“Era tan aterrador como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde”: joven narró su experiencia como víctima de abuso sexual

En exclusiva para Infobae, una mujer describe su terrible experiencia con quien era la pareja de su tía abuela

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Fotografía en blanco y negro de una mujer. (Pinterest)
Fotografía en blanco y negro de una mujer. (Pinterest)

Hace unos días, recibí un mensaje en mi cuenta de Instagram por parte de una joven que me decía que quería contar su historia, que necesitaba hablar. Le pregunté de qué se trataba y me dijo que era sobre su experiencia como víctima de abuso sexual, cuando era niña. Le pedí que me contara todo y le prometí que escribiríamos sobre eso, ella insistió en mantener su identidad bajo reserva y así lo hago. Esta es su historia, que espero pueda servir para que otras mujeres, y también hombres, se atrevan a hablar y no tenga que cargar con tan pesadas cargas.

“Hace tanto tiempo que pasó, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Recuerdo desde niña, muy niña, que siempre mi mamá me decía que no podía dejarme tocar de nadie, que mis partes íntimas eran eso, íntimas. Yo tenía unos cuatro o cinco años cuando mi mamá y mi abuelita fueron invitadas a un asado familiar, era la casa de una tía abuela. Ese día me llevaron. Mi mamá y mi abuela siempre mantenían muy pendientes de mi presencia, de no dejarme con ningún hombre o niño a solas, pero desafortunadamente no podían estar a cada segundo a mi lado.

El asado era en la terraza de la casa esa. Casa que, por cierto, nunca más quise volver a pisar. Yo quería bajar para ir al baño, así que simplemente bajé las escaleras, pero al subirlas vi al monstruo que en ese momento solo visualizaba como un hombre, esposo de mi tía abuela. Eran los dueños de la casa. Este señor me alzó ( yo era evidentemente pequeñita, y recuerdo que tenía un vestidito) y me comenzó a decir cosas extrañas, las que más recuerdo son aquellas en las que me decía que no le fuese a decir a mis papás, que era un secreto entre él y yo, que lo que él estaba haciendo no era nada malo. Me tocaba con sus asquerosos dedos, los metía y sacaba. No sé cuánto duró, no sé ni me interesa recordarlo, probablemente no fue mucho tiempo, pero para mí debieron ser horas. Luego me soltó y subí de nuevo.

Desde ese día nada fue igual, me invadió el miedo y sabía, y sentía, que lo que me había pasado estaba muy mal, pero me atemorizaba decirlo, me sentía tan vulnerable. Pensaba siempre que si hablaba, mi mamá se iba a enojar o que no me iban a creer. Y así pasaron los años, yo iba creciendo y tenía que ver a ese monstruo en cada reunión familiar, en cada navidad, en cada matrimonio, en cada bautizo y así, en una familia que ni sentía mía porque sinceramente nunca me ha interesado la mayoría de la familia de mi abuela, a excepción de unos primos y una tía que estimo mucho.

Este monstruo, cuando me veía, me daba beso de saludo y beso de despedida en la mejilla, me dejaba llena de babas, me daba tanto asco que iba a limpiarme a escondidas, a veces me decía cosas como “siéntate bien que se te ven los cuquitos” y realmente me incomodaba muchísimo. Me daba cuenta de sus palabras, de que hablaba de otros niños, haciéndose el que preguntaba no más, pero yo sabía que no, que, así como a mí me violentó, así mismo debía de hacerlo con otros niños.

Cuando ya tenía yo unos catorce años o más, este ser horrible me preguntaba que si ya tenía novio delante de los demás familiares. Todos se reían. Era tortuoso todo eso, pero lo más horrible que pude vivir a parte de sentirme siempre mal por lo que me pasó fue escuchar los comentarios de esa familia. Yo solía escuchar que ese hombre había abusado de no se qué sobrino suyo del pueblo de su propia familia o peor aún de mis propios primos que ya para ese momento estaban mayores.

Siempre escuchaba muy atenta todo esto y me sentía mal, muy mal de no poder hablarlo, de que cada vez que quería acercarme a mi mamá para decirle me entraba el pánico, el miedo. Las cosas que yo oía no eran nada comparadas con lo que me había pasado, aún siento que no fue nada despiadado conmigo porque luego se confirmó lo que les hizo a otros primos, de quienes abusó por años y de las peores maneras, no puedo ni describirlo, tantas niñas y tantos niños. Tantas inocencias perdidas.

Tenía rabia de que hubiese complicidad en la familia, pues nadie quería decir nada y tenía más rabia aún sabiendo que yo tampoco me atrevía a decirlo. Y seguía yo creciendo y siempre tenía esa sombra, ese secreto adentro de mí. Pensaba tantas cosas, pensé en hacerle daño, en matarlo, incluso, pero luego pensé que eso sería muy fácil, quitarle la vida a alguien así, que iba a quedarse en el anonimato; pensé que lo mejor sería crear un plan para destruirlo en vida. Yo hacía planes para contratar a alguien que se encargara de regar la verdad por toda la ciudad, por todo su barrio, quería carteles y volantes con su cara exponiéndolo, advirtiéndole a la gente que cuidara a sus niños porque ese hombre era un violador. Esta idea me rondó como dos años en la cabeza, pero nunca la materialicé, nunca fui capaz de nada.

Un día del 2021 comencé a escuchar que estaba muy enfermo y yo solo pensaba en que ojalá se muriese. Y se murió . Mi abuelita llamó a mi mamá y le contó. Yo sentía que se me caía el mundo, pues nunca pude denunciar lo que me hizo, ni hablar ni ninguna otra cosa, me sentía ofuscada de que nunca iba a salir toda su maldad a la luz, me sentía cómplice y víctima a la vez, enojada ante el hecho de que me iba a morir un día y nadie iba a enterarse, no soportaba nada de eso.

La primera persona a la que acudí apenas pasó fue una prima hermana, ella me dijo que siempre desconfió de ese hombre, que él tenía un cuarto lleno de juguetes arriba mismo en su terraza, que él siempre quería llevarse a mi prima allá arriba y ella nunca aceptó. Mi prima, tristemente, era capaz de darse cuenta de este peligro porque ella también fue abusada, pero por una persona ajena a esa familia.

Este monstruo llevaba ya como diez horas de muerto y yo escuchaba que se iban a reunir virtualmente para hacerle una oración, que le iban a hacer un rosario, que le iban a hacer no sé qué más ofrendas, como si hubiese sido un ser humano ejemplar. No soporté más mi cruz y lo confesé, lo confesé a mi mamá. Le dije mamá, mamá, tengo algo que decirle sobre G. y ella me miró y me dijo, qué es y ahí me callé y pasaron menos de diez segundos y comencé a llorar y mi mamá lo entendió todo. A raíz de ello, mamá fue contactándose con mis tíos y contando lo ocurrido y por esto fueron saliendo otros abusos a la luz.

Fue bastante duro, pues a mí me cuidaron muchísimo durante mi infancia y adolescencia, yo tuve la suerte de haber pasado por esa amarga violencia durante una sola vez en mi vida, pero tantos niños a los que les arrebató sus días inocentes de maneras aún más terribles y consecutivas no pueden decir hoy lo mismo. Siento ahora, a mis veinticinco años, que mi historia no se compara a las demás, que realmente mi abuso no fue tan traumático como los de otros niños y niñas, pero también sé que marcó una parte de mí, que me hizo sentir miedo, que a día de hoy yo misma no soy capaz de masturbarme. Afectó mi vida sexual cuando la comencé y he cargado con un rencor y los peores deseos hacia ese hombre, aún estando muerto. Espero, de verdad, que si existe un infierno esté en él.

Mi sentimiento no solo es por lo que me ocurrió sino por todo lo que les hizo a los demás, a todas esas víctimas a las que no les puedo dar la cara, pero las puedo sentir en el corazón. Espero que me perdonen porque aún siento que si hubiese podido hablarlo mientras estaba vivo, si no hubiese estado llena de temor a que no me creyeran, hubiese podido salvar a unos cuantos y hubiese podido sacar todo a la luz cuando debía de ser.

Hoy, su esposa, mi tía abuela, no sabe absolutamente nada de la verdadera naturaleza de su esposo, de ese violador. Ella piensa que fue el hombre ideal, el gran padre y el gran abuelo, al igual que sus hijos no saben que su papá fue un monstruo. Era tan aterrador como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, ya que era una cosa de adentro hacia afuera y otra de afuera hacia adentro. El buen esposo, padre y abuelo, pero su verdadera esencia era monstruosa”.

El rostro de esta mujer hoy es el de una persona que ha logrado superar esta etapa. Lleva su cabello negro sobre los hombros, sonríe y se ríe de las nimiedades de la vida. Estudia en España, pero mientras pasa unos días en Colombia, accedió a contarme todo esto. Hablar conmigo le ha parecido terapeutico. Era la idea, que pudiera soltar todo ese peso. Ojalá estas cosas no vuelvan a darse, con nadie, nunca más. Para eso escribimos también, para que la historia, sea cual sea, no vuelva a repetirse.

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