El legado del acordeonero Aniceto Molina, siete años después de su muerte

El intérprete de íconos como la ‘Cumbia Cienaguera’ murió el 30 de marzo de 2015, y es considerado uno de los referentes de la cumbia, el porro y el vallenato junto a Alfredo Gutiérrez y Aníbal Velásquez

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El acordeonero colombiano murió el 30 de marzo de 2015 en Estados Unidos FOTO: Vía YouTube (saulcapi)

El primer contacto que tuvo Aniceto Molina con el acordeón fue a los 12 años. Aquel niño, que nació el 17 de abril de 1939 en una fina del pequeño municipio cordobés de El Campano, no pasó de hacer más tareas que las propias de un agricultor veterano; pero cuando cumplió 18 hizo maletas y tomó un bus camino a Cartagena a grabar su primer disco, dejando a sus hermanos en la finca que, años más tarde, fue dividida entre ellos menos él, pues le había dicho a su padre que no quería una sola parcela de tierra.

No decidió eso por terco o por orgullo, sino por su posterior vocación de nómada; sin embargo, y pese a sus travesías y el trasegar de su agitada vida, nunca se desprendió de sus raíces, y para cuando volvió, lo hizo con la esperanza de ver aquella finca próspera y en manos de su familia, pero se encontró con un panorama desolador para él: de aquel pedazo de tierra, solamente dos hectáreas pertenecían a los suyos, el resto había sido vendido a terceros.

Efectivamente quiso comprarla, pues había ahorrado dinero fruto de su trabajo como integrante de Los Corraleros de Majagual y Los Caporales de Magdalena. Empezó adquiriendo un pequeño fragmento, y con el pasar del tiempo terminó adquiriendo 30 hectáreas que le bastaron para levantar las paredes que, de niño, conformaron su casa. La tierra volvió a ser suya, así como la música de acordeón también lo fue.

Aníbal Velásquez, Alfredo Gutiérrez y otros mentores de Molina

Un breve repaso contextual: después de la segunda mitad del siglo XX, en Colombia la guaracha estaba compuesta por un acordeón, una raspa y aires que se acercaban bastante a las puyas. En aquel tiempo existía el título de ‘Rey de la guaracha’ y fue otorgado a Aníbal Velásquez; incluso, cuando aún se menciona este calificativo dentro de los conocedores de estos ritmos, llega a la mente el recuerdo de canciones como ‘Cinco pa’ las doce’, ‘El cumbanchero’ y ‘El Turco Perro’, himnos del género que tuvo su cuna en el vallenato.

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Velásquez fue, precisamente, uno de los guías musicales de Molina: mejor maestro no pudo tener. Y como ocurre con buena parte de las grandes historias, el primer encuentro entre ambos no fue coordinado. ¿Quién pudo pensar que el pequeño Aniceto vivía en la misma peluquería donde el ‘maestro’ de la guaracha iba a cortarse el cabello? Quizás el dueño del establecimiento, pero él no dimensionó la trascendencia de esa relación que empezó cuando Aníbal le dijo al joven que se fuera a tocar con él.

Tocó con el cantautor, pero no el acordeón sino el cencerro (que también se volvió famoso entre sus canciones), y cada noche, Molina practicaba los pasos que su mentor hacía en las tardes durante cada ensayo y presentación. En uno de sus viajes por los pueblos costeños, se encontró con un venezolano, y junto a él recorrieron desde San Antonio del Táchira hasta Barquisimeto. En ese país fue donde nació realmente su fama gracias a liderar el grupo ‘Anacleto Molina y su conjunto’.

Volvió a Colombia por todo lo alto, pero con una intriga: el acordeón era conocido en todo el mundo, motivo por el cual dedujo que no nació propiamente en la Alta Guajira. Tocó al lado de Alfredo Gutiérrez cuando ingresó a Los Caporales del Magdalena y allí se encontró con Rubén Darío Salcedo; juntos se habían consolidado dentro de una línea de músicos folclóricos que auguraba éxitos y larga vida para la cumbia, el porro y la misma guaracha.

Antes de emprender su largo viaje por México (donde vivió 10 años), hizo parte de Los Corraleros de Majagual, y ya en Centroamérica se inmiscuyó en la música norteña, recogiendo elementos para aportarlos al folclor colombiano. Después, se radicó en Estados Unidos donde, a sus 76 años, murió.

El aporte de Molina a la música colombiana

El cantante tenía la particularidad de anunciar, antes de tocar cada canción, a qué género pertenecía, esto con el fin de no confundir a su audiencia pues él sabía que entre la cumbia, la guaracha y el vallenato había varias similitudes a veces imperceptibles para los oyentes principiantes.

Su nombre y legado han sido tan importantes como el de Celso Piña y el mismo Alfredo Gutiérrez, y pese a que no tuvo el mismo boom mediático que aquel Rey Vallenato que tuvo la osadía de tocar el acordeón con sus pies, sí realizó aportes invaluables a la cumbia, el porro y los cuatro aires del vallenato, a tal punto que agrupaciones como Los 50 de Joselito han adaptado sus obras.

Además, la ‘Cumbia Cienaguera’, cuya interpretación se volvió un ícono, seguirá vigente, y mientras eso pase, su legado también, así como ocurrió con la finca que lo vio nacer.

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