Jineth Bedoya Lima, periodista judicial colombiana y ahora subeditora del diario El Tiempo, no deja de repetir que hubiese preferido que la mataran aquel 25 de mayo del año 2000. Incluso, al narrar los hechos, la bogotana, entonces redactora de El Espectador, dice que cuando las autoridades dieron con ella ya era muy tarde. Ya la habían matado.
“A mí me mataron en vida”, le contó a W Radio en 2017. Ahora, para los micrófonos de Blu Radio, después de salir victoriosa de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, reiteró el doloroso mensaje.
“En medio de todo el dolor que he tenido que afrontar, muchas veces he querido que me hubieran matado, porque padecer esta tortura durante tantos años es morir todos los días otra vez”, expresó.
Para Bedoya, de 47 años, escoger la carrera que tanto dolor y orgullo le causa comenzó estudiando Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Central. En sus inicios, trabajó para la emisora Alerta Bogotá y, para 1999, ya hacía parte del prestigioso e histórico diario El Espectador.
La mujer, desde ese momento, se centró en la fuente judicial, sacando informes de las cárceles de Colombia y, en medio del conflicto armado, cómo estas reflejaban lo que se vivía por fuera de las mismas. En medio de las investigaciones, la joven periodista fue víctima de un hecho que pretendía callar su voz y encubrir la verdad sobre la situación que reportaba.
El 25 de mayo del año 2000
La vida de Bedoya no volvió a ser la misma después de que le concedieran una entrevista al interior de la cárcel La Modelo de Bogotá, una de las más grandes del país y centro de reclusión de algunos de los más temidos criminales condenados en territorio nacional.
Según los reportajes de Bedoya en El Espectador, La Modelo era una oficina del crimen. Ahí investigaba violaciones de derechos humanos, fugas, extorsiones, tráfico de armas, desapariciones y homicidios involucrando, entre otros grupos, a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
“La cárcel La Modelo, por tener recluidos a varios de los jefes de todas estas organizaciones, se convirtió en una oficina desde donde se manejaba todo”, expresó Bedoya a Agencia Anadolu, sobre la que en algún momento fue una de las prisiones más peligrosas del mundo.
Según su comparecencia ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el 25 de mayo del 2000 fue a La Modelo junto a Jorge Cardona, su editor, y el fotógrafo que se iba a encargar de capturar el momento. Se anunció, esperó la boleta para su entrada y su jefe fue a buscar a su otro compañero para que ingresaran juntos.
Sin embargo, los funcionarios de la cárcel le pidieron que se quedara esperando en la puerta. Fue hasta minutos después que un guardián del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) le dijo que su entrada estaba lista y, en cuestión de segundos, empezó el abordaje de los victimarios.
“Fui abordada por dos personas en la puerta de la cárcel, un hombre y una mujer. El hombre me intimidó con una pistola nueve milímetros, me encañonó, me llevó desde la puerta de la cárcel, en frente de una patrulla de la Policía que en ese momento prestaba seguridad”, indicó la mujer, ante el tribunal internacional.
Después, fue llevada a un lugar cercano a la cárcel, ubicada en una zona central de la ciudad, que en algunos de sus testimonios es descrito como una bodega. Ahí comenzó la tortura.
“Me amarraron, me golpearon, me llevaron en un carro, me sacaron de la ciudad y empezó una larga travesía de muchas horas en las que afronté todo tipo de abusos y torturas”, detalló Bedoya.
Y, en todo momento, se encontró encañonada por un revólver pensando que, al final del secuestro, iba a terminar fusilada por los delincuentes. Después de llegar al lugar, a varias horas de Bogotá, los hombres, junto a unos –uniformados– que ya se encontraban ahí, la violaron en conjunto.
“Y después de eso no sé qué ocurrió, pero ellos me dejaron abandonada en una carretera, casi muerta”, contó Bedoya, quien se describió desnuda y amarrada, sin poder moverse.
Con ayuda de su jefe de ese entonces, Cardona, lograron encontrarla y Bedoya lo califica como quien le salvó la vida. Según le contó a W Radio, el periodista le avisó a la Fiscalía y la autoridad hizo una triangulación de su teléfono celular.
“Empieza todo un operativo para rescatarme. Cuando estos tipos se ven cogidos, es cuando me dejan abandonada. Después de que ya me habían matado. Ahí pasa una parte de la historia que es el después del secuestro”, narró la mujer.
La muerte en vida
En el momento que se percibió viva, amarrada en medio de la nada, fue el mismo en el que deseó no estarlo. “Es lo más difícil porque yo no quería estar viva. (...) Después todo pasa como en una película. Llega un carro, un señor me lleva a un CAI. Después viene la Policía, el tema de la clínica y la segunda tortura, que son los exámenes de Medicina Legal. Y el momento de enfrentarse con la realidad. Efectivamente no estoy muerta y quiero estar muerta. Qué va a pasar”, dijo la mujer a W Radio.
A pesar de la comunicación directa con el general Jorge Enrique Mora, comandante del Ejército Nacional, y sus promesas de que junto a la justicia se iba a superar el suceso, Bedoya supo desde el principio que esa iba a ser una cruz que cargaría de por vida.
En momentos, pensó en el suicidio por haberse perdido y reconocer que no volvería a ser la misma Jineth. Lo que la salvó de quitarse la vida fue su amor por el periodismo y la labor que, en 21 años, se comprometió a evitar que lo mismo le pasara a otras mujeres.
La negligencia de la justicia colombiana
Con pruebas en mano, Bedoya y Cardona llegaron con grabaciones y pruebas testimoniales que darían con quienes serían los autores del crimen. Pero, según la periodista, las pruebas se perdieron en los meses siguientes. Incluso, la Fiscalía se rindió y la mandó a investigar por su cuenta.
“Durante 11 años, el fiscal que estaba encargado del caso me llamaba para decirme que yo porqué no seguía investigando mi caso y que le entregara esas investigaciones a él para poder aclarar el hecho. Me pareció revictimizante porque yo no era quien debió investigar”, expresó ante el tribunal internacional.
Además, aseguró que cuando la Fundación para la Libertad de Prensa se dispuso a investigar y a elevar los hechos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la Fiscalía reactivó –de forma precaria, afirma la periodista– el proceso.
“Yo tuve que narrar mi violación 12 veces ante la Fiscalía. No les bastó con un solo testimonio sino que me llamaron repetitivamente para que volviera a contar los hechos”, dijo, sobre la revictimización a la cual fue sometida.
Las amenazas no cesan
Bedoya sigue siendo objeto de amenazas, intimidaciones y mensajes violentos por los hechos de los que fue víctima.
“Además de aparecer en muchos de los panfletos de las denominadas Águilas Negras, llegan mensajes directos a mi teléfono, mensajes de WhatsApp, llamadas, llamadas que se hace no solamente desde Colombia sino fuera de Colombia y también mensajes al periódico donde laboro hoy en día”, dijo la mujer ante la instancia internacional.
No solo a ella, sino a sus familiares, a sus compañeros de trabajo e incluso mujeres que ayudaba por su labor como activista en pro de los derechos de las mujeres.
Jineth, hoy en día
“Lamentablemente, mi vida se acabó”, dijo Bedoya ante la Corte IDH.
A pesar de la victoria y su importancia como activista para ‘No Es Hora De Callar’, sostiene que su vida nunca será la misma y que es tan solo una mujer muerta entre seres vivientes.
“Mi madre perdió su vida completamente, yo creo que ella en estos 20 años ha vivido mi vida y no la de ella. Ella perdió todo su círculo social, perdió contacto con su familia. Es una mujer que hoy tiene síndrome de estrés postraumático, que no puede salir sola a la calle”, narró.
El fallo de la Corte IDH, para la periodista, no es un triunfo personal sino de las mujeres que intenta proteger para que no vivan lo mismo que tuvo que enfrentar.
“Lo que me alivia el alma y compensa en algo tanto dolor es que no es solo para mí. Miles de mujeres víctimas y sobrevivientes de violencia sexual, y mujeres periodistas violentadas y perseguidas (...) por fin son reconocidas y escuchadas, eso es justicia”, dijo, en rueda de prensa, junto a Jonathan Bock, director de la FLIP.
Sin embargo, recalca la impunidad del caso en territorio nacional. “Tal vez nunca pueda ver tras las rejas al general de la Policía que ordenó mi secuestro, ni a los hombres que lo secundaron, pero eso quedará en la conciencia del Estado y en la inoperancia de la Fiscalía General de la Nación que contribuyó a esta impunidad”, señaló.
Con esta sentencia, ejemplarizante, Bedoya hace historia por mujeres y periodistas en todo el continente americano. Se espera que siga, a pesar de todo, encontrando vida en el oficio e inspirando –con su fuerte fragilidad– que casos similares sean sometidos a la verdad, a toda costa.
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