Corría la primera mitad de la década de los noventa y Colombia se encontraba entre la destrucción, la zozobra y el miedo generado por el narcotráfico y los carteles de la droga -empezando por el de Medellín-, y el apremio que esto generaba por, de alguna manera, reducir este flagelo a sus máximas proporciones para entrar en una etapa de globalización, esperanza que pareció esfumarse tras el asesinato del entonces candidato presidencial, Luis Carlos Galán Sarmiento.
Dichas banderas de la apertura a ‘la modernización’ las tomó el liberal César Gaviria Trujillo, que logró ganar la presidencia de Colombia 1990-1994, y durante todas aquellas transformaciones, llegó la época de los apagones que iniciaron en marzo de 1992 y que terminaron en febrero de 1993: casi un año entero de cortes de energía y problemas para cocinar. Muchos tuvieron que acudir a técnicas que actualmente son una constante en muchas zonas rurales, como hacer cocinetas con leña y preparar alimentos con estufas de gasolina.
En esos años, contar con agua caliente era imposible, y los niños tenían que asistir a sus colegios en medio de la oscuridad por los apagones; y en las tardes, el parqués, el dominó y el ajedrez se apoderaron del ocio en medio de los cortes de energía. ¿Internet y redes sociales? Ni pensarlo, en aquel 1992 no se contaban con esos servicios que pasaron de ser un lujo a convertirse en necesidad.
Aquellos cortes eran de 8 y nueve horas en muchas partes del país: en la Costa Atlántica, por ejemplo, duraban hasta 10 horas, y ni hablar de San Andrés y Providencia, donde los apagones se extendían hasta por 18 horas. La vida cotidiana de los colombianos cambió trascendentalmente, así como también lo hizo la extensa cuarentena tras la llegada de la pandemia al país. Pero a diferencia del olvidable 2020, en 1992 se tomaron medidas más trascendentales.
En ese año, el ministro de Comercio fue Juan Manuel Santos, y fue él quien le apostó a un cambio horario como efecto de los apagones, adelantando una hora los relojes y así reducir, de alguna forma, los efectos negativos de la oscuridad generada por los extensos apagones.
Pero, ¿por qué los apagones?
Si bien es cierto que Colombia en esa época entró en una etapa incipiente de globalización, el reto era gigantesco, empezando porque el peso sufrió una gran devaluación, generando con esto una crisis financiera, un hecho inoportuno dada la construcción del megaproyecto hidroeléctrico del Guavio. Sumado a eso, el fenómeno del Niño y la disminución de los niveles de los embalses también generaron los cortes de luz.
Vale aclarar que a todo eso, se sumó la sangrienta etapa de terrorismo que escaló con la muerte de Pablo Escobar, un ‘triunfo’ de las autoridades colombianas y estadounidenses que le daba paso a nuevas de la violencia producto del narcotráfico.
Ante el cúmulo de problemas, el gobierno de la época decidió tomar medidas a corto plazo: la primera consistió en la importación de barcazas generadoras de energía, las cuales no funcionaron debido a que el sistema de interconectividad colombiano no era compatible con los nuevos artefactos. Al contrario, esto ahondó la crisis económica, pues se perdieron nueve millones de dólares en ese negocio.
Sin embargo, el país vio la luz al final del túnel: en 1993 los embalses tuvieron una aceptable recuperación de sus niveles. A su vez, el gobierno encontró que la compañía ISA tuvo un alto grado de responsabilidad en la crisis. Ese fue el punto de partida para una reorganización del sector eléctrico, donde el sector privado tuvo un papel importante desde 1994 y con la Ley 143, se reguló la generación y transmisión de energía.
Finalmente, cabe mencionar que pese a todas estas transformaciones, en muchas partes del país se cocina con leña y estufas de gasolina; además, ni siquiera cuentan con una red de cableado eléctrico adecuado, de manera que cuando llueve intensamente en esas partes, los apagones son una constante. Es como si esas zonas hubiesen quedado atrapadas en aquel 1992.
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