Cuando se trata de presentarse en Carnegie Hall, se entra en una etapa de “negación”, así lo afirma Camilo Ortiz, mientras Amalia Díaz le dice que se relaje. No es para menos, lograr una presentación en uno de los escenarios más prestigiosos de Nueva York, por donde han pasado figuras que van desde los Beatles, Led Zeppelin hasta leyendas de la categoría de Nina Simone y Tina Turner resulta difícil de asimilar. En especial para este par de colombianos cuyo objetivo, al momento de presentarse a la convocatoria que hoy les otorga la oportunidad de enseñar al mundo su música, era quedarse con los comentarios de los maestros que encabezaban el jurado. “Ellos te dicen cómo mejorar tu parte artística, tu parte musical y nosotros siempre hemos tocado por gusto. Nosotros no esperábamos que fuéramos a ganar con esos buenos comentarios por parte de los jurados”, afirma Amalia.
Pero el concierto que se llevará a cabo el próximo 22 de febrero no solo será el debut de este dúo en ese escenario, significará también la reapertura del edificio que ha marcado la historia de los grandes músicos tras la pandemia.
Por eso, aprovechando la ocasión, es que han decidido sacar Senderos, su primer álbum, un disco en el que nueve años de trabajo de Amalia al lado del violín y nueve años de Camilo con su guitarra clásica en la mano, adquieren forma para dar cuenta de un vínculo musical que está en plena madurez.
Así, con Libertango de Astor Piazzola, Entr’acte de Jacques Ibert, música venezolana y algunas piezas de Celso Machado se da origen a un disco alegre, en donde cada una de las composiciones pareciera ofrecer un confort a ambos instrumentos, que en conjuto solo trasmiten pasión por la música y puro sabor latino.
El disco verá la luz la segunda semana de febrero y estará disponible en plataformas streaming.
“Nos gusta buscar eso; compositores fuera de lo tradicional, salirnos de la música de hace 400 años. Es algo que buscamos, que sea algo que nos guste, porque hay piezas que uno no disfruta tanto. Hemos tocado muchas y sabemos que cuando una de esas se nos da fácil – no técnicamente, sino musicalmente hablando– ésta encaja con nuestra personalidad”, agrega Amalia.
Por eso, se llega a Senderos, un disco que resume el vínculo de estos dos colombianos que hace más de siete años coincidieron en los Estados Unidos. Por ese entonces, cuenta Camilo, él trabajaba en el programa de Orquesta Juvenil de Salinas (California) y requería el apoyo de otra persona. Tras hacer una llamada a la Fundación Batuta en Colombia, le recomendaron a Amalia. Su afinidad musical tuvo buena conexión y en lo tiempos libres, ensayando juntos, comenzaron a forjar una relación laboral y musical muy estrecha que hoy los lleva a un gran escenario.
Música para la vida
Mientras Amalia Díaz creció entre la música, rodeada del coro de la Universidad Industrial de Santander y aprendiendo a tocar el violín, Camilo Ortiz se acercaba a la música a través del rock.
Guns N’ Roses era lo más grande y Slash su modelo a seguir. Hizo parte de una banda con sus amigos del colegio. La promesa era tocar la guitarra, pero como él no tenía una, lo vincularon como cantante y después lo despidieron. Así que decidió ahorrar con su hermano hasta el último centavo del dinero de la lonchera y se hizo al instrumento que tanto quería. “Asistía a los conciertos para ver cómo tocaban otros y volvía a practicar a la casa. Así fue como yo aprendí a tocar”, cuenta.
Y ese mismo talento, fue lo que más adelante le abrió las puertas de los Estados Unidos. Una beca para estudiar guitarra clásica en la Universidad de Arizona sería el tiquete de salida que terminó por expatriarlo por los 21 años que lleva viviendo allá y que le han permitido cambiar vidas.
Hoy Camilo y Amalia hacen parte de un proyecto social basado en el Sistema de Orquestas de Venezuela que bajo el nombre de Sistema Santacruz, recurre a la música como un vehículo para mejorar las condiciones de vida de niños inmigrantes de siete a doce años. Ambos coinciden en que el verdadero propósito de la música es social pues no solo se trata de apuntarle a sacar buenos músicos, sino que “aprendan valores de vida porque la disciplina que adquieres, el saber cómo colaborar, el tener la suficiente valentía para pararse en un escenario, sirve al futuro de cualquiera sin importar su profesión”, afirma Ortíz.
Por eso tanto Amalia como Camilo se sienten orgullosos. En el recorrido al Carnegie no solo han sacado interpretaciones cautivadoras, han cambiado vidas y lo han comprobado con hechos. Han logrando solo con instrumentos mejorar el nivel académico de escuelas enteras y han formando estudiantes que si bien antes del programa tenían notas deficientes, hoy sacan sobre salientes. Logrando buenos resultados en la vida de otros, cambiando realidades desde la infancia y luchando por mantenerse en medio de un sistema que amenaza con recortes presupuestarios a los departamentos de artes en los Estados Unidos, solo se puede entender una cosa: la necesidad del arte sigue estando vigente, porque como diría Nietzsche, “sin música, la vida sería un error”.