Andrés Escobar, ‘El caballero del fútbol’, habría cumplido 55 años esta semana

El futbolista colombiano, estrella de la selección Colombia, fue asesinado en Medellín hace 27 años

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El 13 de marzo, el futbolista habría cumplido 55 años. En la foto: Andrés Escobar vistiendo la camiseta de la Selección Colombia en 1990. (Luis Gabriel, MARCA).
El 13 de marzo, el futbolista habría cumplido 55 años. En la foto: Andrés Escobar vistiendo la camiseta de la Selección Colombia en 1990. (Luis Gabriel, MARCA).

Yo nací en 1994, cuando se estaba jugando el Mundial de Fútbol de Estados Unidos. La Selección Colombia había clasificado por segunda vez consecutiva, la tercera en su historia, y era una de las escuadras favoritas para disputar el título, tras haber tenido una actuación sobresaliente en el Mundial de Italia 90, llegando a octavos de final, después de haber enfrentado a las selecciones de Emiratos Árabes Unidos, Yugoslavia y el excelente equipo de Alemania, en el grupo D. Ante los árabes ganarían por 2 – 0, con anotaciones de Bernardo Redín y Carlos “El Pibe” Valderrama. Caerían luego ante los yugoslavos por la mínima diferencia, a pesar de su buen juego. El último partido de la fase de grupos era ante Alemania. Ese juego terminaría en empate, tras una muy buena muestra de la calidad de ambos conjuntos en el terreno de juego.

En el primer tiempo, los alemanes harían uso de su buen nombre para generar temor en los jugadores colombianos, pero aquella generación sabía que estaba para cosas grandes y no se darían por vencido tan fácilmente. Sí había una diferencia abismal entre las nóminas. Alemania contaba con jugadores legendarios de la talla de Jürgen Klinsmann, Lothar Matthäus, Pierre Littbarski, Andreas Brehme o Rudi Völler, y eran dirigidos por Franz Beckenbauer, quien había sido uno de los mejores jugadores de la historia de su país y, me atrevo a decirlo, del mundo. Colombia, en cambio, presentaba un equipo nuevo para la mayoría de los espectadores y completamente desconocido para los europeos. A pesar de ello, jugaron, y lo hicieron bien. Los primeros 45 minutos terminaron en ceros, sin mucho dominio por parte de ninguno de los dos conjuntos.

Para el segundo tiempo, la cosa sería distinta y esto es lo que quedaría registrado para la historia del deporte nacional, años más tarde. El partido se mantuvo parejo hasta el minuto 89, cuando solo faltaban segundos para que concluyera el encuentro, entonces, el equipo alemán, por intermedio de Littbarski, anotó el gol que parecía sentenciar la partida, tras un excelente pase de Völler. Un silencio absoluto se apoderó de los jugadores colombianos, pero su entrenador (Francisco Maturana) los impulsó para que no perdieran de vista que aún quedaba tiempo para seguir jugando.

Justo en el último minuto de la adición ocurrió el milagro (esto lo leí en un libro que después escribiría un periodista deportivo muy famoso en el país, en donde describía dicho episodio con esas palabras: “El milagro del fútbol colombiano”). Era la última jugada del partido. Leonel Álvarez recuperó el balón en campo colombiano ante lo que era el último intento de ataque por parte de los alemanes. Casi que tendido en el suelo, pasó la pelota al “Bendito” Fajardo quien dominó el esférico hasta el mediocampo, tocando de primera con “El Pibe” Valderrama que, con la tremenda visión de juego que tenía, comenzó a hacer toques cortos y rápidos con Freddy Rincón y el “Bendito”, desestabilizando la buena defensa alemana. Entonces, “El Pibe” lanza un tremendo pase al vacío para que Rincón, con su velocidad, se haga cargo del resto. Los defensas alemanes corrían desordenados intentando detener al jugador, pero este, como si fuera una gacela, se acercó al arco protegido por Bodo Illgner, quien al verlo tan cerca, salió apresurado para intentar contenerlo. Lo que hizo Rincón no pudo haber sido más alucinante, levantó la cabeza y en una fracción de segundo, tocó el balón con la punta de su zapato, haciendo que este se fuera por entre las piernas del guardameta alemán y se introdujera finalmente en la red. El partido terminaría con esta jugada maravillosa y le permitiría a la selección colombiana avanzar hasta la siguiente ronda, en donde serían derrotados por los cameruneses.

Para el año 94, entonces, Colombia ya era un equipo para tener en cuenta. Si bien no eran los mismos nombres que llegaban a la contienda mundialista, eran muy buenos y se esperaba mucho de ellos. Les habría ido mejor si hubiesen estado completamente concentrados y las presiones externas no les hubiesen jugado en contra. Por esos días, el país se veía afectado por una ola de violencia que había iniciado a causa de los enfrentamientos bipartidistas, que venían desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, y se mezclaba ahora con la irrupción del narcotráfico y el terrorismo presididos por Pablo Escobar y que se extendería hasta finales de la década, dejando una estela de sufrimiento y muerte. La prensa norteamericana se concentraba en debilitar a los jugadores nacionales, dejando de lado los temas del fútbol, y hablando de ellos como los hombres que venían a representar al país del café y la cocaína. Nadie sería ajeno a estos comentarios y pronto llegarían a oídos de los futbolistas que, ante esto, protagonizaron el que, junto con el certamen de Francia 98, sería el peor mundial de sus carreras.

El equipo clasificaría para el torneo con una muy buena actuación que, para algunos, sería anticipatoria de la serie de eventos desafortunados que después llegarían. Colombia derrotó, en la última fecha de la fase eliminatoria, a la selección de Argentina, en el estadio Monumental de Buenos Aires, por un marcador de 5 – 0. El equipo nacional, dirigido todavía por Maturana, se impuso con su particular estilo de toques precisos y dominio del balón. Era una sorpresa lo que sucedía. Ni los colombianos ni los argentinos terminaban de entenderlo. Llegaron así a integrar el grupo D, en tierras norteamericanas, junto a las selecciones de Estados Unidos, Suiza y Rumania. En el primer juego, Colombia caería derrotada por 1 – 3 ante los rumanos. Estados Unidos era el rival para el segundo partido y ante ellos también se verían derrotados, esta vez por un marcador de 1 – 2. En ese juego, uno de los defensores centrales marcaría gol en su propia portería. Ante Suiza, los colombianos ganaron por 2 – 0 y lograban así la única alegría del torneo.

El equipo estaba devastado. El país también. A su regreso, los jugadores no querían hablar con los medios, ni con nadie. Necesitaban tiempo para sí mismos. Algunos regresaron con sus equipos en el extranjero y otros se quedaron con sus familias, en Colombia, esperando el reinicio de la actividad futbolística. La gente experimentaba un estado de desconsolación colectiva. El silencio se apoderó de todo, luego vendría el llanto.

Diez días después, Andrés Escobar Saldarriaga, uno de los jugadores que había integrado el equipo que regresaba de Estados Unidos, solicitó a su club, el Atlético Nacional, un permiso de vacaciones para reponerse de lo vivido en el torneo y asimilar la derrota. En Medellín, la ciudad en la que vivía, fue víctima del rechazo de mucha gente. Varios se acercaban para insultarlo y culparlo por lo sucedido. Un día, se encontraba en el estacionamiento del restaurante El Indio, en las afueras de la ciudad, y dos hermanos se acercaron a su auto para decirle malas palabras y reclamarle por su autogol. El futbolista, desde el interior del vehículo, pidió que lo respetaran y lo dejaran tranquilo. Para los hermanos esto fue motivo de desafío y comenzaron a alzar la voz. Andrés tan solo atinaba a bajar la cabeza y pedir que se calmaran. En un instante, que pasó más rápido de lo que debiera, el chofer de los hermanos, que permanecía en una camioneta estacionada en el mismo sitio, se bajó del vehículo y le disparó a Escobar con un revólver que llevaba guardado en su pantalón.

Andrés tenía 27 años y estaba a punto de casarse con su novia. Se había recuperado de una delicada lesión de rodilla que lo había obligado a mantenerse alejado del fútbol por un tiempo y contaba con el respaldo del seleccionador nacional que había dicho que él sería el capitán y heredero natural de Carlos “El Pibe” Valderrama cuando este se retirara. En Europa también hablaban de él y se decía que estaba muy cerca de fichar por el AC Milán para reemplazar al jugador italiano Franco Baresi, uno de los mejores defensores de Europa. Para entonces, Andrés Escobar era un jugador respetado e importante. Había conseguido la Copa Libertadores de 1989 con su equipo, la primera para un club colombiano, e integraba una de las escuadras más recordadas de la historia del fútbol nacional, aquel equipo que lograría clasificar de nuevo a un mundial, después de 28 años, tras la última y única participación en Chile 62. Cuando fue asesinado, en julio de 1994, se dijo que había sido por motivo de unas diferencias entre personas que estaban asociadas con los malos negocios del narcotráfico. Parece ser que algunos de ellos apostaron a que Colombia tendría una mejor participación en el Mundial y no fue así. Perdieron mucho dinero. El país no logró asimilar lo que sucedía y se refugió en el dolor causado por la perdida. La muerte de Andrés Escobar era la confirmación de que las cosas no estaban bien y cada vez iban peor. La violencia era, y al parecer lo es todavía, el estado anímico por naturaleza de los colombianos.

Los detalles sobre su asesinato ya han sido comentados de distintas maneras, incluso en formato de telenovela. Lo importante aquí es no olvidar. Este 13 de marzo, el futbolista habría llegado a los 55 años. Probablemente, la suya hubiese sido una de las carreras más exitosas de un jugador colombiano en toda la historia de nuestro deporte. Quizá hoy sería director técnico, o dirigente. Tal vez tendría una fundación, o algún buen negocio. Quizá hablaría en la prensa deportiva y sería inclemente en los comentarios con el trabajo de DT que hace su hermano en Chile. Sería un caballero, eso sí, porque además de buen futbolista, todos lo que compartieron con él en vida siempre dijeron que eso era, un caballero, en la cancha y fuera de ella. Uno busca el nombre de Andrés Escobar en Google y lo primero que aparece es una línea que dice: Él era un buen cabeceador. Su dorsal fue el número 2, y era conocido por el apodo de “el caballero del fútbol”.

27 años después, como la edad que tenía el morir, lo recordamos y todavía nos preguntamos por qué. No sanan las heridas, incluso en quienes no pudimos verlo jugar y nos enteramos de su existencia por nuestros padres. La pregunta sigue ahí: ¿Por qué, Andrés Escobar?

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