‘Bojayá, la guerra sin límites’: el informe que recupera la memoria tras la masacre ocurrida el 2 de mayo de 2002

El documento, que fue consultado en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, es uno de los más completos sobre lo ocurrido antes, durante y después de la barbarie que empezó a finales de abril y fue extendida hasta el 6 de mayo

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Entre juegos de mesa, alabaos,
Entre juegos de mesa, alabaos, gualíes, guarapo y trago, este lunes empezó en Bojayá el velorio de las 99 personas que murieron el fatídico 2 de mayo de 2002, por cuenta del fuego cruzado que generó los enfrentamientos entre la entonces guerrilla de las Farc y paramilitares, que luchaban por el control de la zona. (Colprensa - Sergio Acero)

344 páginas no alcanzan para describir el horror, la zozobra, la angustia y el dolor sufrido por los habitantes de Bojayá aquel 2 de mayo de 2002; sin embargo, el informe ‘Bojayá, la guerra sin límites’ del Centro Nacional de Memoria Histórica, hecho en conjunto con la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, es el documento que muestra, de manera más detallada y completa, lo sucedido antes, durante y después de una de las masacres más dolorosas en la historia del conflicto armado en el país.

Hubo muchos relatos que quedaron en el tiempo y se fueron a la tumba con las personas que han partido de este mundo; y es precisamente por eso que el informe publicado en 2010 por el Grupo de Memoria Histórica tenga más valor. Los testimonios de decenas de habitantes quedaron consignados en el texto que cuenta los momentos previos, las alertas tempranas emitidas por las comunidades del Bajo Atrato y la Defensoría del Pueblo y el temor desde que las tropas del Ejército desembarcaron en la comunidad de Bellavista.

Gran parte de los pobladores del municipio estaban refugiados en la iglesia -aproximadamente 300-, y mientras tanto, afuera, el grupo de paramilitares liderado por Pablo Fontalvo se preparaba para la ofensiva contra los frentes 5, 34 y 57 del Bloque móvil José María Córdoba las FARC. No sabían que desde el 30 de abril se estaba organizando el enfrentamiento con la interceptación de las comunicaciones de la guerrilla por parte de Pablo Montalvo, líder paramilitar y quien dirigía la operación.

Tampoco sabían que una de las estrategias de los frentes guerrilleros era lanzar cilindros bomba en el casco urbano y que una de ellas caería desde el techo al templo, estallando segundos después.

(…) Estábamos comiendo cuando cayó esa pipeta… ¡bum… ey, vea! Le digo que esto quedó que usted no podía caminar de la gente que quedó muerta… Ay, unos quedamos locos… yo quedé aplastada por las cosas que me cayeron del techo, y cuando por fin pude salir de ahí estaba ese poco de gente que no podía caminar, porque todo lo que era tendío era muerto ahí en la iglesia”, relató en 2009 una mujer que hacía parte de los talleres de memoria en Bellavista.

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Fue el tercer cilindro bomba que lanzaron las FARC. A las nueve de la mañana fueron llamados los rampleros, aquellos que eran especialistas en los lanzamientos de estos artefactos. La preocupación era evidente pues los cilindros debían lanzarse a objetivos estáticos, pero los paramilitares estaban en constante movimiento.

Con todo y eso, la orden era clara: los rampleros debían estar listos para cualquier orden, así que instalaron la rampla de lanzamiento a 400 metros de la iglesia, y a las 10:30 dispararon el primer cilindro que estalló a 50 metros del templo sin dejar víctimas. El segundo, lanzado minutos después, cayó sin estallar en el solar del puesto de salud. El último ocasionó la muerte de 79 personas y dejó a otras decenas heridas; y son estas quienes mantienen vivo el hecho que niega a quedarse en el olvido, el abandono y la desidia estatal y de los actores responsables.

Los relatos después de la masacre

Minelia fue una de las sobrevivientes, y por defecto, quien tuvo que auxiliar a los heridos de gravedad. Además, tuvo como función recoger los cuerpos desmembrados para darles sepultura como dictan sus tradiciones. Los relatos alrededor de ella no pasan desapercibidos en el informe de Centro Memoria.

Ese día después que ya pasó todo, que explotó la bomba y todo, yo no pude correr, me tocó quedarme ahí con la hija mía y entonces se ajustó un sol muy fuerte, y esa iglesia estaba sin techo y yo sin poder caminar. Ella ayudaba a todos los que todavía estaban vivos y hablaban, y yo le dije ‘ay, Minelia, ayúdame a llegar a la sacristía’ y ahí verdad me ayudó, ayudó a mi hija, me alzó, me arrastró y me metió allá”, reveló una mujer adulta en el taller de memoria histórica de Bellavista, en 2009.

Herida y todo, sobre Minelia cayó la responsabilidad de suministrar agua con sal para detener las hemorragias de quienes tenían heridas abiertas; así como también de arrastrar a otros sobrevivientes, pero con heridas más graves, hasta la sacristía que era una de las pocas edificaciones que tenían techo.

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Después de la bomba en la iglesia de Bellavista y los acuerdos para continuar y pausar los combates

Ambos grupos armados coordinaban por radio las horas de inicio y de cese de enfrentamientos. A las seis de la tarde de aquel jueves 2 de mayo, los jefes de ambos bandos acordaron reanudar el combate en la mañana siguiente. Ocurrida la tragedia, la misión era trasladar a todos los pobladores -vivos y muertos- en botes por el Río Atrato, pero la guerrilla puso trabas para movilizar los cuerpos.

Los subversivos al mando de alias Vicky revisaron casa por casa en busca de paramilitares escondidos, y al ver que no había nadie, declararon haber tomado el control de Bellavista. Asimismo, revisaban cada bote que salía del pueblo. Cuando llegó la ayuda médica desde Vigía, los guerrilleros les dijeron a ellos y a los pobladores que se apresuraran a hacer lo que debían, porque “el infierno va para arriba… y nosotros también nos vamos pa’ arriba”, refiriéndose a que los combates iban a continuar.

El 4 de mayo, relata el informe, a eso de las 8:30 de la mañana llegó un helicóptero al municipio. De inmediato, los habitantes que quedaron se acercaron con banderas y pañuelos blancos, pero se dieron cuenta que la aeronave era pequeña.

“Entonces decimos: ‘¿ay… cómo así? ¿Por qué ese helicóptero tan pequeño?’ ¡Cuando ta ta ta… nos encienden a candela! Eso corría la gente para todos lados, nos sacaron a plomo… ¡Era un helicóptero paramilitar! Pum, pum… todo el mundo corría para todos lados, cuando aparecen dos Kfir, esos avioncitos pequeños… y el helicóptero echó para Panamá y dicen que por allá lo derribaron…” relató un sobreviviente en otro taller de memoria, hecho en Vigía del Fuerte, y que también quedó consignado en el informe consultado en el marco de la Feria del Libro de Bogotá 2022 y en conmemoración de los 20 años de esta masacre.

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