La sombra de los ‘falsos positivos’ que nubla el Día de la Madre en Colombia: Blanca Monroy y Jaqueline Castillo narran su historia

No todas las mamás colombianas disfrutan este 8 de mayo con alegría. Aquí, los desgarradores relatos de quienes encarnan la cruda realidad de esta festividad con el fantasma de las ejecuciones extrajudiciales sus seres queridos

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Blanca Monroy sostiene la foto
Blanca Monroy sostiene la foto de su hijo asesinado Julián Oviedo Monroy. A los extremos dos víctimas más de los llamados falsos positivos en Colombia. Suministrada a Infobae.

Las celebraciones del Día de la Madre de la señora Blanca Monroy no volvieron a ser las mismas desde aquel 2 de marzo de 2008, cuando vio vivo por última vez a su hijo, de 19 años de edad, Julián Oviedo Monroy, quien se convirtió en uno de los 6.402 civiles que murieron a manos del Ejército Nacional de Colombia durante los dos mandatos de Álvaro Uribe Vélez, según la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

Este fin de semana, los países se llenarán de rosas, chocolates, entre otros detalles, mientras que buena parte de los humanos del globo terráqueo se preparan para festejar a la persona que los trajo al mundo. Sin embargo, en el caso de Blanca, y aunque tiene otros siete hijos que la llenan de mimos y abrazos, el vacío que el Estado colombiano le causó al asesinar a uno de sus retoños menores no cesa con simples flores o presentes. Con nada, de hecho. Así lo cuenta en Infobae Colombia.

Blanca Monroy perdió a su
Blanca Monroy perdió a su hijo Julián Oviedo Monroy en los llamados falsos positivos en Colombia. Suministrada a Infobae.

La JEP, por su parte, ha documentado que los más de seis mil homicidios a personas protegidas —civiles— por parte de soldados, ascienden de manera abrupta a los reportados por la Fiscalía General de la Nación, que sostiene que se trata de 2.248 víctimas. Casi cuatro mil menos de los informados por el tribunal de paz, que asegura que durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, entre el 2002 y 2008, se registró el 78% de estos crímenes.

El génesis de una tragedia ¿sin final?

El caso de la mamá de Julián Oviedo es muy similar al de Jaqueline Castillo, quien no perdió a ningún hijo pero sí a su hermano, Jaime Castillo Peña, de 42 años de edad: también lo encontraron muerto en Ocaña, Norte de Santander, luego de que miembros de las fuerzas militares lo engañaran y lo hicieran pasar por guerrillero hasta acabar con su vida.

Blanca vivía feliz con su esposo e hijos en el barrio San Nicolás, del municipio de Soacha (en Cundinamarca). Aunque no gozaban de las mejores condiciones económicas no les faltaba nada. Bueno, sí. Un trabajo para Julián: quien se fue de este mundo esperanzado en haber encontrado una oportunidad laboral en Bogotá.

“Él salió el 2 de marzo, me dijo que iba a encontrarse con una persona para un trabajo, que le guardara comida, que él no se demoraba, pero jamás volvió a la casa. Jamás volvimos a saber de él”, declara la madre de Julián a este medio.
Jaime Castillo Peña, de 42
Jaime Castillo Peña, de 42 años de edad, víctima de falsos positivos. Suministrada a Infobae.

Así, tal cual, fue el caso de Jaqueline, quien meses después del cruel asesinato de su hermano en tierras nortesantandereanas, se enteró que le habían pedido que cuidara una finca. “Por la fecha en que Jaime desapareció coincidió con todo lo que había sucedido a los jóvenes de Soacha”, recuerda la también enfermera en un diálogo con este medio.

Su hermano fue acribillado por los soldados el 12 de agosto del 2008, tan solo dos días después de que su familia le perdió la pista.

Jacqueline y Blanca tienen varias coincidencias. No solo que les mataron a sus seres queridos y ambos casos están en manos de la JEP. Sino que ambas recobraron fuerzas por ellos y se unieron al colectivo de ‘Madres Falsos Positivos de Colombia’ (MAFAPO).

De hecho, Jaqueline es su representante legal y busca desde el arte, el perdón y la reconciliación reescribir una historia para que ningún colombiano viva lo que ella y cientos de mujeres más sufrieron durante el conflicto armado colombiano.

“Ellos —los mal llamados falsos positivos— no se pueden defender pero yo lo voy a defender porque yo soy su mamá —de uno de ellos—. Yo le hice un juramento a Julián: pasara lo que pasara iba a estar con él. Él estaba en las malas y saqué la cara por él”, señala Blanca.

Blanca Monroy perdió a su
Blanca Monroy perdió a su hijo Julián Oviedo Monroy en los llamados falsos positivos en Colombia. Suministrada a Infobae.

El enfrentarse a la ausencia

Blanca Monroy reconoce que tenía una conexión especial con Julián. Quizá fue lo que le permitió entender, aún sin confirmarlo, que luego de que su pequeño salió de casa jamás lo volvería a abrazar. O, inclusive, escucharlo un 8 de mayo decirle ‘feliz día, mamá'.

“Mi ilusión era que lo tenía la Policía y se lo habían llevado para la UPJ. Escuché una voz que me decía ‘mamá’ —pensó que era Julián y al salir a buscarlo no lo encontró—. En ese momento me pregunté ‘¿Dios mío, dónde me tienes a mi hijo?’ Cogí su ropa y me puse a llorar”, dijo, sin saber que la “luz de sus ojos”, como le decía a su hijo, iba camino al matadero en el segundo día de marzo del 2008, cuando varios jóvenes perdieron la vida en extrañas circunstancias en Soacha.

Jaqueline Castillo, víctima de falsos
Jaqueline Castillo, víctima de falsos positivos en Colombia. Suministrada a Infobae.

“Supimos de la muerte de él a los seis meses”, cuenta. La mujer recuerda que escuchó el rumor de que varios muchachos perdidos estaban apareciendo muertos en Bucaramanga, capital del Santander. Al indagar por su Julián, Blanca se llevó una terrible sorpresa.

En septiembre del 2008 llegó a Medicina Legal y ahí le hicieron varias preguntas para identificar al desaparecido. “Tenemos un NN (No Nombre) de marzo, que concibe con las versiones que usted da pero en este momento no tenemos la foto de él”, le dijo la funcionaria.

Luego, esta llamó a Ocaña para que enviaran la foto del NN 042, el número con el que habían identificado el cuerpo —de Julián, aunque Blanca no lo sabía—. Al día siguiente llegó la hora de la verdad: reconocer el cadáver.

La madre fue acompañada de su hija de 15 años en aquel entonces. “Cuando yo entré a la oficina sentí una punzada muy fuerte en el corazón y me llevé la mano al pecho. Me dijeron que así como yo iba no me mostraban la foto” —a lo que ella protestó—. “Tengo que saber si mi hijo está vivo o muerto”, les dijo.

Familiares de víctimas reaccionan durante
Familiares de víctimas reaccionan durante una audiencia de reconocimiento, organizada por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), por los llamados "falsos positivos" de homicidios ocurridos en el Catatumbo, cuando militares asesinaron a personas y las registraron como guerrilleros muertos en combate para para obtener promociones y otras recompensas, en Ocaña, Colombia, 27 de abril de 2022. Nicole Acuña/Jurisdicción Especial para la Paz (JEP)

Minutos después, frente a un computador que revelaría el hecho más doloroso de su vida, rodeada de personas y con la ayuda de un vaso de agua que le aclararía el nudo en la garganta, Blanca procedió a saber si se traba de su hijo. Así lo describe ella:

“La muchacha -del CTI- se paró a un lado. La otra se paró al otro. La otra se paró atrás de mí y me hacía masajes en la espalda. Prendieron el computador y lo primero que yo vi fue su brazo. Él -Julián- tenía una balanza tatuada del signo libra. Le miramos el tatuaje y mi hija me agarró la mano muy fuerte y me dijo: ‘Mamá, es Julián”, relata.

Estupefacta. Blanca se armó de valor y miró la cara del joven. El mismo al que no veía desde ese 2 de marzo y quien, según Medicina Legal, había fallecido al otro día de su desaparición. “En ese momento me di cuenta que había perdido a la luz de mis ojos”, reflexiona.

Blanca Monroy sostiene la foto
Blanca Monroy sostiene la foto de su hijo asesinado Julián Oviedo Monroy. Suministrada a Infobae.

Tristemente, Jaqueline también confirmó que su hermano estaba muerto por una foto. Las autoridades le dijeron que había un hombre con todos los rasgos de Jaime, al verlo, entendió que el sexto de los siete hijos que tuvieron sus padres se había ido a descansar con ellos al más allá.

“Me mostraron un listado donde todavía habían 11 jóvenes no identificados. Entre ellos figuraba uno de 40, 45 años. Cuando me muestran las fotos del levantamiento, efectivamente era Jaime. Yo me sorprendí porque dije ‘no, él nunca salió de aquí, de Bogotá'”, recuerda.

El día de las madres: “Días como cualquiera”

Blanca ya tiene nietos. Jaqueline mandó a sus tres hijos para Estados Unidos. Sin embargo, las festividades no volvieron a ser iguales. Es más, la madre del joven de 19 años cuenta que son días común y corrientes. El vacío pesa.

El Día de la Madre “es como un día cualquiera —señala Blanca—. Los hijos se levantan, me dicen feliz Día de la Madre. Recuerdo a mi mamá, no la tengo, no tengo a mi hijo. Es como la Navidad, llena de tristeza. Muchas veces yo me compro el regalo porque a mis hijos se les olvidó que llegó esa fecha. Para mí el Día de la Madre es un día común y corriente. Un domingo como cualquier domingo del año”, reconoce.

Jaqueline, entre tanto, aspira a que ninguna mujer vuelva a experimentar lo que las “mamitas” de Soacha, las del Catatumbo y en sí, todas las de Colombia, tuvieron que enfrentar durante una de las épocas más oscuras de la guerra en el país.

“La JEP es solo impunidad”

La nación se paralizó recientemente luego de que, en hechos históricos, varios militares reconocieron ante los ojos del mundo, la prensa y las víctimas que sí habían matado a civiles: jóvenes inocentes, campesinos desempleados y otros ciudadanos que solo querían salir adelante. Todo esto, en el marco de las audiencias de reconocimiento del tribunal de paz creado tras la firma del Acuerdo de Paz.

“Logramos que ellos —los militares— salieran a un medio de comunicación a decir que mi hijo y los demás asesinados no eran guerrilleros. Estamos luchando para que caigan las cabezas mayores”, celebra Blanca, quien reconoce que cambió completamente la perspectiva de la entidad dirigida por Eduardo Cifuentes, presidente de la Jurisdicción Especial de Paz. “Yo era una de las que no le tenía fe a la JEP. Yo decía que la JEP era una impunidad muy berraca”, agrega.

Foto de archivo. El magistrado
Foto de archivo. El magistrado de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Eduardo Cifuentes, habla durante una conferencia de prensa en Bogotá, Colombia, 10 de agosto, 2021. REUTERS/Nathalia Angarita

Ahora, Blanca considera que el tribunal de paz “es una ventanita” que les permitirá saber con exactitud, tanto a ella como a otras víctimas, qué pasará con los hijos, hermanos o padres que cayeron en manos de las garras de la violencia. “Empecé a tener esa confianza en la JEP de que nos iban a decir la verdad”.

No hay respuestas. Jaqueline, desde su labor como cabeza del Mafapo, considera que los últimos tres gobiernos no han dado lo necesario para la justicia y reparación. “Nosotros desde el Estado no hemos recibido ningún apoyo, absolutamente de nada” —afirma indignada, no sin antes elogiar a la alta corte de paz—.

“Estos logros que se han venido haciendo han sido desde el trabajo de la JEP. Tristemente también tenemos que decir que hay unas deudas grandes en los cementerios que nadie ha querido responder por esas deudas”, dice.

Sin embargo, aunque Blanca logró que los jefes de las Fuerzas Militares aceptaran sus crímenes, dice que no descansará hasta que le expliquen cómo fue que le mataron a su Julián. “A mi hijo me lo torturaron. Le pegaron un tiro en su manita. Otro en una nalguita. Otro en la parte derecha -del tronco- y uno de ellos le destrozó los riñones, el hígado y se le posó en el corazón”. No obstante, tiene certeza de que Dios obrará en esa situación.

“Ya no les tengo rabia. Es más, hasta les he cogido cariño”, reconoce.

Blanca y Jaqueline, voces que encarnan la situación de miles de mujeres y víctimas a merced de la violencia en Colombia, lograron perdonar. O, por lo menos, eso intentan. Ahora, después de 14 años de agonía sin Julián y Jaime, de 14 celebraciones tristes y melancólicas del Día de la Madre, por fin hay una luz al final del túnel con los resultados que la firma del acuerdo del Teatro Colón trae consigo. En medio de una profunda polarización política y de detractores que buscan acabarla, la JEP se abre paso para contribuir con esa dolorosa verdad que esclarecerá a los responsables de lágrimas, zozobra y dolor en más de 50 años donde el flagelo de la guerra azotó a nuestro país.

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