‘El Cóndor’, así le decían. Cuando estiraba sus brazos parecía que fueran alas. Las batía para salir volando y llevarse por delante la pelota, esa a la que tanto quiso y que le dio tanto. Con ella, consiguió la inmortalidad. Por razones del destino, nació en Colombia un 14 de abril, pero lo cierto es que era mexicano. No alcanzó a cruzar hasta allá y terminó en Ginebra, un pequeño municipio en el Valle del Cauca. Guillermo Arriaga dijo una vez que los mexicanos nacían en donde les daba la gana. Calero eligió Colombia. Llegó a este mundo en el año de 1971, cuando en Chile intentaban asesinar a Salvador Allende y el Apolo 14 era lanzado al espacio. Un mundo en el que ‘La Matanza del Jueves del Corpus’ era el día a día de los mexicanos y Charles Manson era condenado a cadena perpetua.
Miguel Ángel Calero Rodríguez se inició desde muy temprano en el fútbol. Antes de cumplir los 13 años ya mostraba sus condiciones. Su primera experiencia con un club la tuvo con el Real Independiente, un pequeño equipo de Ginebra. De allí, pasó a la Escuela de Fútbol Carlos Sarmiento Lora, en 1986. Su pase costó $150.000 COP de la época, más un uniforme y 10 balones. Debutó en el Estadio Pascual Guerrero en un partido de exhibición antes de un encuentro de primera división entre Deportivo Cali y Atlético Nacional. Tenía 15 años en ese momento y compartía plantel con Faryd Mondragón y Óscar Córdoba. Los tres se disputaban el puesto de arquero, lo hicieron así durante años, aún después de tomar caminos distintos.
Tras su llegada a Cali, becado en el Colegio Mayor de Yumbo, conoció a Reinaldo Rueda, el actual entrenador de la selección Colombia. Rueda era profesor en ese colegio y acogió al joven Calero, ayudándolo a transportarse desde La Loma de Cruz, donde vivía el futuro arquero, en un cuartito que le pagaba la escuela de fútbol, hasta el colegio en Yumbo. Lo recogía a las 6:15 de la mañana en Santa Librada y lo dejaba en el colegio a las 7. Volvía por él a las 12:40 y lo dejaba en su casa a la 1:30. Se encontraban después, a eso de las 3, en las canchas panamericanas. El entrenador fue su chófer durante casi 10 meses. Pensar que después, los caminos de ambos estarían tan lejos de allí, pero tan cercanos el uno del otro.
Calero debutó como portero profesional en un equipo que ya no existe, el Sporting de Barranquilla. Fue en ese año de 1987 cuando se ganó su apodo. En realidad, el primero de ellos. Le decían ‘El show’ por sus intentonas de salir al ataque. Abandonaba el arco y corría por todo el campo como si fuera un delantero. Con sus buenas actuaciones se ganó una plaza en la reserva del Deportivo Cali y tras la salida del portero titular del equipo principal, debutó con los azucareros en 1991. Con el correr de los partidos, se afianzaba como un portero tenaz. Terminaría siendo vital para el título del 96. Logro al que llegaba el equipo tras 22 años sin conseguir nada. Calero sería parte del equipo hasta 1997, momento en el que se une a Atlético Nacional.
El pase del portero al equipo verdolaga costó alrededor de USD 1.300.000 y en su momento fue la transferencia más alta del fútbol colombiano. Sus actuaciones con el equipo verde de Antioquia, entre 1998 y el año 2000, lo llevarían al que desde el principio fue el sitio al que estaba destinado a llegar, el lugar en el que pudo extender sus alas con total libertad. El Pachuca mexicano lo contrató a comienzos del nuevo milenio y el arquero luciría sus colores hasta el momento de su muerte.
Colombia y México comparten muchas cosas, además de la lengua. El escritor colombiano Juan Camilo Rincón escribió recientemente un libro en el que explora algunas de las relaciones más profundas entre ambos países, a nivel de literatura y arte. Si se hubiese propuesto ampliar el espectro al deporte y al fútbol, específicamente, seguro habría dado para una colección de tres volúmenes. La vida de Calero en México es la muestra más clara del cariño y la unión entre las dos naciones. Desde el primer día, su nacionalidad colombiana se fundió con la esencia del mexicano y terminó demostrando que fronteras no existen, sino senderos que se bifurcan.
Con el Pachuca, Calero armó la grande. Ay, Dios. Si antes había sido buen arquero, aquí exageró. Debutó el 30 de julio del 2000 y pronto se ganaría un puesto en el equipo titular. De a poquitos fue extendiendo sus alas y en 2002 ganó su primer título internacional como capitán de los mexicanos. En ese año anotó uno de aquellos goles. ¡Sí, metió goles también! Fue de cabeza, en tiempo añadido, ante Jaguares de Chiapas. Saltó como para agarrar la pelota con las manos, pero terminó apoyándose en Silvani para impulsarse. ‘El Cóndor’ la agarró por los aires y la mandó a guardar.
Con los mexicanos, entre el 2000 y el 2011, ganó cuatro títulos de liga, una Copa Sudamericana y cuatro copas de la Concacaf. Era maravilloso verlo en la tele. Cómo volaba este cóndor. Era el único en los videojuegos de la Winning Eleven que llevaba pantalón y gorra. Yo jugaba con mi tío y siempre elegíamos a Calero como el portero titular de la selección Colombia. Era el más rápido, el que más saltaba. Intentábamos imitar sus movimientos en los partidos de verdad, los que uno veía temprano y no entendía muy bien por esa forma que tienen los mexicanos de narrar, que se quedan como hablando de muchas cosas alrededor del partido, pero no tanto del partido en sí.
Vistiendo la camiseta del combinado tricolor, Calero estuvo en 55 juegos, muchas veces como suplente. Era buenísimo, pero le tocó vivir en la época de los gigantes. Su vuelo, muchas veces, no le alcanzaba. Jugó el Mundial de Francia, en 1998, y los torneos de Copa América de los años 1991, 1995, 1997, 1999, 2001 y 2007. Levantó la copa en la del 2001, en Bogotá, cuando se enfrentaron a los mexicanos en la final. Ahí él tenía el corazón dividido. Por suerte, el que atajó fue Óscar Córdoba. Un año antes, llegó a la final de la Copa de Oro con el equipo, pero no conseguirían el título. Aunque jugó poco, se le recuerda como uno de los jugadores más importantes de esa etapa.
Justo para el año de su última Copa América, llegó el primero de los episodios lamentables. Calero sufría en septiembre una trombosis venosa en su brazo izquierdo, producto de una vieja operación. Tuvo que alejarse durante seis meses y tras recuperarse, a medias porque no consiguió hacerlo al 100%, fue fundamental para obtener el trofeo de la Superliga de ese año. Le atajaría un penal a Landon Donovan, el buen jugador estadounidense, en la final que terminó empatada a un gol y tuvo que definirse desde los 12 pasos. En ese momento, Calero siente que no puede más y anuncia que se va a retirar, pero la insistencia de su familia y de su hinchada se lo impiden. No lo ven aún por fuera de las canchas. Decide quedarse, aunque sabe que no rendirá con todo.
En el 2009, más allá de las dolencias, aporta y muy bien para la clasificación del Pachuca a la Copa Libertadores de ese año. Ataja cuatro penales y anota uno ante Atlas, en la definición de la InterLiga, que les concedía el paso al torneo continental. Aguanta lo que puede, ‘El Cóndor’ se resiste a no retirarse y firma un contrato de renovación hasta 2011. Siente que le queda algo más, que puede extender sus alas un poco más. En total, disputa 495 partidos con el Pachuca y finalmente da un paso al costado, un día de septiembre.
En el año 2012 llegaba la despedida, el último vuelo de ‘El Cóndor’. El 25 de noviembre de ese año, Calero bajó las escaleras de su casa en Ciudad de México y comenzó a sentirse mareado. Se lo dijo a uno de sus hijos. Sentía que no podía moverse bien. No pudo caminar después. Sus hijos se rieron pensando que se trataba de un juego, lo que no pensaron fue que se trataba del Game Over. De camino al hospital, sufrió un infarto cerebral causado por una embolia en el hemisferio derecho. Lo internaron y alcanzó a tener una mejoría, pero recayó el 3 de diciembre y falleció al siguiente día. Incluso en ese último instante se resistió, fue terco. No pudo vencer a la muerte.
Las alas de ‘El Cóndor’ se cerraron en tierras mexicanas. Su último respiro lo dio evocando su infancia en Colombia, soñando con volar entre ambos cielos y verlo todo. Su muerte devastó al mundo del fútbol y me devastó a mí, que lo creía invencible, resistente a la extinción. Él no era como los otros cóndores, era más grande. A pesar de que ya no está, siento que lo sigue siendo, que vuela en alguna parte, que sigue saliéndose del arco para marcar goles. Su vida fue la de un ave mítica, digna del elogio. Su obra no podrá olvidarse nunca. Ya hasta estatuas le preparan y los niños mexicanos que inician en el Pachuca tienen todos que aprender sobre el colombiano que pasó por allí y dejó su nido armado.
El 14 de abril habría cumplido 51 años. Cuánta falta hace. No queda más que recordarlo, y aunque ya no salga en los videojuegos, por ahí sonríe todavía en las fotos y en los vídeos. El que sea fanático del fútbol bueno, del que tenía ese toque de cuento fantástico, no puede arriesgarse a ir por ahí sin saber que un día vivió en este mundo Miguel Calero, ‘El Cóndor’.
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