Carla Morales: “Un buen libro es aquel que te deja más preguntas que respuestas”

La editora chilena es una de las invitadas a la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2022; sobre libros para niños, la industria editorial y la edición como motor de su vida habló con Infobae

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La editora chilena es una de las invitadas a la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2022 (Foto: Santiago Díaz Benavides).
La editora chilena es una de las invitadas a la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2022 (Foto: Santiago Díaz Benavides).

En 2017, junto a su esposo, Eduardo Lira, fundó Escrito con Tiza, una editorial dedicada a la literatura infantil y juvenil. Con tan poco tiempo encima han logrado construir un buen nombre en el mercado editorial chileno y latinoamericano. Morales trabajó antes en Editorial Norma, como parte del equipo de prensa, y luego desempeñó la misma labor en Ugbar Editores, donde también fue la productora editorial. Como directora, en Desatanudos tuvo un gran crecimiento en su concepción del mundo editorial. De manera independiente ha colaborado con sellos como Planeta y Santillana, entre otras editoriales.

Ha sido jurado del Premio Roberto Bolaño, otorgado por el Fondo del Libro, y de los Juegos Literarios Gabriela Mistral, de la municipalidad de Santiago de Chile. Su recorrido en el mundo de la edición la han situado como una de las referentes contemporáneas en el área, razón por la cual hoy se le invita a participar de diversos encuentros a nivel continental, incluyendo la más reciente edición de la FILBo, donde participa de mesas guiadas a profesionales en el campo del libro y la edición.

La editora habló con Infobae sobre sus concepciones del mundo editorial y su recorrido en el mismo.

- ¿Se nace con esa intuición del editor para saber qué debe publicar y qué no o se desarrolla con el tiempo?

- Yo empecé estudiando Pedagogía guiada a la enseñanza del Castellano, pero lo cierto es que nunca me gustó la pedagogía en sí. Lo que me interesaba era el lenguaje. Yo sabía qué era lo que quería hacer. Entonces, cuando salí y terminé la universidad, los primeros trabajos que busqué fueron en el campo editorial. Ese siempre fue mi norte. Yo hoy no podría hacer otra cosa, siempre estoy pensando en libros, en cómo hacerlos. Es mi motor. Desde 2006 me dedico a esto. Para entonces, recién se estaban formando en Chile los estudios de edición, diplomados y algunos masters. La edición no es una carrera en sí, a nivel académico, es más una especialidad.

En esto, yo aprendí haciendo. En la editorial en la que estuve durante los primeros años aprendí todo el tejemaneje de cómo funciona la industria. Después me independicé y comencé a trabajar en proyectos con distintas editoriales y entidades públicas. De a poco, me fui acercando al niño infantil. Para entonces, editora ya era, de algún modo, pero el terreno de la literatura infantil era otra cosa y requería de otras destrezas. Fundé la editorial con mi esposo en 2017. Él se encarga de toda la parte administrativa y yo de lo que tiene que ver propiamente con la creación de los contenidos y su edición.

- ¿Fue fácil iniciar con el proyecto propio?

- No fue fácil, pero tampoco fue tan difícil. La ventaja es que yo no era novata en esto. Ya tenía los contactos, sabía cómo moverme, qué hacer. Entendía la importancia de la prensa, de las comunicaciones, del manejo de las redes. La industria editorial no es sencilla, llega a ser una odisea, sobre todo desde lo económico. Nosotros ya estábamos en el circuito, entonces, de algún modo, ya teníamos terreno ganado. Y es que son tantos los factores que influyen tanto en el proceso de hacer un libro como después de que sale. Nosotros ya sabíamos cómo funcionaba. Lo difícil, en su momento, tuvo que ver con los recursos, porque de lo que se tenía que hacer ya lo teníamos más que interiorizado. Hemos avanzado mucho en cinco años.

(Foto: Santiago Díaz Benavides).
(Foto: Santiago Díaz Benavides).

- ¿La llegada de la pandemia trajo consigo obstáculos para la editorial?

- Pues, la crisis del papel nos ha tenido a todos al borde. Tuvimos que adaptarnos a una forma de consumo, también. La gente, al no poder visitar librerías, comenzó a comprar mucho por internet. La venta de libros infantiles, por lo menos en Chile, tuvo altos registros. Los papás necesitaban comprar libros para que los niños se distrajeran y ellos también pudieran abstraerse del ser padres y trabajadores 24/7 y en el mismo espacio.

- ¿Existe un apoyo hoy por parte del gobierno chileno para la adecuada distribución del libro?

- Hay un respaldo casi que absoluto. La distribución depende de cada quien, pero las facilidades están ahí. No es difícil llegar a librerías y conectar con las ventas online. Es posible el acceso a la red de bibliotecas y la conexión con diferentes espacios que no necesariamente hacen parte del ecosistema del libro, pero sí de los lectores. Las compras de los colegios son importantes para una editorial como la nuestra. Ya no compran en las mismas condiciones que antes, pero ahí están y el alcance que tienen es indiscutible.

- ¿Ha habido una evolución de contenidos en la literatura guiada a niños en los últimos 20 años, la forma como se comunica?

- Por supuesto que ha habido un cambio. El texto posmoderno, por llamarlo de algún modo, ha pasado de ser un texto cerrado, que no permitía lugar a dudas y no invitaba a plantear preguntas, a ser mucho más abierto, con mayor espacio para la interpretación. Son libros abiertos. El libro álbum es el gran exponente de eso, con muy pocas palabras y un relato visual impresionante, permite que sean los lectores, los niños, los que terminen de construir el texto.

Un buen libro es aquel que te deja más preguntas que respuestas, ya está dicho. El que te hace saltar hacia otros libros. La evolución de los contenidos, entonces, ha sido radical. Estamos en otra era.

- En su opinión, ¿cuál es el curso que sigue hoy la literatura infantil en Latinoamérica?

- No sé si he reflexionado mucho al respecto. Creo que desde lo que yo hago, que tiene que ver con los textos informativos, se está trabajando en lo referente al cuidado de los otros y del medio ambiente. Cada vez abarcan conceptos más humanistas y los lectores empiezan a familiarizarse con esos temas desde edades muy tempranas. Cada vez desde más pequeños. La idea es cultivar un saber crítico en los lectores. Para mí, el gran nicho que tienen los libros informativos, porque es en ese campo donde puedo hablar con propiedad, se va desligando de la idea errónea de que el buen lector es el que lee determinados libros de ficción. Hay una apuesta muy interesante para cubrir los intereses de ese nicho, que si bien son buenos lectores, no están dispuestos a consumir todo tipo de textos. Se trata de lograr, precisamente, que el texto informativo sea una llave de entrada a la literatura. Se vale de muchos recursos literarios para hacerse. Está la metáfora, la comparación, el símil, la paráfrasis. Se usan para cautivar a los lectores, pero comunicándoles algo que es concreto, informativo, que corresponde a alguna área específica de las ciencias o las artes. Ese es un camino que debe recorrerse. Lo importante, en ese sentido, es hacerse cargo de lo que se requiere, atender a lo estrictamente contemporáneo, una crisis como la de la pandemia, por ejemplo, pero sin llegar a ser fatalistas o extremadamente realistas. Todo debe estar en la medida justa. Podríamos publicar un libro de corte ecológico, pero si parto diciendo que el mundo se va a acabar, pues no va a invitar a nadie a la lectura. El enfoque debe estar en la valoración que debemos hacer de nuestra naturaleza. El niño debe entrar en contacto con esos valores por sí mismo, guiado por la lectura.

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