La música en el Caribe: un infaltable en la reconstrucción de la memoria tras las masacres cometidas por paramilitares

En la Feria Internacional del Libro (FILBo), el Centro Nacional de Memoria Histórica presentó su informe ‘La tierra se quedó sin su canto’, que recopila la trayectoria y los impactos de las AUC en cuatro departamentos del país

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Imagen de referencia. Afectaciones del paramilitarismo en el Cartagena (Colombia). EFE/Ricardo Maldonado Rozo
Imagen de referencia. Afectaciones del paramilitarismo en el Cartagena (Colombia). EFE/Ricardo Maldonado Rozo

Lukas Rodríguez y un grupo de investigadores del Centro Nacional de Memoria Histórica llegaron al municipio de Riohacha a indagar acerca del fenómeno paramilitar en Colombia y se encontraron con la comunidad indígena wiwa, desplazada desde la Sierra Nevada de Santa Marta. Allí se hizo más evidente la relación de la música con la memoria de dolor de los colombianos, pues al conversar con Nemesio Nieves, uno de los últimos cantantes originales de la población, manifestó cuál fue la afectación de la madre tierra después de su partida.

La tierra se quedó sin mi canto; sin la bulla que yo le hacía.

El líder indígena, desplazado después de la masacre de la vereda El Limón en 2002, no imaginó que su declaración se convirtiera en el título del informe No. 11 de la Dirección de Acuerdos de Verdad: La tierra se quedó sin su canto, y la verdad es que tampoco pudo conocerla.

“Nemesio nos pidió una armónica porque él quería seguir cantando y recopilando la historia de su pueblo a través de la música”, explicó el coordinador de la investigación, Lukas Rodríguez; sin embargo, días antes de entregarle el instrumento “nos enteramos que el señor había muerto, entonces también fue un homenaje para él”.

El lanzamiento del informe enfocado en el Caribe colombiano se registró en el marco de la Feria Internacional del Libro (FILBo). Los investigadores recopilaron los testimonios de más de 17.000 desmovilizados de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y los contrastaron con fuentes periodísticas y entrevistas a las víctimas de los departamentos de Atlántico, Cesar, La Guajira y Magdalena.

El resultado fueron dos tomos que hablan acerca de la trayectoria y los impactos de tres de las 39 estructuras paramilitares que operaron en el país: el Bloque Norte, el Frente Resistencia Tayrona y los Cheperos.

La Sierra Nevada de Santa Marta: una zona estratégica para el paramilitarismo

Rodríguez enfatizó en la particularidad del surgimiento de estas estructuras criminales en el Caribe: “Cuando se habla de paramilitarismo, se dice que primero hubo un grupo guerrillero que incursionó en el territorio y llegaron los paramilitares después”. Y si bien esa es la realidad en otras zonas del país, las guerrillas llegaron cuando “ya había ejércitos privados” en estos departamentos.

“Se fueron, se fueron las bananeras, que explotaron, explotaron la nación. Solo quedan los recuerdos de otras eras, añoranzas y quimeras, deudas, penas y dolor”, canta Jorge Oñate recordando la masacre de las Bananeras en 1928. Y si bien Rodríguez confirmó que el paramilitarismo no tiene sus primeros indicios en esa época — sino hasta los años 60 — ese hecho en particular establece las relaciones entre obreros y campesinos.

Décadas después, la Sierra Nevada de Santa Marta se convierte “en un punto de guerra” en el periodo conocido como la Bonanza Marimbera. La zona es considerada por los indígenas como el corazón del mundo pues en un rango de menos de ochenta kilómetros se encuentran todos los pisos térmicos, “pero tiene una desventaja grande, se puede sembrar, producir y exportar la droga — comentó el investigador —. Esto fue tan clave porque empezó a enriquecer muy rápido a muy pocas personas y comenzó a generar ejércitos privados”.

Para 1994 se legalizan estos grupos a través de las Cooperativas de Vigilancia (Convivir) en el gobierno de César Gaviria. De hecho, otra de las particularidades expuestas por Ángela Hernández, también investigadora del informe, es que las masacres y demás delitos en el territorio “obedecieron a los momentos de incursión y expansión de la estructura”, y en ese sentido, también buscaban un control político.

Las cicatrices de las regiones

“Como Dios en la tierra no tiene amigo, como él no tiene amigo quien lo quiera. Tanto le pido y le pido, ¡ay hombe!, y se llevó a mi compañera”, cantó Alejo Durán con Alicia adorada. Para los investigadores, esta canción es una de los tantos vallenatos que reflejan el dolor de la población tras las masacres y los atentados.

Y es que el informe — además de presentar la trayectoria de estos grupos armados — tiene el propósito de presentar “las voces de las personas que se entrevistaron en el territorio, tanto los que hicieron parte de la estructura paramilitar como quienes fueron víctimas de ella”, afirmó Rodríguez. El documento refleja las afectaciones que dejaron en la población civil y las cicatrices grabadas en esta nueva memoria.

Los investigadores catalogaron los impactos en dos partes: las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y las afectaciones a poblaciones diferenciales. Infobae Colombia habló acerca de esta última categoría con Ángela Hernández.

“Una de las tendencias a lo largo de todos estos hechos victimizantes es la intención de control social”, manifestó la investigadora. Las mujeres, los indígenas, los afrodescendientes y la comunidad LGBTIQ+ se vieron particularmente afectados por los frentes del Bloque Norte. “Las subjetividades disidentes fueron un objeto de coerción y de intimidación permanente”, añadió.

En el caso de las mujeres, se realizaban unos castigos ante los actos que la estructura consideraba “moralmente reprochable” como la infidelidad y la orientación sexual diferente a lo heteronormativo. “Se implementaba el aseo de la comunidad, la estigmatización y señalamiento de forma pública e incluso casos de violencia sexual como forma de alineación”, resaltó Hernández.

A pesar de que no cuentan con una cifra exacta de cuántas mujeres fueron afectadas por esta lógica, debido al silenciamiento y la impunidad en los casos, con los relatos recopilados “pudimos documentar esta tendencia”. De hecho, durante el conversatorio la investigadora manifestó que, “hay que ver con ojo crítico” el hecho de que estas afectaciones fueron supuestamente resarcidas. “Los impactos contra los derechos humanos no se acabaron con las movilizaciones, son unos eventos continuados”, puntualizó.

El informe, a final de cuentas, muestra la otra cara de la Costa Caribe. “Tenemos la referencia de que playa, brisa, mar, paseo, vacaciones — complementó Lukas Rodríguez —. Desafortunadamente, a espaldas de todo esto había una incursión paramilitar espantosa con muchos muertos, con muchas masacres, con muchas personas”.

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