“Queríamos escribir una novela con cierto aire de Dickens”: los autores detrás de Carmen Mola hablaron con Infobae acerca de ‘La Bestia’

Los tres autores españoles que escriben bajo el seudónimo de Carmen Mola visitaron Bogotá para promocionar su novela, galardonada en la más reciente edición del Premio Planeta; en entrevista exclusiva contaron lo que ha ocurrido en el mercado editorial español tras revelarse sus identidades

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Los tres escritores conversaron con
Los tres escritores conversaron con Infobae acerca de su novela 'La Bestia' y el revuelo entorno a la revelación de sus identidades. (Diseño a partir de fotografías, Jesúe Aviles Ortiz).

“Te llamas como mi hermano”, me dijo el que llegó primero. “Mi hermano es Santiago Díaz”, me explicó Jorge Díaz, a quien tenía en frente y me hablaba sobre lo curioso de conocer a dos personas distintas que tienen el mismo nombre.

La cita estaba programada para las 11 de la mañana, pero no se dio a tiempo, inició 20 o 30 minutos después de lo pactado y, a pesar del nombre de mujer que aparece en la portada de su libro, el encuentro era con tres hombres, nacidos en España, que crecieron entre libros y películas. Uno es muy alto, el otro bajito, y el tercero sería como el promedio de los dos anteriores. Jorge, el hermano de Santiago, es el mayor del grupo. Antonio es el único con anteojos y con su cabello revuelto parece la versión española de un jovensísimo Woody Allen. Agustín es el más joven y lleva puesta una camisa negra con estampado en letras blancas que dice “NASA”.

Es la primera vez que pisan suelo colombiano. Llueve y hace frío, destacan, como en aquel Madrid del siglo XIX que describen en las primeras líneas de su novela más reciente, con la que se han ganado el gordo y les ha permitido viajar con más frecuencia que en toda su vida. “La verdad es que, de no haber sido por el premio, no estaríamos conociendo todos estos sitios”, comentan.

Las primeras imágenes de La Bestia tienen una fuerza especial. Todo empieza con el cádaver de una niña, cuya cabeza está siendo mordisqueada por un perro famélico. Es el año 1834, en Madrid, está lloviendo y la gente se ve asediada por la epidemia del cólera. La atención se centra en ese momento, y Donoso, el personaje con el que el lector inicia el recorrido a través de estas páginas, analiza lo que está sucediendo frente a sus ojos. Es el lente a través del cual todo lo vemos. Después aparece Diego Ruíz, un guiño al periodista inquieto, y la cosa toma un matiz mucho más intenso.

Luego aparece Lucía, que le roba a los curas para ayudar a su mamá, y un chiquillo pícaro le da la mano para que consiga escapar del gigantón que la persigue y amenaza con acabarla a golpes. Llueve, y Madrid huele a podredumbre, a pobreza y enfermedad. El olor se hace manifiesto a través de las palabras, así como la humedad y la sensación de estar caminando con los pies descalzos sobre el barro y la sangre que corre de aquella cabeza que ha sido separada de su cuerpo.

Son alrededor de 540 páginas de este libro con elementos muy fuertes de la novela negra, más que del thriller, que nos presenta a un detective venido a menos con el correr de los años, que intenta dar con las respuestas a las preguntas que deja el paso de esta “bestia” y sus horribles crímenes.

“Cuando empezamos, solo estábamos jugando”, dicen. “Queríamos intentar cosas nuevas y darle a los lectores algo que pudieran disfrutar”. Se toman muy en serio esto de escribir y, si bien quieren divertirse, reconocen que su trabajo también tiene momentos que les hacen la vida difícil, y así como ellos lo pasan mal en algunos pasajes de la historia, los lectores de sus libros también lo hacen.

Al respecto, y sobre otras cosas, conversé con los tres autores de este libro, los hombres detrás del nombre de Carmen Mola, que tan sincronizados están en su escritura como en la forma en que se relacionan con la prensa, y siente uno que son una sola voz, como en sus libros así lo han conseguido.

¿Cómo ha sido todo tras revelarse sus identidades?

— Hay dos fases en todo esto. La primera tiene que ver con el momento en que sale el premio y, de repente, todo el mundo opina. Esa noche, tras la premiación, fuimos tending topic a nivel mundial. Nos llegaban noticias de Estados Unidos, de China. En todas partes se estaba hablando al respecto. Esto trajo algo bueno y es que, al menos por unos días, la literatura hizo parte de la agenda diaria de la gente, estaba en la conversación. La gente se estaba tomando un café y hablaba de Carmen Mola.

Al principio, hubo cierto revuelo, pero no le dimos demasiada importancia. Esto estalló en Twitter y se produjo demasiado ruido. Una red social no es un reflejo de la sociedad, es una cosa distinta. Lo hemos comprobado luego al hablar con los lectores, con los periodistas, con las feministas. En realidad, la gente no estaba enfadada o disgustada con esto. Se entendía que Carmen Mola es una ficción y nosotros la escribíamos.

Sería absurdo que nosotros bajáramos a la arena a pelear, a discutir con quienes se mostraban reacios. Mucho se habló de la incomodidad del movimiento feminista, pero en ningún momento nosotros quisimos atacar o establecer alguna especie de burla. Carmen Mola, más que un seudónimo, es un personaje más, como el resto sobre los que escribimos, y bajo esa óptica debe discutirse, si realmente funciona, si está bien construido, etc.

Aquello fue la espuma de los primeros días. La segunda fase comprendió lo realmente importante, la novela. Se comenzó a hablar sobre si realmente tenía lo suficiente para haber sido premiada, si gustaba o no. El hecho de que tres hombres hubiesen tomado la decisión de escribir juntos bajo un seudónimo femenino, si estaban atacando o no a un movimiento, en realidad, se olvidó pronto.

¿Qué los hizo juntarse, en un inicio, para escribir bajo el nombre de una mujer?

— Todo empezó en 2017. Trabajábamos, y aún lo hacemos, como guionistas. Los tres lo somos y, desde antes, ya veníamos trabajando juntos. Nuestra academia es el mundo del guion. Cuando se nos ocurrió la idea, estábamos trabajando en la adaptación de una novela de Agustín que se llama Monteperdido y en una de las sesiones, que fue especialmente feliz, alguno de nosotros planteó que por qué no trasladabamos este tipo de rutina a la literatura. Queríamos saber si éramos capaces de escribir una novela, reuniéndonos los tres, como si se tratara de un guion para una serie en donde, de repente, son varias las manos que participan del montaje de la historia. El guionista del primer y del tercer capítulo, por lo general, no siempre es el mismo. Entonces, nos pareció que podía ser. Era un desafío, claramente, pero nos divertía. Nos lanzamos a escribir nuestra primera novela, La novia gitana, y cuando vimos que gustó, que los lectores la acogieron con entusiasmo, pues decidimos continuar.

Así inició Carmen Mola y por eso estamos hoy aquí. El personaje impactó entre los lectores y no tenía mucho sentido decir desde el principio que en realidad éramos los tres. Ella hablaba por sí misma y eso era lo único que importaba. No teníamos certeza en ese tiempo de que esta bola que empezó a rodar entonces llegara tan lejos.

¿Cuál ha sido el mayor reto al momento de escribir juntos, de fundir en una sola sus tres voces?

— En el mundo del guion, el actor es esencial, porque es quien se encarga de unificar. No interesa tanto que el guion del noveno episodio haya sido escrito por una persona y el del sexto por otra. Los dos, evidentemente, conciben la historia de maneras distintas. Cuando el actor interpreta la historia como una sola, el resto pasa a segundo plano. De manera similar sucede en la novela. Si bien los registros son distintos, al tener los personajes definidos y la ruta que se va a seguir, todo fluye de manera más sencilla. Claro, hay obstáculos en el camino, pero cuando empezamos a trabajar nos permitimos experimentar, ir tanteando y así, poco a poco, hemos conseguido un estilo y unas formas que son propias de los tres, en últimas, de Carmen Mola.

Quizá el mayor reto ha sido mantener esa intensidad en la voz, esa veracidad, porque un escritor tiene buenos y malos momentos. Nosotros hemos procurado que haya más momentos buenos para Carmen Mola. Por eso, a día de hoy, hemos publicado cuatro novelas y tenemos escritas cinco. De algún modo, descubrimos por dónde hay que andar. Uno no aprende a escribir novelas con el paso del tiempo, sino que aprende, una tras otra, a cómo escribir esa novela que está escribiendo. Cuando se termina una y arranca la otra, hay que desaprender mucho, pero ya no se empieza de cero.

¿Eran conscientes de que esto podría pasar al concursar por el Premio Planeta?

— Nosotros empezamos esto como un juego. Queríamos ver qué pasaba. En esos momentos, éramos poco cuidadosos. No interesaba mucho mantener el anonimato. En realidad, mucha gente ya sabía que estábamos en esto, lo que pasa es que lo olvidaron o no nos tomaron muy en serio.

Poco a poco, esto fue creciendo. Cuando sale la primera novela y funciona, decidimos lanzarnos con la segunda y, a partir de allí, decidimos que es necesario tener un poco más de precaución y dejamos de hablarlo. Nos parecía interesante el poder estar completamente ausentes y dejar que las novelas se defendieran solas. Conforme esto fue avanzando, nosotros comenzamos a tener la sensación, la certeza de que en algún momento la gente lo sabría. Por eso tomamos la decisión de participar del premio. Sabíamos lo que podía suceder si llegábamos a ganar. Hubiésemos podido contratar a alguien para que fuera y recibiera el premio, pero no lo hicimos porque nosotros también queríamos esto. Si bien es cierto que nada lo planeamos, nosotros, por lo general, vamos resolviendo todo por el camino, todo ha salido como en algún momento lo imaginamos. El premio nos permitió salir a la luz, tal vez, de la mejor manera.

La Bestia propone una mirada a una época ya lejana, pero muy parecida a estos tiempos que vivimos. ¿Qué decisiones estéticas se tomaron para la construcción, especialmente, de los personajes de Lucía, Donoso y Diego?

— La elección de la protagonista, para empezar, viene de un antojo de escritor. Queríamos escribir una novela con cierto aire de Dickens. A los tres nos gusta mucho. Y pensamos que si ibamos a escribir una historia ambientada en el siglo XIX, pues no había otro referente mejor. Entonces, decidimos que la protagonista tenía que ser una huérfana. Dickens habría elegido a un niño, un huérfano, pero nosotros quisimos que el personaje fuera femenino, porque nos interesa ese discurso. Queríamos mostrar la escasísima consideración que existía en esa época hacia la mujer y, en concreto, hacia una niña pobre. Nuestra elección apuntó a todo esto y esa es la Lucía que terminamos concibiendo. Este personaje que tiene que sortear un montón de obstáculos para rescatar a su hermanita, que ha sido secuestrada, y tiene que ver cómo le hace para sobrevivir a esta ciudad inclemente de 1834.

Los dos ayudantes que encuentra Lucía son un par de personajes que responden a condiciones totalmente distintas. Uno, Donoso, es un exmiembro de la guardia real al que han expulsado del ejército, borrachín, tuerto, desordenado y descreído. A él no le interesa nada más que llegar al final del día con dos reales para beberse un aguardiente. Este es uno de los hombres que se encuentra por el camino la pobre Lucía. Para nosotros, representa las características de lo que es el romanticismo de esa época. Un hombre que ha perdido un ojo en un duelo de amor, una completa ruina humana. Este personaje pasó por un proceso de reescritura muy importante. En la primera versión de la novela, Donoso era un personaje muy utilitario. Alguien tenía que llamar a Diego para que viera los cadáveres, alguien tenía que hacer esto o lo otro. Una de las ventajas de que seamos tres es que salen a la luz varias cosas que, si estuviéramos escribiendo solos, seguramente no consideraríamos. En nuestro caso, siempre hay uno que pone el freno de mano y advierte una posibilidad que no se había contemplado. Eso sucedió con este personaje en particular, que después de haber sido bastante plano, termina siendo nuestro personaje favorito, tan lleno de capas. Nos obligó a repensar el arco argumental de la novela y nos dio la excusa para narrar algo que nos interaba: el desamor.

Diego Ruíz es un pequeño homenaje al periodismo. Dos de nosotros iniciamos nuestra vida profesional como periodistas, y aquí se nos cuela el cariño que le tenemos a este oficio. En esa época, el periodismo apenas estaba empezando. Los periódicos no tenían más que cuatro páginas de pura crónica parlamentaria. Los crímenes no se investigaban. Diego sí quiere hacerlo, es el único que se fija en esas niñas desmembradas que no le son de importancia a nadie. Es un personaje muy bonito, idealista. Al principio solo quiere ser (Mariano José de) Larra. Un personaje que termina suicidándose un par de años después de esto, en 1837. En ese momento, Larra no sólo es el periodista más importante de España, sino que gana mucho dinero. Es un hombre importante y muy de su época. Termina muriendo por amor y, de una manera muy dramática, o romántica, en este caso. Sus dos hijas están en el salón de su casa, y él se quita la vida en el dormitorio. Diego quiere ser como este hombre. A lo largo de la novela, va evolucionando y, en un momento, deja de pensar en cuánto puede cobrar por artículo y comienza a tener claro que todo se trata de hacer justicia.

La elección, entonces, de muchos de los personajes, además de estos, obedece a cómo contar mejor ese siglo, una época visagra para todo lo que viene sucediendo en Europa por aquellos años.

Algo que resalta en este libro es la contundencia del tono narrativo. ¿Qué recursos, de sus distintos oficios, fueron empleados en esta novela?

— Lo más frecuente es que aplicamos recursos de lo visual a la escritura. A la hora de crear un espacio o una escena, no podemos ser ajenos a nuestra formación como guionistas. Procuramos que el lector tenga la sensación de haber estado ahí, en ese sitio embarrado, maloliente. Pero esto es algo que no solo atañe a los escritores. Los lectores también tienen una participación activa en cómo el tono consigue su propósito. Somos una generación que consume demasiados contenidos en simultáneo, especialmente audiovisuales. Nos hemos educado, durante los últimos años, para verlo todo en esa clave. En lo literario, entonces, la voz narrativa termina convirtiéndose en una cámara que te va mostrando todo.

Nosotros, particularmente, somos tramistas en esencia. Nos interesa trabajar la trama más que otra cosa. Es ahí en donde más esfuerzo ponemos. Procuramos que el lector entre a la novela con la incertidumbre de no saber qué pasará después, con el interés suficiente para no irse, y buscamos en un punto que termine descolocado con algo que, en definitiva, no está entre sus planes. Lo que queremos es darle la vuelta a las estructuras clásicas, tanto en cine como en literatura, y poner a funcionar otras cosas que puedan darle un matiz más a la construcción de la trama.

¿De qué manera, en su opinión, dialoga esta novela con el presente de la literatura española y el mundo en sí?

La Bestia es, en comparación con nuestras otras novelas, mucho más ambiciosa, más compleja, que si bien tiene como fin darle al lector un espacio de evación, de disfrute, también propone una serie de reflexiones alrededor de ciertos temas sociales como la desigualdad o la ignorancia, la desinformación y la doble moral, entre otros. Nos interesaba generar un diálogo entre el pasado y el presente.

Ahora bien, también queríamos dejar algo que pudiera dar cuenta de nuestra concepción alrededor de la colectividad, de la creatividad, atendiendo específicamente a lo que nosotros hacemos como escritores. Nos interesa dejar en claro que esto es en lo que creemos, que la literatura es algo que sirve para unirnos, para entretenernos y dejar, al menos por un momento, de pensar en todo el ruido que hay en nuestro mundo. Hay muchos escritores que tienen concepciones distintas. La nuestra se aleja de lo narcisista y planteamos la disolución del autor. Lo que importa son los libros, la obra que se queda.

”El trabajo del escritor no es hablar sobre lo que escribe, sino escribirlo”, ha dicho Ray Loriga. Pocas son las novelas que consiguen darle al lector tantas sensaciones en tan poco tiempo. La Bestia lo consigue, ya ahora que la magia alrededor de Carmen Mola se ha esfumado, ¿qué es lo que sigue?

— Es difícil intuir cómo sera todo de ahora en adelante. Tenemos que pensarlo mucho para no seguir en lo mismo, para no ser complacientes con nosotros mismos. La pregunta que nos hacemos hoy y con la que estaremos por un tiempo es “¿y ahora qué?” La respuesta a ese interrogante no puede ir dirigida a escribir una segunda parte de esta novela, por ejemplo. Tiene que apuntar a algo que vaya más allá. Lo que somos hoy se lo debemos a nuestro personaje. Carmen Mola no puede morir aquí, pero es seguro que necesita un nuevo aire. A ver si lo conseguimos.

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