La literatura colombiana y el Vallenato tienen una cosa en común y es que sus representantes emblemáticos acudieron al realismo mágico para crear, alrededor de este recurso, historias memorables.
Este fue el caso de Gabriel García Márquez y Rafael Escalona; uno nacido en Aracataca -Magdalena-, otro en Patillal -corregimiento del Valle del cacique Upar-; ambos costeños y con una sola cosa en común: contar hechos tan imposibles que podrían volverse reales, como La casa en el aire o Cien años de soledad, quizás los relatos cumbre de ambos artistas.
De hecho, a lo largo de su vida, Gabo confesó ser amante del vallenato cuando en aquellas épocas el acordeón no había llegado a Colombia desde Alemania, siendo Escalona uno de sus favoritos y ubicado en un privilegio podio donde juglares como Leandro Díaz y Alejandro Durán fueron motivo de admiración para quien creó Macondo en mucho más que seis días.
Pero lo que pocos llegaron a ver fue la unificación de símbolos de ambos autores más allá de la música, pues el patillalero le compuso ‘El vallenato nobel’ a García Márquez. Eso, justamente, fue lo que pasó con la escultura hecha en homenaje a Escalona y la cual está conformada por varias mariposas amarillas que rodean el busto del compositor.
Carlos Misael Martínez es el nombre del escultor que se atrevió, con éxito, a juntar dos emblemas de la música y la literatura en el país y de la costa caribe colombiana, y en una obra de cinco metros de alto logró avivar el legado del cantautor. Vale resaltar que los materiales para recrear la imagen del artista fueron resina epóxica, fibra de vidrio, hierro y hormigón. Tuvo un costo final de 100 millones de pesos colombianos -un poco más de 25 mil dólares- y Mello Castro González, alcalde de la capital del departamento del Cesar, fue el encargado de inaugurar la escultura denominada ‘Homenaje al más grande’.
“En honor a su obra entregamos en su natal Patillal el monumento ‘Homenaje al Más Grande’ para que su recuerdo se mantenga vivo en las presentes y futuras generaciones”, expresó Mello Castro González, agregando que la escultura sirve para seguir enalteciendo la música vallenata y fomentar el turismo en el pequeño corregimiento aledaño a Valledupar.
Además, indicó para el Diario del Norte que “El maestro con sus canciones abrió las puertas al folclor vallenato, lo vistió de corbata y gracias a él somos reconocidos a nivel mundial”.
Precisamente, fue Rafael Escalona quien se encargó de llevar la que nació siendo ‘música de vaquería’ al interior del país, generando profundas transformaciones dentro del concepto de estos sonidos. Si bien, en un principio, no se aceptaba tocar este tipo de música en fiestas de la clase alta en el Cesar y La Guajira, Escalona no solamente se encargó de cambiar aquella mecánica, sino de hacer que este género fuera tenido en cuenta por la clase política nacional, empezando por el expresidente Alfonso López Michelsen incluso cuando este fue gobernador del Cesar, designado por el presidente Carlos Lleras Restrepo.
En contraste, juglares como Leandro Díaz se encargaron de mantener al vallenato como un género propio de las clases medias y bajas, motivo por el cual pasó gran parte de su vida amenizando parrandas locales y encuentros casuales en el caribe colombiano con versos que eran de su misma creación. Incluso, el mismo Escalona se encargó de referenciar a Leandro como “un caso único”.
“Es ciego, y a pesar de eso, en sus cantos habla de colores y de estaciones y de todo”, le dijo el patillalero a Gloria Valencia de Castaño en una entrevista hecha para la HJCK, y cuyos apartes fueron rescatados por el escritor Alonso Sánchez Baute en su novela Leandro.
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