El día en que un panadero envenenó y acabó con la vida de casi 100 niños en Chiquinquirá

Sucedió un sábado, hace más de 50 años. Alrededor de 500 pobladores resultaron intoxicados

Guardar
Foto de referencia - hace más de 50 años ocurrió una tragedia por un envenenamiento masivo en Chiquinquirá. Foto: SITUR Boyacá
Foto de referencia - hace más de 50 años ocurrió una tragedia por un envenenamiento masivo en Chiquinquirá. Foto: SITUR Boyacá

Una mañana de sábado, como cualquier otra, de una manera inesperada poco a poco los niños comenzaron a caer al suelo manifestando un dolor enorme en su estómago, presentaron convulsiones y desmayos, mientras que los padres de familia no entendían qué era lo que estaba sucediendo: todo fue confusión y preocupación... De esta manera poco a poco se empezaron a ver los estragos de uno de los envenenamientos más grandes en la historia de América Latina.

El sábado 25 de noviembre de 1967, en el municipio de Chiquinquirá, Boyacá, se registró un hecho sin precedentes en el país. Aunque la cifra no es exacta, se dice que aproximadamente hubo 100 fallecidos, en su gran mayoría niños, por un envenenamiento masivo, mientras que más de 500 personas fueron intoxicadas. Esta es la historia de cómo la muerte visitó un pueblo colombiano gracias a que un panadero le abrió las puertas.

Para esa época el presidente de Colombia era Carlos Lleras Restrepo, quien estaba tratando de superar el impase con el Fondo Monetario Internacional a través de las micro devaluaciones programadas o “devaluación gota a gota”. Entretanto, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) empezaban a tomar fuerza en Meta, Guaviare, Huila, Caquetá y Cundinamarca. El Ministro de Salud de en aquel entonces era Antonio Ordóñez Plaja y en 1967 estaba a punto de vivir un verdadero reto de salud pública.

Una serie de trágicas circunstancias

La tragedia comenzó la noche del viernes 24 de noviembre, cuando unos transportadores iban a entregar varios bultos de harina comprados por la panadería Nutibara en camión de carga. De acuerdo con algunas versiones, antes de partir hacia el municipio boyacense desde la ciudad de Bogotá, unos hombres, que conocían al camionero le pidieron llevar dos cajas con unos frascos de vidrio adentro hasta un almacén de insumos agropecuarios.

El vehículo tomó la ruta de Ubaté - Chiquinquirá, la cual no estaba pavimentada, por lo que algunos movimientos del camión hicieron que el contenido de uno de los frascos que se encontraba en las cajas se derramara sobre la harina que iba a ser entregada. Los envases contenían Folidol, nombre comercial del Paratión, un insecticida organofosforado utilizado para controlar las plagas en los cultivos. Este tipo de productos no era muy regulado por las autoridades en esa época.

Pese a lo sucedido, nadie le prestó atención a este hecho, por lo que la harina fue entregada a la panadería Nutibara, en la que, en horas de la madrugada, se comenzó a preparar el pan para vender a tempranas horas del sábado. El joven Joaquín Merchán fue el encargado de comenzar a realizar la producción de los panes e incluso le manifestó a Aurelio Fajardo, dueño de la panadería, que la harina tenía un olor extraño y algo fuerte, a lo que este le habría dicho que no inventara excusas para no trabajar, que lo que debe tener es una resaca.

Foto de referencia - La tragedia en Chiquinquirá es recordada por muchas personas y sobrevivientes del envenenamiento masivo. Foto: SITUR Boyacá
Foto de referencia - La tragedia en Chiquinquirá es recordada por muchas personas y sobrevivientes del envenenamiento masivo. Foto: SITUR Boyacá

La muerte se agolpó en las calles

Muchos de los niños se estaban preparando ese sábado 25 de noviembre para participar de las actividades de la ceremonia de la clausura escolar, por lo que desde tempranas horas fueron a comprar lo del desayuno en la panadería Nutibara. Todo iba transcurriendo con normalidad cuando los primeros pequeños empezaron a presentar síntomas de dolor, desmayos y convulsiones. Los padres, alertados por la situación, se dirigieron al Hospital San Salvador, el único del municipio y que solo contaba con tres médicos.

A medida que pasaba el tiempo iban llegando más y más niños al lugar, al punto de que el sistema colapsó debido al número de pacientes que se presentaron en el centro médico. Poco a poco los menores comenzaron a perder la vida por el envenenamiento ante los ojos de sus impotentes padres, que no tenían idea de la razón por la que la vida de sus hijos se apagó aquella mañana.

También puede leer: Huir para vivir, 30 años de una masacre a bala y garrotazos en una universidad colombiana

En medio del temor y la incertidumbre, se especuló que el agua estaba contaminada con arsénico, otros dijeron que había sido culpa de la leche, por lo que muchas personas arrojaron cientos de litros al suelo e incluso pensaron que era el aire. Sin embargo, nada de esto se acercó a la realidad de lo que había sucedido. Según algunas versiones, un menor le comentó a su padre que el pan le olía raro, por lo que decidieron dárselo a los pollos que tenían en su vivienda y uno de ellos murió unos minutos después, encontrando la razón de la tragedia: “¡Es el pan!, ¡es el pan!”.

Fue demasiado tarde...

Como los menores, Joaquín Merchán, el panadero se desplomó en una de las calles del municipio, por lo que fue trasladado al San Salvador, pero ya había perdido la vida por el contacto directo con el Folidol. Cuando fue encontrado presentaba sangre en su nariz, boca y oídos, como si se hubiera reventado por dentro. Los medios de comunicación y algunos periodistas comenzaron a cubrir el trágico hecho que se estaba presentando en uno de los municipios más tranquilos de Colombia y no podían creer lo que sus ojos y algunos lentes de las cámaras fotográficas estaban capturando.

El Hospital San Salvador se convirtió rápidamente en una gigantesca morgue, por lo que muchos de los cuerpos tuvieron que ser trasladados a la parte trasera del centro médico, el cual era un potrero enormes. Carlos Alfonso Romero, uno de los niños que fue trasladado al hospital y uno de los médicos, ante la urgencia del momento, dictaminó que estaba muerto, por lo que fue ubicado en aquel lugar junto a las decenas de cuerpos que se acumularon en ese lugar. Sin embargo, cuando iban a llevar otro cuerpo, se percataron que este aún se movía y estaba vivo.

Al pequeño lo sentaron en un sofá y fue atendido por las personas que se encontraban en el lugar. El reportero gráfico Carlos Caicedo capturó la imagen del pequeño que rápidamente le dio la vuelta al mundo e incluso fue publicada en la revista Life de Estados Unidos, mostrando la fragilidad de la vida, incluso arrebatada por un trozo de pan.

Foto de referencia - Lo sucedido ocurrió el 25 de noviembre de 1967. Foto: SITU Boyacá
Foto de referencia - Lo sucedido ocurrió el 25 de noviembre de 1967. Foto: SITU Boyacá

Chiquinquirá se convirtió en un cementerio gigante

Las autoridades, el Ministerio de Salud y expertos llegaron al municipio, donde, a través de una prueba de cromatografía en capa fina, se determinó que el pan había sido el causante de las múltiples muertes. Como era de esperarse muchas personas decidieron tomar justicia por mano propia, por lo que llegaron hasta la panadería Nutibara. Sin embargo, la policía logró sacar del lugar a Aurelio Fajardo, quien dicen fue trasladado a la ciudad de Medellín con su familia. Las personas atacaron la panadería, por lo esta tuvo que cerrar después de la tragedia.

El conductor del camión y Aurelio Fajardo fueron investigados por los hechos, pero eventualmente fueron dejados en libertad. El Hospital San Salvador fue reconstruido casi por completo para poder atender cualquier tipo de emergencias como las presentadas ese 25 de noviembre de 1967. Debido a lo sucedido, el Ministerio de Agricultura reguló el comercio del Folidol, desde ese entonces restringido en el país para el año de 1991 y las víctimas..

Luego de los hechos, la Gobernación de Boyacá pagó en su totalidad de los entierros, ya que muchas de las familias que se vieron afectadas por la tragedia no tenían los recursos para realizarlo por su propia cuenta. La plaza del pueblo fue el lugar escogido para que los padres le dieran una sagrada sepultura a sus pequeños y pudieran despedirse por última vez. En cuanto a quienes también resultaron intoxicadas por el consumo del pan y no fallecieron, presentaron algunas secuelas físicas a largo plazo.

La vida de decenas de niños se apagó en un abrir y cerrar de ojos en lo que parecía una mañana de sábado común y corriente. Un desayuno golpeó el corazón de Chiquinquirá, sin que al día de hoy no haya una placa que conmemore a las víctimas.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar