Hoy, al final del día, sabremos cuáles candidatos presidenciales pasaron a la segunda vuelta y, como mi primera columna para Infobae Colombia sale justo el domingo de elecciones, quisiera aprovechar la oportunidad para reflexionar un poco sobre la naturaleza de esta campaña electoral; pero no quiero hablar de la forma, quiero hablar del fondo.
Este proceso electoral tiene visos de tragedia griega. Como en las obras clásicas, desde el principio se sabe que las cosas van a salir mal. El héroe, no importa lo que haga, no puede escapar a su destino. El resultado trágico es que en este proceso electoral terminó debilitada una alternativa política relativamente nueva y cuya existencia es fundamental para el momento histórico en que vivimos, me refiero el mal denominado “centro político”.
Creo que hay dos tipos de explicaciones de por qué llegamos a este escenario, unas de carácter estructural y otras que tienen que ver con la forma en la que el centro decidió hacer campaña. Sin duda, las causas estructurales fueron más importantes e insoslayables que las segundas y crearon un escenario frente al cual el centro tenía muy pocas posibilidades de prosperar; sin embargo, hay que decirlo, la forma en que se orientó y condujo la campaña tampoco ayudó mucho.
Permítanme elaborar. Hay dos factores o situaciones fundamentales, íntimamente relacionadas la una con la otra, que hicieron que construir un discurso alternativo a los expuestos por la izquierda o la derecha resultara prácticamente imposible. Primero, la desigualdad y la pobreza se intensificaron de una manera sin precedentes durante el confinamiento y, segundo, el desencanto colectivo con la clase política se agudizó al extremo. Esa combinación fatal hizo que la gente no tuviera oídos para las propuestas responsables, ponderadas y programáticas de transformación gradual. Digo que ambos factores están relacionados porque, por años, ni la clase política ni las instituciones lograron responder a la crisis social y económica, pero tampoco durante la emergencia que la pandemia planteó. Su ineptitud (en el mejor de los casos) o su completa y descarada indiferencia (en el peor) quedaron al desnudo y eso los hizo vulnerables.
La gente quiere tener para poner sus tres platos de comida sobre la mesa YA, quiere tener cómo trabajar y educar a sus hijos YA. No mañana, no en algunos meses, YA. Igualmente, la gente no tolera un minuto más bajo la conducción de una clase política indolente que ha gobernado en beneficio propio y de espaldas al país. Ni-un-minuto-más. Este hastío llegó a su punto culmen y por eso cualquier signo de moderación es entendido como complacencia con lo intolerable. En un escenario de estos, promover un discurso de cambio con responsabilidad y respeto irrestricto a las instituciones era un suicidio político. A la mayoría de la gente, ante la crisis, le importa hoy un bledo el mantenimiento de las formas y las reglas del juego. La gente no encuentra en la defensa de la democracia y sus instituciones un discurso que se traduzca en el mejoramiento de la situación en la que están miles de colombianos; al contrario, muchos creen que las reglas del juego y las instituciones fueron cooptadas por los poderosos para gobernar en beneficio propio y, por eso, no tienen incentivo alguno para defenderlas.
Es por esa razón que, por ejemplo, hacer alianzas con grupos cuestionados por sus vínculos con el paramilitarismo y/o por haber estado involucrados en grandes escándalos de corrupción se volvió un mal menor. La gente está tan desesperada que está dispuesta a mirar para otro lado con tal de que llegue al poder una alternativa que produzca resultados inmediatos. Por eso, la importancia que le dio el centro a hacer política de una forma limpia y transparente no sirvió de mucho.
Pero la disminución de la fuerza política del centro puede tener consecuencias gravísimas para el país. Las alianzas en campaña con estos grupos cuestionados van a tener un costo grande durante los eventuales gobiernos de quienes lleguen a la Casa de Nariño con su ayuda. Nada es gratis en esta vida. Y a eso hay que sumarle que, por no encontrarle rédito electoral a un compromiso con el mantenimiento y protección de las instituciones, es muy probable que quienes sean gobierno tampoco se sientan obligados a respetar irrestrictamente esa institucionalidad (en la que nadie cree pero que es de vital importancia para la supervivencia de nuestra democracia). Hay que advertirlo. Estamos ante un escenario en el que nuestra democracia puede salir muy maltrecha de los próximos cuatro años de gobierno.
Ojalá el centro logré definirse mejor política e ideológicamente, logré encontrar su razón de ser, logre encontrar su mojo. Porque su papel será fundamental, desde el gobierno o desde la oposición, para frenar el impulso desinstitucionalizador que cada día parece ser más irresistible.
*Sandra Borda es profesora asociada del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Tiene una amplia experiencia en el área de Relaciones Internacionales y combina su labor investigativa con el trabajo en medios de comunicación como El Tiempo, Canal NTN24, Radio Nacional de Noticias, BBC de Londres, entre otros.
*Sandra Borda es Politóloga de la Universidad de los Andes, Magister en Relaciones Internacionales de la Universidad de Chicago y Magister en Ciencia Política de la Universidad de Wisconsin. Es, además, doctora (PhD) en Ciencia Política de la Universidad de Minnesota, y cuenta con un Postdoctorado en Política Exterior en la Universidad de Groningen. Ha trabajado en medios de comunicación como el Canal NTN24, Diario El Mercurio, BBC Londres, Agencia Internacional de Noticias AP, Revista Semana, Periódico El Espectador y Russia Today. Fue miembro de la Misión de Política Exterior.
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