Desde hace un tiempo se viene hablando de la problemática que se ha genera a raíz del alquiler de menores de edad para que las personas los usen en los medios de transporte y las calles de las ciudades para generar pesar o para que mendiguen. Tras una investigación por Séptimo Día, el negocio que han creado las mafias con los niños y niñas en situación de vulnerabilidad quedó en evidencia.
En el programa del canal Caracol, un sujeto habla con los periodistas y les comenta que el alquiler de niños es “un negocio” muy rentable, además, les comenta la forma como funciona el procedimiento del que son víctimas los menores de edad, pues son drogados y tienen que estar extensas jornadas con desconocidos.
“Los niños, en su mayoría, son venezolanos. A los niños venezolanos los sueltan más fácil porque sus familias necesitan más plata, miramos qué tan pequeño o grande esté el niño, si el niño es muy grande no funciona, sirven los niños pequeños, los mejores son los recién nacidos”, contó al programa un miembro de una de las bandas que reside en Bucaramanga.
y agregó: “Para controlar que lloren muchas veces los drogamos con goticas, bazuco, para que se queden quieticos. Les damos el bazuco por la boca, se los damos en una prenda de ropa y que ellos lo huelan, al principio lloran y luego se relajan. También les damos hongos en la bebida”.
En el caso de los niños más grandes, sin incluso agredidos para que se vea tristes y generes lastima a las personas a las que les van a mendigar, pues por niño diariamente pueden recoger entre 300 y 400 mil pesos.
“Un niño así que no se vea muy bonito tratamos de arreglarlo para que se vea sucio, le hurgamos los ojos con los dedos para que llore, tratamos de mantenerlos en una condición que genere lástima”, indicó.
Esta información también fue expuesta en una columna publicada por El Espectador, donde Alberto López de Mesa describe, con aire de crónica, cómo es que estas mafias operan en el centro de la Bogotá. A través del relato de una mujer que habita en las calles llamada Karen, es posible el funcionamiento de estas redes criminales que se aprovechan de la necesidad de otros para usarlos a su antojo.
En la columna, Karen es descrita como una mujer que lleva habitando la calle mucho tiempo y el columnista la conoce de un tiempo atrás, cuando la invitaba a desayunar con el ánimo de alejarla de su vida de indigente. Mucho tiempo pasó y le perdió la pista a la mujer, pero hace poco la volvió a encontrar. Le sorprendió lo mucho que se había deteriorado y la panza de embarazada que lucía entonces, ya no estaba. Ahora era un bulto deforme bajo su ropa. Le preguntó por ese bebé, qué había pasado, y Karen dijo que pese a que su “parche” le había aconsejado abortar, no pudo hacerlo, pues su mamá ya había acordado un negocio con ese hijo que estaba esperando.
“Ella negoció a mi hijo con la señora Carmenza. Tal vez se acuerde de ella, una que le guardaba o les compraba cachivaches a los ladrones. Ella pagó el parto y nos dio $500.000 por el niño, que le entregué a los dos meses. Por amamantarlo le cobré mis tres comidas diarias y los pañales. No sé a quién se lo vendió”, narra la mujer.
El columnista, ante la conmoción que le causa el relato, decide acompañar en su trayecto a la mujer. Se citan en un restaurante y ella le cuenta que la niña con la que está no es su hija. Se llama Juanita, y debe entregarla otra vez por que es alquilada.
Karen le cuenta a López de Mesa que, en su momento, la mujer que compró a su bebé ahora tiene un negocio y alquila niños pequeños, como al que ella acude para conseguir más limosna. “Mire usted. En la casa donde entregué a Juanita, ella les alquila habitaciones a parejas o a mujeres con hijos, de máximo cinco años y que tengan empleo. El trato es que ella alimenta y cuida los niños, mientras ellos trabajan, pero es como si los empeñara, porque los alquila a quienes trabajamos en el retaque. Usted sabe que cargando un chiquitín la gente se conmueve y dan mejores limosnas. Nos cobra $30.000 por la jornada de cinco horas. Hagamos lo que hagamos, esa tarifa es fija”.
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