Corría el final del siglo XIX y había un ambiente de tensión en Colombia, luego de publicada la Constitución Política de 1886, estableciendo un Estado centralista, periodos presidenciales de seis años y el hecho de que, “La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la Nación; los Poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden social”, como lo señalaba aquella carta.
Por aquella época, fueron Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro quienes impusieron un Estado ampliamente conservador, haciendo que las personas liberales se consideraran a sí mismas como temerarias y hasta perseguidas desde la institucionalidad, la Iglesia católica y muchos sectores civiles, y justamente en esos años (1895) nació en Envigado Fernando González Ochoa, uno de los pensadores más importantes de su tiempo en el país no solo por su obra, sino por el hecho mismo de hacerle contrapeso al clericalismo, aquel que juzgaba abiertamente a los liberales, comunistas o con filiaciones similares a la oposición.
De hecho, sus primeros textos estuvieron influenciados por autores como Nietszche, Schopenhauer, y Spinoza. Por ejemplo, en ‘El payaso interior’, menciona varias críticas contra la religión, algo que no le gustó mucho al clero y por ello, hubo cesura a la hora de publicar el texto.
“La religión cristiana, que considera pecado la mayor parte de los actos naturales, pues el cuerpo es para ella una mancha, una deshonra, es la verdadera corruptora de los hombres. No envíes a vuestros hijos a colegios de religiosos, pues allí sólo aprenderán a tener vergüenza”, se lee en una parte de aquella obra que fue publicada por la universidad Eafit de Medellín hasta 2005.
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Su obra, para las nuevas generaciones, podría asimilarse a la de Fernando Vallejo, pues en González Ochoa también primó la crítica burlesca, muchas veces cargada de desfachatez, parecido a su paisano autor de libros como ‘Memorias de un hijueputa’ y ‘La virgen de los sicarios’. Pero al mismo tiempo, se metió de lleno en el plano filosófico, abriendo la puerta a este campo teniendo en cuenta que en la primera mitad del siglo XX era complejo encontrar alguien que enseñara esta rama del conocimiento.
De acuerdo con Rafael Gutiérrez Girardot, su inmersión en la filosofía se debió a su auge literario: gracias a sus ocurrencias, él tuvo la oportunidad de inmiscuirse en ese campo, incluso, él mismo confesó sentirse un filósofo incipiente pero con fuertes bases, pero amateur a fin de cuentas.
Por otra parte, su obra aún se mantiene presente, pese a su antigüedad y la constante censura que sufrió, sobre todo durante los primeros años como literato. Textos como ‘Pensamiento de un viejo’ -1916-, ‘El hermafrodita dormido’ -1933-, ‘El remordimiento’ -1935- y ‘Los negroides’ -1936- hacen parte de su vasta obra, la cual destaca a día de hoy por conseguirse en formatos digitales pese a su antigüedad.
Pese a tantos cuestionamientos y reproches a sus textos, González Ochoa siempre quiso a su natal Envigado, el mismo pueblo que lo vio morir hace ya 69 años en ‘Otraparte’, nombre de la casa donde pasó sus últimos momentos. Además de los libros, quedó su pensamiento que, pese a las contradicciones, es recordado en distintas universidades del país; y cómo no hacerlo, si en Colombia nacen tantos filósofos como astronautas. Casi 70 años después, sus ácidas frases y dardos contra la cultura europea se mantienen vigentes.
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