando hubo un intento de fuga en Ibagué y le echaron la culpa a él—.

Contrario a lo que afirman algunas versiones en las redes sociales, Gustavo Petro vio la toma del Palacio de Justicia a través de un televisor en la cárcel. No obstante, debido a un comunicado reivindicativo emitido por el M-19 que llevaba su firma, fue culpado por eso, y quedó en el imaginario popular que había participado en la toma.

En febrero de 1987, cuando salió de prisión, prefirió la clandestinidad en Santander. Allá conoció a Mary Luz Herrán, su primera esposa, con quien tuvo a sus hijos Andrés y Andrea. Este nombre es especial para Petro. Cuando recién ingresó al M-19 había escogido el alias de Aureliano, en honor a Gabriel García Márquez. Años más adelante adoptó el alias de Andrés, como un gesto de admiración hacia Andrés Almarales, combatiente de quien destacaba su integridad y capacidad para la oratoria, y que murió en la toma del Palacio de Justicia.

Carlos Pizarro Leongómez había asumido la comandancia del M-19 en aquel entonces. Con él tuvo muchas discrepancias, ya que el nuevo comandante no creía en la paz y estaba tan en contra de entrar en diálogo con el Gobierno que, en una ocasión, mandó a sus tropas a entrenarse con las FARC en las montañas del Tolima.

“Me sentía allí como mosco en leche. Mi interés era construir el diálogo regional, no participar en una operación bélica. A través del diálogo, hacía todo lo posible para aplazar las ofensivas y darle espacio y tiempo al desarrollo político. Sentía que, más pronto que tarde, iba a haber una colisión entre ambas facciones”. Una vida, muchas vidas, p. 146.

Los desencuentros con Pizarro causaron que lo degradaran y lo enviaran a Barrancabermeja, donde fue entregado al Ejército mediante engaños. Pudo salir de la cárcel, tras el fin del estado de sitio, convenciendo a un juez ordinario de que el subversivo no era él sino su primo, que era contador de profesión y había sido aprehendido de manera equivocada. Mary Luz, que no era militante del Eme, fue detenida en Ibagué en 1989.

En la versión de Petro, los acuerdos de paz entre el M-19 y el Gobierno nacional se dieron luego de que él le insistiera hasta el cansancio a Pizarro. Según fuentes recogidas por Juanita León y Laura Ardila, de La Silla Vacía, otros combatientes de la época afirmaron que el M-19 siempre tuvo vocación de paz y sería equivocado atribuir el triunfo del proceso a una sola persona.

Petro se enteró del asesinato de Pizarro en su casa, junto a Mary Luz, en abril de 1990. Pese a los desencuentros con él, lamentó mucho su muerte y se sintió traicionado por el Gobierno. No eran los únicos: en una entrevista previa, la hoy senadora Aída Avella señaló la responsabilidad del Estado en la muerte de los candidatos alternativos de los comicios de 1990.

“Nosotros, de la Unión Patriótica, sentimos en carne propia ese asesinato porque eran los mismos que estaban asesinando a los de la Unión Patriótica en compañía de los mismos que estaban haciéndolo con los militantes y los candidatos de la Unión Patriótica. Ya después, en el transcurso de los hechos, se ve que los mismos escoltas de del doctor Galán ayudaron y los mismos escoltas de Bernardo ayudaron a su muerte; y si nos remontamos después a Carlos Pizarro, algunos de los mismos escoltas que estaban escoltando a Bernardo pasaron a ser escoltas de de Carlos Pizarro”, dijo la senadora.

No obstante, Antonio Navarro Wolff, quien tomó las riendas del ahora partido Alianza Democrática M-19, trató de calmar las aguas y evitar que se viniera abajo el esfuerzo colectivo de la insurgencia desmovilizada. El movimiento debutó en la política nacional al participar en la Asamblea Nacional Constituyente como una de sus fuerzas más relevantes, junto con el Movimiento de Salvación Nacional y el Partido Liberal Colombiano.

Petro señala como un error el acuerdo que Navarro suscribió para que los constituyentes quedaran inhabilitados para participar en las elecciones legislativas inmediatamente siguientes. Con ello, congeló las aspiraciones de muchos exmilitantes. No obstante, él salió elegido en la Cámara de Representantes de 1991 con seis personas más.

Según su versión, Petro invitó al entonces rector de la Universidad Nacional de Colombia, Antanas Mockus, a que aspirara a la Alcaldía de Bogotá. Finalmente resultó elegido, pero Petro se quemó en su intento por ascender de la Cámara al Senado. Eso, sumado a las amenazas de muerte que empezaron a llegar por parte de la agrupación paramilitar Colombia sin Guerrillas (Colsingue), lo obligaron a aceptar una propuesta del presidente César Gaviria: el exilio.

La familia Petro llegó a Bruselas para cumplir una función diplomática sin hablar inglés ni francés. Los niños eran muy pequeños y aprendieron el francés como primera lengua escolar, pero Gustavo Petro empezó a sentirse solo, aislado y deprimido. Además, el embajador de Colombia en Bélgica, Carlos Arturo Marulanda, no sabía dónde ponerlo y le mostraba desprecio por su pasado insurgente.

El ahora primer secretario de la embajada hizo varias cosas en su estancia. Primero, se matriculó al Diplomado en Medio Ambiente y Desarrollo Poblacional en la Universidad de Lovaina; allí tuvo su primer contacto con las causas ecológicas. Segundo, aprendió a conducir; dejó de hacerlo cuando regresó a Colombia, en concordancia con su recién adoptada lucha ambiental.

Finalmente, Petro aprendió a usar un computador de escritorio y accedió a internet. En sus palabras, como diría cualquier boomer cuando aprende ofimática básica, “me volví un hacker. Un hacker rudimentario, pero en cualquier caso con acceso”.

Con este nuevo conocimiento hizo varias cosas: entre ellas, accedió a las noticias de Colombia y descubrió que su jefe, el embajador, estaba comprometido en un operativo diplomático para ocultar la situación real del conflicto armado en el país. Además, en una hacienda de su propiedad se ejecutó una masacre paramilitar con más de 200 víctimas.

En 1997 Petro regresó a Colombia con su familia e hizo su primer intento por llegar a la Alcaldía de Bogotá, pero él no tenía el impacto mediático de Mockus: su derrota ante Enrique Peñalosa fue contundente. No obstante, la AD M-19 se presentó a las legislativas en 1998 y Petro volvió a entrar al Congreso, de donde no salió hasta 2009.

Durante su paso por el legislativo, el congresista lideró todo tipo de debates: desde acaparamiento de terrenos en Bogotá, pasando por el caso de Banpacífico y las chuzadas hasta la complicidad de la política nacional y regional con el paramilitarismo. Era considerado uno de los mejores parlamentarios. En ese tiempo, además, conoció a su segunda y actual esposa, la sincelejana Verónica Alcocer García. También surgió el partido Polo Democrático, que recogía a la izquierda del fin de milenio.

Su único punto negro en el legislativo, tal vez, se registró en 2008: Petro votó a favor de la elección como procurador de Alejandro Ordóñez, un hombre ultraderechista católico que se ha mostrado en contra de las libertades personales. Además, fue el mismo funcionario que lo destituyó cuando fue alcalde de Bogotá.

En su época de parlamentario, Petro también tuvo un encuentro de frente con el líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Carlos Castaño Gil. El congresista describió esa interacción como una con “una persona débil mentalmente, que se diluía ante contrincantes con convicciones e ideas profundas. Al cabo de unos minutos ya tartamudeaba y retrocedía”. En su versión de la historia, él le advirtió a Castaño que moriría a manos de sus propios hombres si no adelantaba un proceso de paz. Así fue: Carlos murió a manos de su propio hermano, Vicente.

En 2009 salió del Senado de la República para aspirar a la presidencia el año siguiente. Quería el apoyo del Polo Democrático, pero este partido ya tenía a un candidato proyectado: el antioqueño Carlos Gaviria Díaz, quien ya había perdido con Uribe en 2006 y era considerado uno de los mejores juristas del país.

El comienzo de sus candidaturas presidenciales

Petro presionó por una consulta interna del Polo y resultó ganador ante Gaviria, pero varios aspectos jugaron en contra de su aspiración presidencial. En primer lugar, ni el propio Gaviria ni otras figuras importantes del Polo, como Navarro Wolff y el entonces alcalde Samuel Moreno, lo apoyaban.

“La actitud de Gustavo Petro y su incompatibilidad con Carlos Gaviria hicieron imposible la unión de fuerzas. Poner los intereses propios sobre los del partido era una actitud de Petro que Gaviria no lograba entender, ni frenar ni soportar”, dijo en entrevista a El Tiempo la escritora Ana Cristina Restrepo, autora de la biografía de Gaviria.

En segundo lugar, esta votación tuvo lugar en octubre, mientras la del recién nacido Partido Verde —que, según la versión de Petro, fue fundado con ayuda suya y del cual fue desplazado después— fue al tiempo que las elecciones legislativas de 2010.

Aunque las presidencias largas estaban de moda en América Latina, en aquel entonces a la Corte Constitucional no le simpatizó la idea de una segunda reelección de Álvaro Uribe Vélez y falló en su contra. Su estrategia, desde entonces y hasta hoy, sería gobernar en cuerpo ajeno. Para ello se valdría de Juan Manuel Santos, su último ministro de Defensa. La consulta del Partido Verde los posicionó como la alternativa legítima contra el sucesor de Uribe y borró del mapa a cualquier otra candidatura alternativa, incluida la de Petro.

Al final, Gustavo Petro quedó tercero en la primera vuelta con 1,3 millones de votos. Aunque Petro había sido aliado de Mockus en los noventas y pese a la importancia histórica que tenía esa votación, la primera sin Uribe, el excandidato se convirtió en promotor del voto en blanco para la segunda vuelta.

Petro criticó la jugada en otros políticos ocho años después, cuando él pasó a la segunda vuelta contra Iván Duque para ser el sucesor de Juan Manuel Santos, el ganador de la contienda en 2010, quien hizo todo lo contrario a lo que pretendía su mentor —con proceso de paz incluido—.

El voto en blanco no fue el único portazo de Petro ese año: se encargó de denunciar las irregularidades en los procesos de contratación en Bogotá durante la alcaldía de Samuel Moreno, nieto de Gustavo Rojas Pinilla y miembro de su propio partido. Además, le puso un ultimátum a su partido: si no se iba Iván Moreno, hermano de Samuel y presidente del Polo, se iría él. Entonces, Petro dejó atrás un partido desprestigiado desde la raíz y que nunca creyó en él del todo.

En 2011 creó el movimiento Progresistas, desde el cual se lanzó a la Alcaldía de Bogotá. Compitió contra nueve candidatos, entre ellos dos viejos rivales: Gina Parody y Enrique Peñalosa. Petro ganó la elección con 732.308 votos, el 32 % del total, con un 10 % de ventaja sobre Peñalosa.

Durante sus cuatro años de alcaldía (2012-2016), Gustavo Petro se enfocó en entablar diálogo social con comunidades vulnerables, como los habitantes de calle y las trabajadoras sexuales, para conocer sus necesidades. También amplió la jornada de los colegios del distrito, invirtió en programas culturales y musicales, abordó el problema de la drogadicción como un asunto de salud pública y no de seguridad —algo que nadie había hecho antes en Colombia— y liberó del trabajo a 2700 caballos que estaban en manos de recicladores.

La ciudad también mejoró en otros indicadores en los que él no tenía tanta influencia, pero que también se ha atribuido a sí mismo: la implementación del mínimo vital —de la administración anterior—, la reducción de la pobreza y la baja en los índices de criminalidad —que ocurría al tiempo en el resto del país—.

Los ataques contra su desempeño en el segundo cargo más importante de Colombia llegaron de varios frentes. Una provenía de los bogotanos más acomodados, quienes tienen los recursos para dar cultura a sus hijos sin depender del Estado y tienen en mal concepto el uso de drogas. La gestión de la alcaldía de Petro no era para ellos, para sus hijos o para sus carros; era el equivalente a hacer nada.

Otro llegaba desde sus propios funcionarios. Según la investigación de La Silla Vacía, publicada luego en el libro Los presidenciables, Gustavo Petro es un jefe difícil, huraño e impuntual, pese a sus buenas ideas. Tenía una altísima rotación en su gabinete. El entonces concejal de Bogotá Roberto Hinestroza contó un total de 65 cambios en 19 secretarías, direcciones y empresas del Distrito. Daniel García-Peña le escribió en una carta abierta que “un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota”.

La crítica más grande vino por los resultados de algunas de sus ideas, como el cambio en el modelo de recolección de basuras. Aguas de Bogotá, la empresa pública a la que le asignó la tarea de limpiar toda la ciudad, contrató formalmente y uniformó a personas que antes se dedicaban al reciclaje informal. No obstante, la empresa se quedó corta en la tarea: algunos sectores de la ciudad se quedaron sin limpiar por tres días y hubo que contratar a empresas privadas para que se encargaran del resto de la ciudad.

Eso le valió la destitución por parte de Ordóñez, el mismo procurador que ayudó a elegir. Estuvo fuera del cargo por un mes; Rafael Pardo fue el alcalde (e) por ese tiempo. La Corte Interamericana de Derechos Humanos falló a su favor, bajo el argumento de que un funcionario elegido solo puede ser destituido por un juez.

Eso es por mencionar una sola de las ideas que le hicieron ganar enemigos: no se ahondará en el congelamiento de la tarifa de TransMilenio, la contratación del metro subterráneo, la prohibición del espectáculo taurino en la plaza de toros La Santamaría, el rechazo al proyecto de la Avenida Longitudinal de Occidente (ALO) porque pasaba por la reserva Thomas Van der Hammen —creada en el 2000 para protegerla de la especulación urbanística— y muchas otras polémicas más.

Petro terminó su periodo con normalidad en diciembre de 2015 y le entregó el cargo a Enrique Peñalosa. Mientras el nuevo alcalde echaba abajo varios de los proyectos que él había adelantado durante los años de la Bogotá Humana, el ahora exalcalde tenía mucho tiempo libre entre las manos y un montón de deudas e inhabilidades políticas, dadas las sanciones que pesaban sobre él.

“Creo que llegué a ser el hombre más endeudado de Colombia. Ni siquiera la corrupción desatada en la ruta del Sol II, por el consorcio de Odebrecht, y Luis Carlos Sarmiento, llegó a ser multada con la misma magnitud que yo. En ese momento, no tenía ningún ingreso, mi única propiedad era mi casa familiar, que, por haberla puesto como propiedad de mis hijos, se salvó de los embargos, pero no tenía ni cómo pagar las cuentas bancarias del crédito hipotecario de esa vivienda”. Una vida, muchas vidas, p. 316.

Sus ingresos durante esos años provenían de conferencias universitarias a las que era invitado. Además, los fallos en su contra se han ido cayendo en los tribunales con el paso de los años, de modo que su deuda se ha reducido considerablemente.

Petro llegó en los rines y con pocas alianzas a su segunda campaña presidencial, en 2018. En su libro acusó a figuras del partido Alianza Verde por haberlo dejado solo para irse con Sergio Fajardo, quien se negó a hacer consulta interna y se impuso como candidato. Petro participó con Carlos Caicedo en una consulta de la izquierda durante las elecciones legislativas.

“Esa consulta, en realidad, no era una contienda entre Carlos y yo, sino una competencia de números con la consulta de la derecha. (...) Cuando llegaron los resultados, saqué 2 800 000 votos y Carlos 500 000; mejor dicho, sumados teníamos 3 200 000. Solo estuvo por encima de la nuestra la consulta de Duque, que contó con la irrestricta ayuda del señor Galindo, un hombre oscuro, que repartió fotocopias de manera irregular.”. Una vida, muchas vidas, p. 320.

En la primera vuelta consiguió casi cinco millones de votos; quedó en segundo lugar después de Iván Duque, el candidato del Centro Democrático. Para su sorpresa, los otros candidatos que representaban una alternativa al partido de Álvaro Uribe Vélez —Humberto de la Calle y Sergio Fajardo— decidieron no respaldar a Petro en segunda vuelta.

Duque ganó con más de diez millones de votos —una diferencia de dos millones de votos—, mientras Petro y su fórmula vicepresidencial de entonces, Ángela María Robledo, se quedaron con escaños en el Congreso por el Estatuto de Oposición, al obtener el segundo lugar en las votaciones —aunque ella perdió el suyo por una supuesta doble militancia tiempo después—.

Este nuevo paso de Gustavo Petro por el Congreso, en calidad de senador, no fue destacado como los de la década del 2000: no hubo grandes debates o denuncias relevantes. De todos modos, la última legislatura estuvo marcada por la virtualidad, la pandemia y la falta de iniciativa legislativa del presidente Duque.

Ahora, Petro cumplió su promesa de ser el líder visible de la oposición durante este periodo. Su figura se hizo cada vez más fuerte. Esto se vio especialmente en el paro nacional de 2021; el presidente y los congresistas de Gobierno tenían la impresión de que los manifestantes estaban a la merced de Petro, aunque se tratara de un estallido social espontáneo, acumulado desde 2019 y frenado en seco por la llegada de la pandemia.

Para 2022, Petro hizo la misma apuesta de 2018: hacer una consulta interpartidista en las elecciones legislativas. En esta oportunidad, el tarjetón estaba a nombre del Pacto Histórico, una agrupación de políticos, movimientos y partidos de la alternativa. Era claro desde el principio que el exalcalde de Bogotá sería el ganador, pero llamaron la atención sus contendores.

La segunda votación más alta fue la de Francia Márquez, avalada por el movimiento afro Soy Porque Somos y el Polo Democrático; el mismo partido del que Petro salió en malos términos. También compitió Camilo Romero, de la Alianza Verde; su figura ha impulsado que algunos otros políticos de esa colectividad dejen atrás a Sergio Fajardo y se unan al Pacto.

Otros dos contrincantes fueron Arelis Uriana, del partido MAIS, y el controvertido pastor cristiano Alberto Saade. Esta última adhesión le valió muchas críticas, puesto que el cristianismo se opone a muchas de las posturas del progresismo que Petro antes defendía y lo levantó a la Alcaldía de Bogotá.

Como la de Saade, otras adhesiones a su campaña actual han causado controversia por sus antecedentes judiciales y sus posturas antiprogresistas. Para sus contradictores —especialmente del centro—, quienes aparentemente olvidan las implicaciones del término Pacto, Petro está dispuesto a lo que sea por ganar en esta oportunidad.

Con todo, dos fuerzas femeninas lo impulsan para esta primera vuelta. Una es Verónica Alcocer, su esposa, quien ha estado a su sombra durante sus años más álgidos en la política pero ha ganado notoriedad en los últimos años por sus iniciativas propias. La otra es Francia Márquez, a quien acogió como fórmula vicepresidencial después de mucha insistencia de sus posibles electores —en los sectores feministas y étnicos, especialmente— y tras haber relegado a sus candidatos legislativos a posiciones inalcanzables en su lista cerrada.

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