María Paz Guerrero: sentir la poesía en los huesos

“Lengua rosa afuera, gata ciega” es el libro más reciente de la poeta bogotana. Estará disponible en la FilBo 2022

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El libro más reciente de
El libro más reciente de la poeta bogotana estará disponible en la FilBo 2022 (Fotografía: Juan Felipe Vásquez, 2019).

Si uno escribe su nombre en el buscador, aparece un perfil suyo a un costado, extraído de una entrevista que en su momento le realizó Infobae, en 2018. Debajo de una fotografía suya dice que nació en Bogotá el 3 de mayo de 1982. Estudió Literatura en la Universidad de los Andes y Literatura Comparada en la Universidad de la Sorbonne-Nouvelle Paris 3. Dice que en el 2018 publicó el libro Dios también es una perra, con la editorial Cajón de Sastre, que su obra reflexiona sobre la violencia en Colombia, la escritura y el pensamiento, con un ritmo desenfrenado que da cuenta de la actualidad caótica. Dice que actualmente es profesora del departamento de Creación Literaria de la Universidad Central. Luego hay unos poemas suyos en la web de Otro Páramo, y más abajo artículos sobre su obra y otras entrevistas.

La reseña biográfica que aparece en la solapa de su libro más reciente dice que es autora de los poemarios Los analfabetas, que publicó con La Jaula Publicaciones en 2020, de la selección y prólogo de La generación sin nombre. Una antología, que se publicó un año después con el sello editorial de la Universidad Central, y del ensayo: El dolor de estar vivo en ‘Los poemas póstumos’ de César Vallejo, publicado en 2006 por la Universidad de los Andes. Dice que sus poemas aparecen en las antologías Pájaros de sombra. Diecisiete poetas colombianas, 1989-1964 (Vaso Roto, 2019) y Moradas interiores. Cuatro poetas colombianas (Universidad Javeriana, colección de poesía, 2016). Habla de Dios también es una perra y dice que está traducido al inglés por la Ugly Duckling Press de Nueva York. Menciona dónde ha estudiado y qué, y señala que se encuentra cursando un doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad de Zaragoza y trabaja aún como profesora de tiempo completo en la Universidad Central en Bogotá.

Allí fue donde yo la vi por vez primera. Fue en 2017, yo recién terminaba de cursar la carrera de Licenciatura en Lingüística y Literatura, y me proponía iniciar una especialización. Ella era la profesora de una de las materias que cursé en la Especialización en Creación Narrativa, en el departamento dirigido en ese entonces por Roberto Burgos Cantor. Recuerdo que la primera impresión de todos los estudiantes fue la misma: qué mujer más inteligente y más bella. SI uno preguntaba en los otros cursos del departamento, todo el mundo pensaba igual. Creo que la lucidez que tiene como profesora la tiene como poeta. Fue la persona que más me orientó en esa época sobre lo que podría llegar a ser mi escritura, por dónde debía andar, hacia dónde debía mirar.

Las clases eran en la noche, porque la mayoría trabajaba. Yo escribía reseñas de libros en la prensa y cada tanto coqueteaba con la idea de escribir cuentos. Aún lo hago. Al terminar las clases, me quedaba haciéndole preguntas a María Paz, y ella me sorprendía haciéndome el doble de preguntas. Caminábamos juntos hasta la estación del bus y hablábamos de libros y de eso que uno quiere escribir pero no sabe cómo. Cada uno tomaba su camino y veinticuatro horas después lo hacíamos de nuevo. Cuando llegó el final de curso, la extrañé. Gracias a ella supe más que al inicio y estuve menos perdido dentro de mí. Me gradué y fue la única a la que seguí acudiendo tiempo después.

Trabajé como librero y estuve en una editorial, seguí escribiendo sobre libros en la prensa, y aún no he escrito mi primer libro. Ella, María Paz, ya ha publicado tres desde que nos conocimos. No paro de seguirle el rastro, más allá de las distancias que impone lo cotidiano. Hace poco me enteré del más reciente. Su editorial me contactó para hablarme sobre él y cuando lo recibí en casa, lo tomé entre las manos y lo abrí en una página al azar: “No tener preguntas no tener una frase no tener una lista no tener una sílaba...” Me quedé pensando en esas palabras suyas, en esa forma que tiene de decir las cosas más difíciles como si fuera lo más sutil del mundo, como si el miedo fuera un papelito que se arruga en el bolsillo, como si la muerte fuera agua que se evapora, como si el correr de los días fuera polvo sobre la solapa de un libro.

Lengua rosa afuera, gata ciega es un libro que experimenta con el lenguaje, como buen libro de poesía, que detalla lo animal, lo salvaje, lo burdo en el ser humano, en el hablar, en el actuar; pinta con delicadeza las búsquedas de una voz que se burla, que reflexiona, que lamenta lo vivido y por vivir. La voz de María Paz Guerrero es una de aquellas. Hoy es de las poetas colombianas con mayor proyección. De a poco se ubica en el radar de los lectores. En el mío ya estaba. Con este libro se me metió en los huesos, porque es así como siente la poesía, como la decanta en las páginas, bien adentro, en los huesos.

No es Ida Vitale o Vilariño, pero algo fuerte hay de ellas, y de María Mercedes Carranza y hasta de Mistral, de Bolaño y tantos otros. Es poeta fruto de poetas. Poeta que lee, que ve el mundo. Es ella, y con estos versos se hace voz que fluye, como un río. Después de un tiempo sin hablar, decidí escribirle. Ella en España y yo en Colombia, conversamos sobre su libro, sobre lo que es escribir poesía y lo que significa ser poeta hoy en Colombia. Su libro estará disponible con Himpar Editores, que acaba de iniciar su colección de poesía con este bello título, en la nueva edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá que inicia el 19 de abril y va hasta el 2 de mayo.

Imagen del último libro publicado
Imagen del último libro publicado de María Paz Guerrero (Foto: Santiago Díaz Benavides).

Al momento de concebir un poema, sin importar cuál sea su origen, ¿qué se necesita para darle el tono preciso?

Reescribir. Leer lo reescrito en voz alta. Grabarlo. Escucharlo. Releerlo. Dejar pasar tiempo. Cambiar las palabras necesarias. Colgar los textos en la pared. Una y otra vez. En bucle. Dejar pasar tiempo. Retomar. Leer los textos colgados en la pared. Tachar palabras. Mirar esos textos de lejos.

¿Cómo se le pone nombre al miedo? ¿Cómo se sabe cuál es su ritmo?

En “Lengua rosa afuera, gata ciega” trabajé el miedo a la muerte con un humor que duele. La multiplicación de las células produce un lenguaje de aceleración, todo está moviéndose constantemente. También me interesan los cambios de ejes de los órganos de los cuerpos.

Eso que se siente en los huesos, ¿cómo se concreta en la escritura?

He leído voces que llegan a ese lugar, “lo que se siente en los huesos”, las he transcrito, me las he aprendido, succionado, macerado. Después he sacado la lengua.

El destino de quien se hace poeta, como de quien se hace pintor o carpintero, es demasiado incierto. ¿Cuáles son los caminos que la poesía dispone cuando se decide por tomarla como motor de la vida?

Yo diría que uno trata de girar en torno a su pasión. Como un derviche, o un trompo.

Que el camino sea el giro.

¿Que hay aquí que es similar, en cuanto a inquietudes, a los libros anteriores? ¿Se vomitan estos versos?

Yo creo que lo que “es similar” en “Dios también es una perra”, “Los analfabetas” y “Lengua rosa afuera, gata ciega” es un proyecto de lenguaje. Me interesa capturar las fuerzas vitales y las violencias que las atraviesan. En ese camino he encontrado lo animal como una pulsión que me permite ampliar, desde la sensación, el sentido de lo humano en una lengua analfabeta.

Hasta ahora nunca he vomitado la escritura. Para mí la escritura no tiene que ver con vomitar. “Lengua rosa afuera, gata ciega” no es un texto lineal y tiene un tejido que apunta, digamos, a una estructura coral. Más que una colección de poemas es un gran poema por donde aparece y desaparece una gata ciega que se da totazos y se acuesta con la panza gorda. Acá aparecen la enfermedad, la tecnología, la muerte, lo femenino, la violencia y la poesía como un lenguaje que se desparrama, como una mancha de miel en el tapete.

¿Fue difícil sentarse a editar el libro? ¿Hubo algún episodio en particular?

Himpar es una editorial que propone una comunidad de diálogo sobre la literatura en todos sus niveles: una lectura colectiva del manuscrito, el paso del texto a la diagramación, con todo el cuidado, hasta la difusión. Digo comunidad porque son seis editores que designan, según el proyecto, un editor que lo lidera. En este caso trabajé con Ana Cecilia Calle que es una lectora con un ojo rotundo sobre cada verso, una interlocutora que tiene la literatura en su cabeza, una cuidadora de la obra.

¿Qué hay del rumbo que toma hoy la poesía en Colombia? A veces pareciera ser algo de unos pocos, y casi siempre de los mismos con los mismos.

Pues yo veo un panorama de editoriales independientes que distribuyen sus libros en las librerías -también independientes- y en las ferias del país, muy interesante. Es un espacio que permite que haya voces poéticas diversas, con ediciones arriesgadas. Hay una programación constante de lecturas de poesía en espacios alternativos. Ahí puedes escuchar a poetas que están empezando a escribir, al lado de poetas que ya tienen una obra en marcha. Hay una actitud de escucha y de lectura de las propuestas que aparecen. Hay proyectos que, además, le apuestan a incentivar la lectura de poesía. Yo veo, al contrario, un espacio en ebullición.

Finalmente, ¿hubo lengua rosa afuera? ¿La gata se quedó ciega?

¿Qué crees tú?

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