Laguna Libros publicó en 2021 la primera novela de Fátima Vélez. Fue noticia porque era la primera y porque había sido escrita por una poeta. Galápagos se trepó en las estanterías con sigilo y con el correr de los días, terminó haciendo ruido. Al final del año, fue escogido como uno de los mejores libros publicados en Colombia. Inició el 2022 y la voz fue corriendo. “¿Usted ya leyó Galápagos?”, “Hay una novela tiene que leer, se llama Galápagos”, “¿Ya leyó a Fátima Vélez?”, “Tiene que leer a Fátima Vélez”. Basta abrir el libro y leer las primeras líneas para quedarse ahí. “Algo minúsculo como la caída de una uña: un día una cortada donde empieza la uña del dedo meñique, el dedo se infecta, se llena de pus, presiono, pulgar derecho sobre meñique izquierdo; sala una punta blanca, más fuerte, mancha el puño de mi camisa, con ganas crece, se hace mucho, se hace fuerte y uno mira la uña e intenta limpiarla y se da cuenta de que está floja, como un diente a los siete años, así, (...)”.
La novela está divida en dos partes: De cómo un terrícola obtiene la piel, que se centra en Lorenzo y él mismo cuenta la historia. Un tipo de lo más complejo, como a la deriva, en medio de la incertidumbre por no saber con precisión qué hacer, entre el querer salir y probarlo todo, al tiempo en que siente miedo por absolutamente todo lo que le es desconocido; y Galápagos, en donde también está Lorenzo, pero aparecen con fuerza Paz María, Galaor, Juan B... Personajes que surgen de un collage de conversaciones e inquietudes.
Muchas veces, los listados de fin de año que escogen lo mejor que se publicó durante ese tiempo, proponen lecturas guiadas por intereses ajenos a lo que debería ser usual entre los lectores y obedecen más a amiguismos, a ese tufillo de poetas enaltecidos que se alaban todos entre sí y se maduran cual aguacates en medio de papel de periódico, aún sabiendo que sin poder pronunciar bien la r se atrevieron a escribir una novela sobre ratas y rumores. Más allá de eso, el hecho de que en todos los listados propuestos apareciera una y otra vez la misma novela, y que esa novela sea Galápagos, supone algo que no se había dado antes y se da ahora.
“No somos la real academia de la lengua. Somos más como el cráter que no nos atrevemos a mirar de miedo a que nos chupe o nos expulse en su lava, ese cráter que nos recuerda que somos las ganas de ser huecos y que lo más rico de los huecos es poderles meter lo que nos dé la gana”. La entrada de Fátima Vélez a la narrativa pudo haber sido nefasta, pero ha terminado siendo una maravilla en todo lo que cabe. La novela arrasa, y arrasa por buena y transgresora. Está muy pronto para decirlo, pero de aquí a unos años será una de las novelas más importantes de la literatura colombiana en la década del 2020, seguro. Después de un par de idas y venidas, de esperas que tuvieron que darse así y no de otra forma, entrevisté a la autora en medio de su visita a la Feria Internacional del Libro de Bogotá, en la que ha sido una de las autoras invitadas, conversó con Infobae acerca del proceso de escritura de su novela y sus concepciones en torno a lo que significó darla a luz, a esa Galápagos caótica que no pudo haber sido más perfecta.
-¿Cómo consigues perfilar de manera tan marcada a un personaje como el de Lorenzo?
-Creo que lo logré porque le di un espacio lo suficientemente amplio. Le di la posibilidad de expresarse a través del monólogo, lo cual no hice con los otros personajes. Creo que cada uno se merece estar bien definido. Fue un reto darle a cada uno voz, una voz diferente. Ese es un tema de la novela, justamente, la diferencia. Qué es lo que hace que una cosa sea de alguna manera y no de otra, qué es lo que hace que un ser humano, o una criatura viva sea de una forma y no de otra. Es algo que, personalmente, me obsesiona. Y todavía es una pregunta sin respuesta. A mí el tema de darle humanidad a los personajes no me interesa tanto, sino darles una forma que permita decir de ellos que son de determinadas maneras, pero llega un momento en que todo se funde. En últimas, así es la vida.
-Además de estar muy bien construidos, no solo Lorenzo, todos son personajes bastante imperfectos, caóticos. Estallan de repente, se echan a perder, y en torno a ellos gira la historia, porque esta es una historia de personajes.
-A mí me interesaba explorar ciertas inquietudes que tenía, describir imágenes que tenía en mi cabeza. La idea de Galápagos, casi todo lo que ocurre en la novela, viene de una anécdota muy personal. Cuando empecé a pensar esta historia, recién había visto el documental de Luis Ospina sobre Lorenzo Jaramillo, en el que él se está muriendo frente a la cámara y Luis le pregunta cómo quiere que contemos esta historia. “Yo no quiero que cuente lo que hice en mi vida o lo que no, cómo fue que pinte estos cuadros, si son bonitos o no, quiero que cuente lo que me está pasando ahora, que me estoy muriendo”, es más o menos lo que dice. Cuando yo vi esto, me pareció impresionante la forma en que estaba todo dispuesto. Este sujeto muriéndose, mirando a la cámara, tan descarnadamente y a la vez exhibiendo tanta vitalidad... Eso le da unos matices muy intensos como personaje. Obviamente, este Lorenzo no se parece al Lorenzo de la novela, pero viene un poco de allí. Es un punto de partida.
Todos los personajes surgen de alguna referencia que, más adelante, termina convertida en una cáscara y detona otras cosas. Me interesa mucho eso al escribir, tomar cosas de otras partes y deformarlas, hacerlas funcionar en otros sentidos. Cuando estaba pensando en escribir esta novela y le hablé de Lorenzo Jaramillo, le conté a mi papá que estaba en eso y me dijo que él había tenido un viaje con el pintor y otros amigos a las islas Galápagos. En ese viaje, todas las personas que fueron, se murieron de Sida, más adelante, menos uno de ellos, que era mi papá. A mí me quedó eso en la cabeza y ese fue el primer impulso para empezar a escribir.
-La novela bebe mucho de la poesía, tiene una musicalidad, un ritmo definido. ¿Es algo que fue consciente durante el proceso de escritura? ¿Tiene que ver con tu recorrido como poeta?
-Definitivamente viene de mi formación como poeta y de mis ganas de que el lenguaje haga cosas. Mi apuesta en la poesía es esa, y en la novela no podía ser distinto. Me interesa mucho lograr un lenguaje que acerque a la materia, no tanto de la representación, de que las cosas sean como son, sino más de las posibilidades de que una materia se haga concreta. Tratar de hurgar, de explorar en una misma cosa, obsesivamente. Meter el dedo en la yaga, pinchar la herida, extirpar el pus. Es como una exacerbación de algo. El pus, la materia, es una manifestación de algo que se descompone, una infección del sistema inmunológico que lucha contra algo externo que busca enfermarle y termina haciendo que el cuerpo produzca cosas. Lo mismo me interesa con el lenguaje.
-La narración es puntillosa.
-No podía ser distinta.
-La novela ha tenido una recepción demasiado buena y es inevitable no preguntarse por lo que vendrá.
-No todo el mundo piensa igual. El libro se ha movido bien, pero no es fácil para todos los lectores. Propone una lectura compleja y yo también buscaba eso. No me interesa lo fácil, me gusta la idea de que el lector pueda exigirse con la novela. Pero no lo hago con el ánimo de confundir, sino porque me interesa lo que está allí, en el hecho de trabajar con cosas complejas. Al mismo tiempo, me gusta mucho lo que reside en lo coloquial, en cómo habla la gente. La cosa es que yo no quiero complacer a nadie dándole la estructura ya gastada de inicio, nudo y desenlace, donde todo es digerible.
Respecto a lo que viene, me interesa seguir explorando en este concepto del collage de voces. Llevo muchos años registrando conversaciones, grabándolas. Cosas muy casuales con las que quisiera armar algo. Ahora no puedo, ni quiero revelar nada, pero ya tengo una imagen en mi cabeza muy fuerte que me interesa desarrollar. Ya veremos qué pasa.
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