Franz Kafka empezó a escribir sus primeros relatos mientras se dedicaba a trabajar para una empresa de seguros. El empleo, le permitía alinear su vocación por la escritura y de alguna forma funcionó como un detonante para sus grandes obras. No es para nadie un secreto que el hecho de ser escritor, ni en los casos más exitosos, como el de Kafka, implica noches en vela, momentos de angustia y en muchos casos incertidumbre, de ahí que tampoco sea una sorpresa el hecho de que Andrés Obando, un administrador de empresas de una reconocida firma transportadora en Colombia, saque a la luz, de un hobie que cada vez se le convierte en algo más serio, su tercera novela.
Entretenida, cargada de suspenso y narrada en un leguaje envolvente, qué más que dar vueltas pone los hechos a flor de piel, la novela se constituye a partir de los trazos propios de una ficción de espionaje. Así, después de Bajo el suelo de París, una vez más el autor opta por elegir a Europa como lugar para desarrollar los hechos que en esta oportunidad tienen lugar en Letonia. El escenario elegido reúne la memoria de un país con pasado soviético, en donde a la vez los personajes guardan en secreto su pasado y temen ser vistos o escuchados. “Para mi escribir de la Letonia actual no era tan interesante como describir cómo era esa vida cuando Letonia era parte de la Unión Soviética. Entonces esa atmósfera está cargada de lo que fue la presencia de la KGB, la policía secreta, pues permite que los personajes sientan que en todo momento los están viendo”.
Pero lo que Obando elige como el escenario perfecto para desarrollar una trama cargada de suspenso, que a la vez da cuenta de los conflictos europeos que hoy se hacen más vigentes, una Guerra Fría que gana temperatura con el actual conflicto que se vive en Ucrania, le permiten construir personajes bien trazados y simbólicos que se topan con Edmundo Álvarez, su protagonista. “Estos personajes de alguna forma representan esa Unión Soviética comunista pura y patriarcal con la que el protagonista se encuentra. De alguna forma en los países europeos, y yo lo encontré en Letonia, hay un vaivén en el que el Estado es independiente pero al mismo tiempo no lo es. Entonces existe una polarización interna y étnica en donde el 25% de las personas son rusas y el resto son letones. Eso genera mucho conflicto”, cuenta.
Así, una ciudad desconocida, dos mujeres fatales y Edmundo Álvarez; un periodista colombiano hastiado de su profesión, se reúnen para dar a luz una obra en donde una historia de amor, es atravesada por la obsesión de poder de Juris Volkov, un director de cine ruso en el que todo aquel pasado soviético se concentra para dejar sin escapatoria a los demás.
Volkov entonces se convierte en el titiritero que no da puntada sin dedal. Manipula a su elenco mientras que define, ante los ojos del lector, no solo qué pasará en su filme sino qué pasará en la novela. “El maneja las fichas y determina qué esta pasando en cada escena. Él es el que determina cómo va a ser el final de la escena y pone las fichas para que pase lo que tiene que pasar. Para Juris lo que importa no es tanto la película, sino el control que le da su rol como director y el rol que perdió con la caída de la Unión Soviética. Él se empodera de ese pensamiento y es el que maneja las fichas, determina dónde está y qué hace cada uno de sus actores”, señala Obando.
Así, solo hasta el final, la sorpresa se roba las últimas páginas y como si se tratara de la última escena de una película, todos los personajes, en el lugar y el tiempo perfecto, se reúnen en donde las historias se cruzan por primera vez, el lugar en donde todo empieza.
El viaje de la memoria
Así como lo señalara en su momento Miguel de Cervantes, así como dijera que la memoria era “la enemiga mortal de su descanso”, lo mismo sucede con varios de los personajes de Entre lágrimas y cintas. Por un lado Estela, la mujer imposible por la que el personaje principal se desvive, una colombiana que vive en Letonia y que trabaja como actriz escondiendo su pasado entre un montón de cartas. Por el otro lado está el señor Álvarez, un hombre de mediana edad del que se sabe casi todo pero cuya transformación termina convirtiéndolo en un ser atormentado que lleva a sus espaldas el peso de la memoria. “Por ahí dicen que la verdadera soledad es no tener adónde volver. Sí, yo también pensaba eso; ahora no estoy tan seguro. Quizás la verdadera soledad es la abundancia de memorias y la carencia de ilusiones. Cuantas más memorias, más soledad; más te consume el pasado, y menos ganas tenés de vivir el presente. Eso fue lo único que me traje de Riga: memorias”, dice Álvarez en el Epílogo. No es para menos. Los hechos que tienen el efecto de caída dominó, ocurren uno tras otro, sin tener retorno y dejando memoria, el recuerdo de un pasado que muchas veces sería más conveniente borrar que mantener vivo.
Pero a diferencia de un viaje amargo, los viajes que emprende Obando obra tras obra y que por lo general tienen lugar en tierras extranjeras, no son más que un detonante para la creación de nuevas historias. “Para mi escribir es un goce, es ser capaz de investigar y viajar a través de la escritura. No se trata del tiempo que uno debe estar viviendo en un lugar para poder escribir sobre él, sino es un ejercicio en el que se saca provecho de estar en la calle, vivir la ciudad, eso, de alguna forma, es tratar de oler y de vivir esa vida”, dice.
En tal sentido, a través de sus experiencias personales invita a los lectores a viajar a nuevos lugares que se construyen y que ganan vida a partir de una prosa sencilla pero poderosa en donde no hay lugar para hechos inconclusos ni presunciones. Al contrario, se trata de la conformación de una obra en donde la narración de hechos y giros imprevistos mantienen la tensión y permiten dejar en la memoria tanto del escritor como el lector, una novela rápida de leer que fácilmente puede sustituir una sentada para ver una película.
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